La temporada de exposiciones 2020 estaba por arrancar con toda la furia, cuando desde todos los niveles del Estado (Nación Argentina, Provincia de Santa Fe y Municipalidad de Rosario, en ese orden) bajó hasta Roberto Echen, el coordinador del CEC (Centro de Expresiones Contemporáneas), la orden de suspender la nueva edición de la Microferia de Arte Contemporáneo, que ya estaba montada allí en sus stands el jueves pasado y que además lucía un muy poco oportuno afiche de dos próceres nacionales abrazados como a punto de darse un beso. Fue uno de los placeres que el público debió sacrificar en virtud de los cuidados recomendados para prevenir la diseminación del coronavirus.

Allí hubiera podido verse, como escribió el artista plástico rosarino Daniel García en su blog, "una nueva serie de pequeñas pinturas (...) pintadas con acrílico y crayones de colores sobre tela". Pero por fortuna una de esas pinturas, junto a 44 de sus nuevos "retratos shanzai", integra la exposición individual "Identidades", que con texto del autor puede visitarse desde el sábado pasado en Estudio G (Catamarca 1427, locales 12-24).

La estética involuntariamente retro de la Galería Dominicis (vuelta "retro" por mera persistencia inmutada a través del tiempo) presta el marco perfecto a los anacronismos deliberados y fascinantes de Daniel García, quien sigue desplegando temas recurrentes a partir de fuentes que investiga en Internet. Colecciones de rostros anónimos, captados por los dispositivos políticos o estéticos más absurdos u obsoletos de la modernidad, nutren sus retratos y videos. Cuenta DG en su blog que en su serie pictórica "Damas de Shangái" se inspiró en "los yuefenpai, los posters-almanaque típicos de Shanghái de las décadas 20 y 30 del siglo pasado". Aquellas mujeres vestían "el tradicional qipao".

En esta nueva serie, la de los retratos shanzai, DG sigue inspirándose en los atuendos de aquellas chicas chinas de almanaque, pero con una vuelta de tuerca que conecta muy bien con su obsesión por las apariciones inesperadas, quizá cómicas, de lo monstruoso. "Shanzai" es un término que García toma de un autor hoy en boga, el filósofo coreano Byun-Chul Han, quien en su libro de ese título (subtitulado "El arte de la falsificación y la deconstrucción en China") retoma esa palabra para poner en crisis las categorías de original y copia. Hablar de shanzai es pensar la imitación como un original por derecho propio, ya que no existiría nada ontológicamente nominable como "original". El juego de reproducir las semejanzas es para Han una puesta en abismo cuyo punto de partida se diluye en el vacío. Algo de eso intuía Borges cuando imaginó, en su cuento "Tlön, Uqbar, Orbius Tertius", un universo poblado por "hronir" (en singular, "hron"), que en el idioma de Tlön designa objetos cuya entidad es el ser copia, o copia de copia, en algún grado. (O sea que Platón queda desactualizado sólo en un detalle: no hay originales allá arriba).

Los rostros de estas 44 damas, "dibujados con acrílico sobre hojas de una libreta de 21 x 14,5 cm", están deformados violentamente por una imitación de otra imitación de la estética cubista. García no imita a Pablo Picasso (autor, a comienzos del siglo XX, de la primera pintura cubista: "Las señoritas de Avignon"), sino que reconoce explícitamente, en su blog y en su texto de catálogo, su relación "shanzai" con las parodias del cubismo pintadas por el estadounidense George Condo (titular de una de las biografìas más cool de Wikipedia, donde se lo vincula a Andy Warhol, Félix Guattari y siguen las firmas). Al mantener un estilo naturalista en la reproducción de las vestimentas en vez de aplicar el lenguaje del cubismo a toda la composición, el efecto logrado es el de una cabeza distorsionada surgiendo del cuello de la ropa como una monstruosidad. Hay cierta exquisita tensión o torsión entre los diversos niveles de representación (algo que Condo formula en su propio "realismo artificial") que habilita la irrupción de lo cómico siniestro.

En cuanto a la otra serie de pinturas (de las que aquí cuelga una en la sala, pero hay más en trastienda), García homenajea en su capa pictórica a la síntesis que cultivó el pintor Juan Grela en los años '60 y '70 (un autor al que también rinde tributo en sus obras recientes otra pintora rosarina, Silvia Lenardón, quien además honra a Aid Herrera). Pero hay otra capa más. Sobre la pintura, García dibuja con crayones. Y lo que dibuja subvierte lo planteado por ese otro que es él mismo y que era el pintor. Es como si se desdoblara en un padre modernista y en un hijo contemporáneo. Los crayones remiten al garabato infantil, y eso hace DG consigo mismo. Se autovandaliza, por así decirlo. Una vez más, presenta dos niveles: una profundidad ilusoria y una superficie (¿real?). Los trajes "normales" y "verdaderos" que el rostro cubista dis-torsiona son a sus retratos shanzai lo que la cuidada y tonal composición moderna es a esos otros gestos rabiosos.

¿Pero qué vino primero? ¿Hay en la pintura de García, como en el mundo imaginado por los gnósticos, un primer creador y un segundo creador, es decir una deidad legítima y un demiurgo maligno que arruinó o falsificó su obra primordial? ¿O todo es parte de un mismo juego de fantasmagorías y representaciones? Pintor muy bien informado, DG ofrece en su texto de catálogo una breve historia del cubismo en China y sus devenires trágicos, además de una reflexión sobre la identidad y lo fragmentario, que enlaza con un párrafo sobre el montaje. En la sala, los 44 retratos están ubicados de tal forma que sus posiciones son intercambiables y arman entre todos un Passagenwerk, una pieza constituida por fragmentos, del mismo modo en que cada una de esas hojas de libreta parte el mundo en dos: uno bajo y otro alto, uno perteneciente a la industria cultural para las masas y otro al arte para las élites, un arte que los representantes políticos de esas masas en China no sólo no entendieron sino que además persiguieron. En un país agrietado como este, valga este arte como metáfora de lo esquizo que nos constituye.