Ganador del Oscar 2019 al mejor documental, la producción de Barack Obama “American Factory”, que se puede ver en Netflix, exhibe los efectos que produce la pérdida de una burguesía nacional occidental comprometida con el país, y su lógico desplazamiento por empresarios de otras latitudes que, a su modo y cultura, muestran otro tipo de compromiso social. 

Con todo, el documental omite narrar la reciente historia de una de las empresas protagonistas, General Motors, que fue salvada por los contribuyentes norteamericanos dos veces en los últimos diez años, pese a lo cual no dudó en cerrar plantas que no le producían pérdidas. Al declarar la bancarrota durante las crisis de 2008 desatada por las hipotecas inmobiliarias, el gobierno norteamericano, conducido justamente por Obama, le inyectó cerca de 30.000 millones de dólares. Al mismo tiempo el fondo buitre liderado por Paul Singer aprovechó para adquirir la autopartista Delphi, proveedora de gran parte de los insumos de GM. Así, tras la amenaza de interrumpir su producción, el Tesoro norteamericano utilizó otros 12.900 millones de dólares para adquirir a Delphi y mantener a GM en funcionamiento.

Nada de esa intervención púbica pareció importar a la conducción de GM y sus accionistas, cuando diez años más tarde, a fines de 2018, decidieron el cierre de cinco plantas, no debido a pérdidas o baja rentabilidad, sino por el aumento de costos derivado de la guerra del acero, así como para realizar una apuesta futura por modelos eléctricos y autónomos. 

Desde su discurso nacionalista económico, Donald Trump tuiteó que estaba “Muy decepcionado con General Motors y su directora ejecutiva, Mary Barra, por el cierre de plantas en Ohio, Michigan y Maryland. No están cerrando nada en México & China. ¡Estados Unidos salvó a General Motors y estas son las GRACIAS que recibimos! Estamos viendo de cortar todos los subsidios a GM”.

La planta cerrada en Ohio es la que da inicio al documental, una vez que es reabierta por la empresa china Fuyao, con el objetivo de ampliar su producción de vidrios para automóviles. 

Muchos de los trabajadores, los mismos a los que GM había despedido, se muestran inicialmente agradecidos con la empresa china por haberles devuelto su trabajo y dignidad, algo que se mantendrá en algunos de ellos, pero desaparecerá en otros cuando el choque cultural empiece a emerger. 

Un choque que muestra a Cao Dewang, el titular de la firma, comprometido con su empresa y su país, bajo un paradigma de productividad que, al tiempo que roza la lógica dictatorial y la esclavitud, resultó una de las claves con las que China, durante los últimos cuarenta años, aumentó su PIB de 150.000 millones de dólares para 800 millones de ciudadanos a 12,2 billones para 1400 millones y logró sacar de la pobreza a 740 millones de habitantes.

En el documento se observan trabajadores asiáticos, a los que visitan los gerentes norteamericanos para tratar de comprender los secretos de una productividad que no pueden alcanzar sus compatriotas, realizar una formación similar a las de los ejércitos, y celebrar hasta sus bodas en la planta fabril. Al tiempo que los directivos asiáticos señalan que los trabajadores norteamericanos son vagos, pues mientras tienen ochos días libres al mes y trabajan jornadas de ocho horas, los chinos tienen solo dos francos mensuales y trabajan doce horas por jornada, además de no hablar ni bromear mientras desarrollan su labor.

Los obreros norteamericanos pasaron de cobrar 30 dólares la hora en GM a poco más de 12 en Fuyao. Son exigidos y maltratados por directores de producción que los instan a una mayor productividad. “La gente quiere sentir que trabaja en Estados Unidos, y no que al ingresar a la fabrica aterrizó en China”, plantea una de las empleadas, mientras otro de ellos es despedido por tardar tres minutos en hallar una información en la computadora.

Capítulo aparte merece el segmento dedicado a la sindicalización, que empieza a surgir como necesidad frente a los constantes despidos y desmedidas exigencias de productividad por parte de los gerentes chinos. Se puede observar la férrea postura antisindical del titular de Fuyao, quien entiende a la empresa como una comunidad en la que los sindicatos interfieren en el clima y el diálogo, mientras que sus empleados asiáticos recurren a un refrán de su país que reza que "una montaña no puede tener dos tigres", o bien sostienen que "estar seguros no paga las cuentas", y que con los chinos es más fácil porque "solo piensan en hacer las cosas bien". 

La empresa contrata a consultores antisindicales que intentan convencer a los trabajadores de la inconveniencia de un sindicato, lo que, muy posiblemente con el apoyo de los medios de comunicación y de algunos sindicalistas ineficaces o corruptos, lleva a la oposición de muchos trabajadores a la llegada del Sindicato de Trabajadores de la Industria Automotriz. Afirman que "el sindicato no nos dará nada, pero protegerá a los malos trabajadores" , o indican que "por primera vez me dieron un buen empleo con buena paga y no quiero que nadie interfiera". 

El documental no oculta que, desde los setenta, en la medida que la industria de las consultoras antisindicales experimentaron un gran crecimiento, disminuyeron tanto la afiliación sindical como los salarios medios.

El propio Obama y sus realizadores expresan en el trailer final del documental que la idea era solo exhibir el choque cultural, antes que emitir juicios de valor. Tanto los empresarios y trabajadores chinos, como los trabajadores norteamericanos, solo defienden sus patrones culturales de conducta y trabajo, antes que buscar infringir algún tipo de daño. 

Este documental deje fuera de foco el rol de las dirigencias de las grandes compañías del mundo capitalista, que pese a la ayuda recibida por parte de todos los contribuyentes, abandonan a su suerte, o a la de otras culturas diametralmente diferentes, a muchos de sus trabajadores, incluso cuando no tienen resultados negativos. Un fenómeno que ya lleva décadas y alcanza a todo el continente americano y europeo.

De hecho, el documental que sí lo exhibió, y justamente con General Motors como protagonista, cumplió ya veinte años. Se trata de "Roger and Me", de Michael Moore, una producción que pese a ello, o tal vez por esta razón, no se alzó con el Oscar.

@JBlejmar