QUERIDO SEÑOR               7 puntos

Sir, India/Francia, 2018

Dirección y guión: Rohena Gera

Duración: 118 minutos

Intérpretes: Tillotama Shore, Vivek Gomber, Ahmareen Anjum, Amit Chakrabarty, Alok Chaturvedi, Anupriya Goenka.

Tras formar parte hace dos años de la prestigiosa programación de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, llega a los cines locales Querido señor, de la directora india Rohena Gera. El relato que propone se apoya en la famosa diferencia de castas, una de las características más conocidas de las sociedades indias fuera de sus fronteras, merced de la cual la enorme diferencia que existe entre las clases sociales se vuelve prácticamente insalvable, convirtiendo al ascenso social en una ilusión inútil. 

El hecho de que además el relato aborde el vínculo emocional cada vez más profundo que va surgiendo entre Ashwin, un joven profesional de alta sociedad y Ratna, la chica que realiza para él las tareas domésticas, puede hacer que la película avance por momentos por carriles previsibles. De hecho no faltará el momento en que, ya avanzado el relato, el espectador tenga la sospecha de que lo que se le está contando acá es el viejo cuento de Cenicienta por otros medios. Sin embargo Querido señor consigue ir haciendo slalom entre los obstáculos del trazo grueso, para dirigirse hacia un final quizá feliz, pero tomando la prudente decisión de dejar que el desenlace permanezca moderadamente abierto.

La cineasta toma el punto de vista de Ratna para contar su historia. Una decisión que resulta lógica (y hasta obvia), no solo en términos de género, sino también en el aspecto social que involucra este relato. Porque así como es esperable que una mujer asuma abordar la narración desde su propia perspectiva, para retratar al complejo universo de la sociedad india desde la mirada femenina, también es habitual en el mundo del cine que los directores –quienes por lo general provienen de las clases altas— se fascinen con la posibilidad de indagar en el misterio de lo ajeno y abordar otras realidades. 

A partir de esa decisión Querido señor establece un vínculo estrecho con los relatos de películas como Reimon (2014), del argentino Rodrigo Moreno, e incluso con la comentadísima y multipremiada Roma (2018), del mexicano Alfonso Cuarón. Unidas a partir del oficio de sus protagonistas (tres empleadas domésticas), estas películas le permiten al espectador compartir con los directores el juego de mirar por un rato el mundo de las clases burguesas con los ojos de una mujer de clase baja. Y también de sumergirse por un rato (y sin riesgos, más allá de lo emotivo) en la realidad de los pobres de la Argentina, de México y de la India. En ambos aspectos las coincidencias son más notorias y evidentes de lo que a priori se podría suponer.

Tal vez ahí se encuentre lo más poderoso de Querido señor, en esa capacidad de revelarle al espectador occidental que sus pobres no tienen muchas más oportunidades de ascenso social que los pobres de la India, sometidos a las férreas fronteras de las castas. Que las clases sociales del capitalismo europeo/americano son universos cada vez más estancos y que acá la pobreza también equivale a una condena a cadena perpetua de la que rara vez es posible liberarse o escapar. Al menos Gera se permite imaginar una puerta de salida posible para Ratna, instancia en la que la película se inclina de forma peligrosa ante una moderada sensiblería. Sin embargo la directora y guionista también ejercita la resistencia y de ese modo logra no ceder del todo a la posibilidad de recurrir a las soluciones mágicas. Esas que en el cine de Hollywood suelen esconderse detrás de eso que llaman el Sueño Americano, un Deus Ex Machina que se encarga de escupir como chorizos finales felices en serie para mantener viva una ilusión que ya casi no existe.

Es cierto también que Querido señor no es una película de denuncia ni mucho menos. Apenas un cuento bienintencionado que se debate entre la fantasía de los sueños y la rigidez de la realidad. Por esa senda cae en algunos excesos, como colocar a algunas neurosis de las clases altas frente al espejo de los problemas urgentes y materiales de los humildes, un ejercicio que se termina pareciendo demasiado a una especie de chantaje emocional que le apunta de frente a la culpa del espectador. De igual forma la película de Gera puede adquirir en algunas escenas un valor cercano a lo documental, exponiendo conflictos desconocidos para el espectador de estas latitudes. En el equilibrio entre esos extremos es donde se mueve esta propuesta realmente inusual para las salas de cine de la Argentina.