Amo el póster en el que la silueta de Max Von Sydow —encarnando el papel del Padre Merrin— se recorta ante la casa donde ha sido convocado para realizar un exorcismo. Pero la noticia de la muerte del gran actor sueco cuando aún tenía la redondísima cifra de 90 años —en un mes cumplía 91— en realidad trajo a mi cabeza la otra imagen con la que es inevitable asociarlo. No sólo por el lugar que ocupa dentro de la historia del cine del siglo pasado, sino por su vínculo con la noticia: la escena en la que su versión más joven, encarnando su personaje de Antonius Block, juega al ajedrez con la muerte en la película El séptimo sello, de Ingmar Bergman, tan inmortal y significativa que ocupa una de las paredes de la nueva sede de la cinemateca uruguaya. Es una escena que se ha repetido una y mil veces, de hecho la reconozco antes por sus miles de homenajes, burlas y/o imitaciones que por la película en sí, que a pesar de haber visto joven y cinéfilo —y confieso no recordar demasiado— ya era para mí referencia antes que película. Por supuesto, con la noticia de la muerte de Sydow es una imagen que se ha multiplicado en las redes. Lo que no leí demasiado por ahí es que Block, según lo imaginó Bergman, vagaba por una Europa diezmada por la Peste Negra, y de ahí era que se jugaba su vida en el tablero, que era efectivamente lo que estaba haciendo cualquiera que anduviese por ahí entonces, casi sin metáforas por medio. Con lo que, coronavirus mediante, tenemos una tercera razón por la cual evocar esa imagen hoy, aquí y ahora, ante la noticia de su muerte. Leo por ahí también que, durante aquel rodaje, Bergman y Sydow se la pasaron discutiendo todo el tiempo sobre religión. Bergman le hablaba a su actor sobre la vida eterna, y Sydow le decía que no creía en algo como eso. Más de una vez Sydow ha contado que el director le prometió entonces que, una vez muerto, se comunicaría con él para sacarle las dudas. Además de ser el actor fetiche de aquel Bergman, el que terminaría conquistando el mundo (cinéfilo, al menos), Sydow se convirtió en un rostro de cine, atravesando todos los géneros y todos los públicos. Al punto que los cada vez más precarizados —en todo sentido— diarios y portales de este lado del mundo (que cada tanto sacan pecho recordando que por aquí se señaló por primera vez al director sueco) llegaron a resumir la noticia para sus títulos diciendo que había muerto un actor de Game of Thrones, donde —efectivamente— Sydow llegó a actuar en una de las últimas temporadas. Tal vez esa sea la vida eterna: ser un recuerdo diferente para cada generación, pero siempre serlo. Con ser un recuerdo, uno solo, ser ese rostro en la mente del juvenil espectador de una serie del nuevo siglo, alcanza para ser eterno. Al menos durante una generación más. Aunque Sydow —en realidad— sea mucho más que eso, porque tanto su juego con la muerte como ese momento de reflexión antes de entrar a hacer su exorcismo, lejos de ser un simple recuerdo, siguen sucediendo una y otra vez. Y más en un mundo en el que la peste nos rodea —y cada vez más esa peste somos nosotros—, el jaque mate está cada vez menos movidas por delante, y hay más de un exorcismo por hacerse aunque en ello se nos vaya la vida. Lo último que Ingmar Bergman le dijo a Sydow antes de morir fue un elogio: "Fuiste el primer y el mejor Stradivarius que alguna vez tuve en mis manos". Desde aquella despedida, que sucedió en 2007, a Sydow le han preguntado mucho en las entrevistas por aquella promesa del director durante el rodaje de El séptimo sello, y nunca contestó directamente. Tal vez porque no le fuese posible. Tal vez porque, hombre del espectáculo al fin, no quiso aburrir a su público con una respuesta corta y contundente. Aceptó, eso sí, que finalmente recibió un mensaje desde el más allá. Pero todo lo que pudo agregar era que se trataba de algo complicado. Eso sí, dijo que ya no tenía dudas al respecto. La partida de ajedrez hacía tiempo que había terminado.