Las calles de Buenos Aires amanecieron con la desolación de un domingo a la mañana: colectivos vacíos, negocios cerrados, perros con correas que frenan en cada poste de luz. Zulema Medina es cuidadora de personas mayores. Es de Rojas, un pueblo al norte de la Provincia de Buenos Aires, pero llegó a la Ciudad hace 14 años, con su marido que trabaja como empleado de seguridad en una torre de Belgrano. 

“El viernes me llamó el sobrino de la señora y me dijo que no fuera más, que más adelante me avisaba. Ahora no tengo cómo reclamarle y nadie está buscando contratar”, relató Medina, que salió a dar una vuelta manzana con su perrita. “La señora tiene 84 años y está postrada en la cama, no sé cómo van a hacer porque el sobrino es mayor también y tiene problemas respiratorios”, explicó. "La cuidaba durante 12 horas, me había encariñado con ella, y de un día para el otro no puedo ir más”.


"Si no trabajo, no pago el alquiler"

Sobre la avenida Santa Fe, las filas se extendían en ambas veredas, cerca de las puertas de supermercados, carnicerías, farmacias y panaderías. En una esquina, Damián se encontró con un compañero; se saludaron con el codo, cada uno desde su bicicleta, con las mochilas amarillas de la App de reparto a la espalda. “Si no salgo a trabajar, no pago el alquiler”, explicó Damián. 

Aunque las empresas para las que trabaja no le dieron indicaciones luego de los anuncios de anoche, “solo estamos entregando productos de supermercado y de farmacia”, contó. Su remera roja pertenece a otra de las compañías: “hace un año vivo en Argentina y trabajo para tres apps a la vez, unas diez horas por día”. 

De chomba azul con el logo de Edenor, Diego tuvo que salir de su casa, encender la camioneta de la empresa y recorrer los barrios que le tocaron en suerte para el viernes. “Nuestro sector es totalmente innecesario, solo hacemos control de medidores y cortamos el servicio a los morosos. Deberían funcionar únicamente los equipos de emergencias por cortes de luz”, evaluó. Su horario no varió, y sus tareas tampoco, “con la diferencia de que tenemos que hablarle a la gente a un metro de distancia y limpiarnos las manos con alcohol”.

La psicóloga Susana Chames, experta en situaciones de riesgo y emergencias, intentaba sacar el auto del garage que había cerrado. “Tengo que ir a asistir a más de cien personas que están aisladas en un hotel, pero no puedo sacar el auto”, relató. Las personas eran los pasajeros que anoche llegaron desde Colonia, en el ferry a bordo del cual viajaba un joven de 21 años positivo por coronavirus. "En estas situaciones es necesario que los profesionales estemos disponibles", señaló Chames. 


Pacífico en (casi) silencio

En la estación Pacífico, de mediodías habitualmente ajetreados, el movimiento era mínimo. Los locales de comidas rápidas estaban cerrados, al igual que los de ropa y la pizzería de la esquina. Un perro, llevado de la correa por una mujer, se detenía a oler un puesto de diarios cerrados mientras dos policías vigilaban la cuadra. 

“Tengo un departamento de dos por dos, no se banca todo el día adentro”, explicó Victoria en referencia a Ades, el bóxer negro macizo que caminaba unos pasos más adelante. 

Por la avenida los colectivos circulaban casi vacíos y no frenaban por varias cuadras, porque en las paradas nadie los esperaba. “Hoy subió una embarazada y le pregunté por qué salía, si no podía quedarse en su casa, pero tenía un turno médico. Lo mismo me pasó con una señora mayor, que me dijo que ya volvía a la casa y se quedaba ahí”, contó Diego, chofer de la línea 95 que todavía mantenía sus horarios de trabajo, una jornada de 10 horas en la que va y vuelve hasta Avellaneda unas cinco veces. "Si no se cuidan los pasajeros yo mucho no puedo hacer”, advirtió.

En doble fila, un auto con el baúl abierto recibía valijas y bolsos. “Los dejo y vuelvo a mi casa. Es el único viaje que hago desde el domingo que decidí quedarme adentro, pero este era un compromiso que ya tenía”, señaló el chofer. Los hombres que subían al vehículo son canadienses, de Vancouver, y necesitaban llegar a Ezeiza para volver a su país.


"Hay que llevar la calma, estar tranquilos"

“Los mayores están muy preocupados pero hay que llevar calma, intentar estar tranquilos”, señaló Victoria, que tiene 30 años y trabaja como cuidadora en casas de adultos mayores con distintas patologías. Por la mañana, mientras esperaba el colectivo, un policía le preguntó a donde se dirigía y tuvo que mostrar su credencial. “Algunos familiares me pidieron que no vaya, pero todavía tengo como cuatro casas a las que voy sí o sí”, relató. 

En la Ciudad todavía algunas personas,, a pesar de las medidas claras y obligatorias, no cumplían con el aislamiento. “Hace 28 años que soy encargado y nunca me había pasado algo así, pero tomé la responsabilidad de hacer cumplir la cuarentena porque mi deber es cuidar a todos por igual”, afirmó Fabián, encargado de 105 departamentos sobre la calle Carranza. El lunes pasado, contó, tuvo que denunciar a uno de los inquilinos, un hombre que vive solo y regresó la semana pasada de Estados Unidos. 

“Le dije que se quedara adentro y no cumplió, así que llamé para hacer la denuncia y fui a la comisaría a declarar, y recién ahí me hizo caso”, señaló mientras esperaba en la fila de la ferretería. Tenía que comprar un repuesto para el baño de su casa. "Cada uno tiene que cuidar lo que pueda, a ver si así se termina más rápido", razonó. 

Informe: Lorena Bermejo.