Desde el comienzo de esta batalla contra la pandemia, el Presidente fijó un rumbo: primero la salud. Y consecuentemente las medidas se han venido alineando en ese sentido. La orientación del rumbo adoptado por el gobierno ha recibido el respaldo de la mayoría de la población. En principio también hubo alineamiento mayoritario de la dirigencia política de todos los colores y hasta de los representantes del poder económico.

Sin embargo, con el correr de los días y tomando en cuenta que las condiciones de aislamiento obligatorio ponen en jaque también el andamiaje "normal" de la economía (entiéndase por ello el funcionamiento del capitalismo de mercado que impera en nuestra sociedad), comenzaron a ponerse en evidencia las tensiones, la puja de intereses y, más en segundo plano pero igualmente presentes, las luchas de poder.

Todo ello se agrava cuando se acerca el fin del segundo aislamiento obligatorio y el Presidente se enfrenta al dilema de continuar o no con la medida en los términos actuales -algo que recomienda buena parte del equipo de sanitaristas- o flexibilizar los alcances de la misma para disminuir también algunas tensiones sociales, financieras, empresariales y económicas.

Pero al margen de la determinación final que adopte Alberto Fernández, las últimas semanas dejaron en evidencia que al menos para una parte de los actores económicos y políticos, la declamada solidaridad no va más allá de una ligera mano de pintura que apenas alcanza para disimular las manchas de humedad pre existentes en el muro de la sociedad y lejos está de subsanar los problemas estructurales que vienen desde antaño y desde los cimientos.

Siempre sin la pretensión de agotar los asuntos, se mencionan aquí tres temas de agenda, entre otros muchos posibles, y se esbozan cuestiones de fondo que están detrás de cada uno de ellos.

Salud vs economía

El Presidente logró un primer acompañamiento a la premisa de la "la salud primero". Nadie levantó la voz mientras generó medidas y metió la mano en las arcas del Estado para garantizar tal propósito. Pero cuando ello comenzó a ponerse en duda y la mirada giró hacia los sectores económicamente más poderosos con la intención de hacerlos participar del costo de la crisis, surgieron de inmediato las críticas, los argumentos y las resistencias. Desde el punto de vista "teórico" para decir que "sin economía funcionando no se puede garantizar la salud" y desde la política opositora fueron los caceroleos (poco significativos pero fogoneados desde las redes). Los errores propios (tales como la metodología adoptada por la reapertura de los bancos para el pago de jubilados y titulares de programas sociales o los precios pagados por los alimentos adquiridos para la ayuda social) le dieron letra suficiente a quienes están agazapados esperando la oportunidad política de atacar al gobierno.

El Estado vs el capital privado

Es otra cara del dilema anterior. Quienes antes renegaron del Estado y combatieron su protagonismo con todos los medios y recursos a su alcance, por un momento se sintieron descolocados e impotentes por el inevitable avance de la presencia estatal como imperiosa e ineludible necesidad para garantizar los servicios esenciales hoy más que nunca reconocidos como derechos ciudadanos.

Pero resulta que gran parte de tales servicios (salud, servicios públicos, financieros, educación, transporte, etc.) hoy están en manos de capitales privados que funcionan con lógica de acumulación de ganancias y no con perspectiva de servicio público. Para estas empresas la apelación a la solidaridad tiene un límite muy preciso: la intangibilidad de sus intereses.

Para muestra basta leer algunas de las reacciones. La alarma planteada por el sector privado de la salud ante la sola posibilidad de declarar la unificación del servicio bajo la tutela del Estado así solo sea por la crisis. O la operación de los bancos para hacer más evidente el error de una medida gubernamental. O el grito de los voceros políticos de los sectores económicos más poderosos del país ante la alternativa de que, mediante nuevos impuestos, los más ricos paguen parte del costo de la crisis.

Poder del Estado vs poder del mercado

En los días precedentes quedó claro también que no basta con los manifestaciones de buena voluntad o las mejores intenciones para modificar el estado de cosas. El consenso y la superación de la grieta siempre es un objetivo loable desde el punto de vista ético y político, pero no es ni un objetivo fácilmente alcanzable ni siquiera un requisito indispensable para gobernar.

El poder financiero corporizado en los bancos no tiene sentimientos y no resigna intereses porque las pymes atraviesen dificultades. Antes alguien debe garantizarles que lo que dejan de ganar por un lado les será restituido por otro. El Estado es débil porque así se lo ha ido construyendo hasta el punto que ni la buenas intenciones de sus funcionarios ni los mecanismos de control existentes le permiten garantizar la compra de alimentos en la emergencia a los precios establecidos. Para hacerlo habría sido necesaria una reforma a fondo del Estado y de sus vínculos con las empresas proveedoras que nunca se planteó con seriedad desde el regreso de la democracia. El Poder Judicial, que se considera autosustentable, sigue actuando según sus propios objetivos al costado de las decisiones democráticas de las mayorías y en alianza incluso con aquellos que se le oponen.

Y se podría seguir.

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Quedan aquí expuestas algunas de las contradicciones centrales de una democracia que formalmente se pretende de iguales pero que está asentada en un capitalismo de mercado que valora a las personas por su renta o por su billetera y no por su condición ciudadana. Coyunturalmente el Presidente tendrá que decidir por sí o por no a la continuidad del aislamiento, pero concomitantemente cada determinación que adopte servirá también para delinear el paisaje social, político y económico posterior a la pandemia y cuyo mapa se está definiendo desde ahora, aún en medio de la crisis económica y sanitaria. Son decisiones cruciales, que se toman a la luz de la coyuntura pero que marcarán a fuego el mediano y largo plazo. Todos los actores lo saben, lo tienen en cuenta y actúan en consecuencia.

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