Quienes conozcan la obra de Andrés Dorigo por los fragmentos de su serie Homenaje a la naturaleza que se vieron en Rosario (dos tintas sobre papel de techo a zócalo en una muestra de arte santafesino en el espacio de arte de OSDE en 2007, seleccionados por Guillermo Fantoni, y un video de animación con su hijo Alvaro que llegó al Castagnino en 2011 en el marco de Argentina pinta bien) aún no han visto nada.

Desde el 3 de marzo y hasta fin de mes, en el marco del ciclo de muestras Cerveza Santa Fe, el Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas (San Martín 2068, Santa Fe) abre su temporada 2017 con Presagios, una exposición de dibujos, pinturas, collages y piezas escultóricas que recorre el universo Dorigo desde los años 70 hasta el presente. Este viernes 17 a las 19, con entrada libre y gratuita, el museo abre su espacio al diálogo interdisciplinario en torno a la obra; con la coordinación de Nidia Maidana, participarán los críticos Jorge Taverna Irigoyen y Domingo Sahda, el arquitecto y artista José Luis Roces, el psicoanalista Jorge Malachevsky, el público y el artista. El sentido de esta actividad es "abrir el espacio del Museo y sus exhibiciones para ponerlo en contacto con otras formas artísticas o con otros lenguajes y manifestaciones de la cultura actual, como para contactar y llegar a otros públicos", dice María Florencia Platino, directora ejecutiva de Diversidad Cultural.

Gentileza Pablo Martínez

Con la modestia que caracteriza a la ciudad cordial, ni Maidana se adjudica el título de curadora ni Miguel Benassi el de diseñador de montaje, mientras que el artista reniega del término "retrospectiva". Nacido en la localidad santafesina de San Cristóbal en 1944, Dorigo no se jacta de su inclusión el año pasado en la feria Red Dot de Miami. Prefiere hablar de sus orígenes de barrio en una familia trabajadora, de su madre que quería que estudiara para contador, de las orquestas de tango que miraba de chiquilín con la ñata contra el vidrio, y de sus comienzos como dibujante furtivo en primer grado de la escuela Drago: "La maestra estaba dando clase de religión y yo me había puesto a dibujar: un angelito, una cruz y un angelito simétrico. La maestra ve el dibujo y me dice: 'Tenés que ir al club de niños pintores'". El tema religioso y obrero retorna en un San Cayetano suyo, patrono del trabajo, cuya aureola es un collage de una curva hecha en otro papel.

Sin embargo, el consejo fue desoído; aparte de cursar la carrera de Arquitectura y a pesar de que produce constantemente, nunca accedió a una educación artística. Se recibió y se dedicó a la artesanía. Era 1970 y se vendían bien las carteras de cuero, los adornos de cerámica y las blusas de lienzo en las que derrochaba su creatividad, pintando o grabando sobre esos soportes una obra que ni él mismo reconocía como tal. Algunas de estas piezas (incluida la blusa, lucida por su propio autor) se exponen en la muestra; las cerámicas han resistido mejor el paso del tiempo que las pinturas creadas para circular como arte. En estas últimas se hace reiterativa la influencia de la Nueva Figuración que estaba en boga por aquella época. Admirador de Jorge de la Vega y de Otto Dix, en sus pinturas y tintas más ambiciosas compone espacios complejos donde se entraman figuras estilizadas, algo estereotipadas.

En sus dibujos menos premeditados, sin embargo, logra Dorigo una síntesis y una frescura admirables. Unas aguadas recientes en pequeño formato, que él llama sus "ideogramas", expresan mucho con muy poco, además de que parecen (y, de hecho, fueron) pintadas a la velocidad del rayo. Una muy acertada decisión de montaje de Benassi fue la de presentar muchos dibujos pequeños en una zona del espacio expositivo como si estuvieran recién enchinchados en la pared del taller. Amigo del artista, artista él mismo, Benassi guardó en folios encarpetados algunas de las decenas de dibujos que caen de la mano de Dorigo como nísperos de un árbol. "Ni se debe acordar de que los tengo", murmura ya en su casa mientras desarma y hojea una prolija pila de carpetas, algunas de las cuales proveyeron material a la abundante muestra.

"Inventé mis propias técnicas", afirma Dorigo, y cuenta cómo usa la tinta serigráfica acrílica sobre papel ilustración: lava el dibujo con agua, logrando azarosas texturas. Cada técnica elegida responde a una necesidad expresiva precisa. Una figura suya inspirada en "El siluetazo" cruza una ficción de informe burocrático tallada a pura hoja de afeitar con un golpe de aerosol rojo en el lugar del corazón.

Lo más interesante de su imagen aparece cuando Dorigo suelta los animales que pululan, según él mismo recuerda, en sus pesadillas. No hay nada de apacible en sus quiméricos gatos de fauces abiertas, ni en su escultura de un caballo sin patas que parece un pez globo, ni en el sapito acobardado que parece estar a punto de nacer a través de una vagina dentada. La laguna Setúbal, en el Chaco Chico, es el locus mítico adonde siempre vuelve, a retratar su fauna entomológica con delicadeza y precisión, o para proyectar la sepultura de un amigo (¿muerto, desaparecido?) en una cámara real de faraón del Nilo que él imagina debajo del bañado en una serie de dibujos del año 2000. "Y de este bañado yo tomo la idea de (el homenaje a) la naturaleza", señala.

Hubiera sido además un buen ilustrador; todavía está a tiempo. Su obra, como escribe Maidana, se inscribe "en una temporalidad donde se articula lo pasado con el presente y se proyecta hacia el futuro".