¿De verdad?¿Así va a ser?

¿Una foto, mi nombre, hipótesis al respecto?

“Melina” de Melina Alexia Varnavouglou, en Por mano propia

Hace un mes que empezó en Argentina la cuarentena obligatoria. No sabemos cuánto más va a durar ni cómo va a ser todo cuando podamos salir. Lo que sí sabemos es que cada día que pasamos en confinamiento, es un día en el que las desigualdades sociales se acentúan: a las cifras previas a la crisis, se suman nuevos desempleadxs, millones de personas sin ingresos o con ingresos de subsistencia, pequeñas empresas y comercios que no volverán a levantar sus persianas. La CEPAL confirma que para América Latina se trata, sin dudas, de la peor crisis económica que hayamos conocido.

Mientras tanto, Trump cierra la frontera para lxs inmigrantes, Alemania las abre para que ingresen trabajadorxs rumanos a recoger las cosechas. En algunos países africanos no cuentan ni siquiera con un respirador. La situación en las barriadas latinoamericanas donde el hacinamiento hace imposible la cuarentena ocupa cada vez más recuadros en los diarios progresistas de Europa.

Desde lo más alto de la pirámide de ingresos, lxs millonarixs “encerradxs” en sus mansiones hacen alarde de sus fortunas con toda la alevosía que admiten las redes sociales y Manu Ginobilli nos cuenta que le teme a la “rebeldía del proletariado cuando no tenga para comer”.

Como dicen por ahí, con un poco de pesimismo respecto de las posibilidades de pensar solidariamente qué traería esta crisis, quizás la pandemia sólo sirva para confirmar nuestras ideas previas. Habrá quienes insistan con que el sueldo de lxs políticxs es el mayor de los problemas, serán los mismos que sostienen que cada unx tiene lo que merece (o su versión edulcorada: el que no trabaja es porque no quiere).

Las feministas, en cambio, hace tiempo que rechazamos a este modelo económico que lleva al menos cuarenta años ampliando los ingresos del diez por ciento más rico a costa del estancamiento o la caída de los ingresos del resto. Rechazamos este sistema que le pone precio a nuestras vidas. Es ese rasgo de la humanidad el que vemos reflejado en las peores imágenes: los cadáveres abandonados en las calles de Guayaquil, las fosas comunes que se llenan de personas racializadas en Nueva York y en Brasil, los tanques de guerra trasladando cuerpos que no serán velados en el sur de Italia. Pero también las filas para recibir comida en los comedores comunitarios. Y los titulares que, mientras tanto, siguen contabilizando femicidios. Veintitrés por estas tierras desde que se declaró el aislamiento social obligatorio. Camila, la que más me resuena. Todas vimos pasar nuestro nombre, una, dos, varias veces. Todas fuimos halladas enterradas, descuartizadas, quemadas. Como material de descarte. Después de ella, fueron seis más: Jesica, Priscila, Natalia, Olga, Soledad y Paola.

¿De dónde venimos?

Un repaso breve por la historia económica Argentina nos deja ver que hay dos cuestiones centrales para explicar cómo llegamos a estos niveles de desigualdad: las crisis de deuda y el aumento de la precarización laboral.

A pesar de que los últimos años fueron de recesión, el macrismo supo cómo hacer para que el decil más rico ampliara sus ganancias. En economía hay relaciones que no fallan: ¿a quiénes le sacaron? A personas asalariadas y jubiladas. Según datos recientes del INDEC, entre 2017 y 2019, la diferencia de ingresos entre el decil más rico y el más pobre, se amplió de 17 a 21 veces.

Para el cálculo, se toma el ingreso promedio per cápita familiar. Eso quiere decir que invisibiliza la situación de al menos un 17% de las mujeres, que no cuentan con ingresos propios. Todavía merece la pena subrayar la relación entre la falta de autonomía económica y las situaciones de violencia de género. Tomando como ejemplo los datos de la Ciudad de Buenos Aires, las mujeres sin ingresos tuvieron una probabilidad mucho más alta de sufrir violencia que aquellas que sí los tuvieron.

En general las derechas prefieren hablar de pobreza y no de desigualdad porque prometen mejorar la situación de quienes están peor sin jamás relacionarla con el desempeño de lxs más ricxs. La dictadura cívico militar, la crisis de la Convertibilidad (2001) y el macrismo fueron los períodos en los que se concentró la riqueza en pocas manos y se ampliaron las brechas de ingresos. En lugar de pobreza cero, el slogan del Cambiemos podría haber sido desigualdad 1, por la tendencia al aumento del coeficiente de Gini durante su gestión (paso de 0,41 a 0,47 en dos años). El 1 representa la distribución más desigual posible.

La cartera (bien nutrida) de pocos, la billetera (bien vacía) de la mayoría

Analizar los ingresos obliga a ponerle cuerpos y caras a relaciones que se pretenden cada vez más incorpóreas ¿Cuántas personas podemos hoy identificar al “dueño” de la empresa para la que trabajamos?¿Cuántas respondemos a un sólo jefe? En el lenguaje corporativo, y en ámbitos cada vez más extendidos, abundan los eufemismos para borrar las relaciones de poder/desigualdad entre las partes. Esto es clarísimo para el caso de las empresas de plataforma, que insisten con llamar “socixs” y “héroes” a trabajadores y trabajadoras hiper explotades. Como si faltaran dudas sobre su relación de dependencia, llevan mochilas en sus espaldas con el nombre de la empresa en colores brillantes. Esta semana organizaron un paro internacional para reclamar aumentos y condiciones de trabajo dignas.

Con los acreedores de la deuda argentina pasa algo similar. Si durante el último canje en 2005 encontrábamos con facilidad nombres propios, muchos de ellos de personas jubiladas europeas a quienes sus bancos les habían vendido como joyas regaladas los bonos argentinos, hoy los principales tenedores son grandes fondos de inversión: que se pretenden incorpóreos pero cuyas partículas (o carteras) se alojan en las cuentas de los dueños de grandes fortunas.

Quienes administran esos fondos son los que ahora exigen que el gobierno mejore la oferta de canje de deuda. En palabras de sus representantes, lo que esperan es “un ajuste que duela” u “otro gobierno” que los entienda “como lo hacía el anterior”. Las frases trascendieron después de una reunión por zoom con el Ministro Guzmán. Nadie las desmintió.

Mientras, no hay dudas de que para muchxs la realidad ya duele. Siete millones ochocientas mil personas calificaron para cobrar el Ingreso Familiar de Emergencia (por única vez, de $10.000 en el mes de a abril). Un 17% de la población cuyos hogares dependen de un ingreso laboral precario. En provincias del Noroeste el porcentaje alcanza hasta un 30%. Entre los siete millones, el 87% tiene un trabajo informal, el resto son monotributistas en las categorías más bajas (entre quienes están lxs trabajadores de plataformas) o trabajadoras de casas particulares ¿Cuántos de sus empleadorxs estarán entre el 1% más rico, mientras fingen no poder cubrir los sueldos?

La farsa del derrame

Ojalá los diagnósticos de los feminismos sobre la desigualdad de género, de raza y de clase no se comprobaran hoy con tanta crueldad. La situación es alarmante. La desigualdad va a empeorar y el miedo de Ginobilli seguro es el de muchxs de lxs que defienden una vuelta a la “normalidad”, esa normalidad que ya dejaba en Argentina a millones sin comer.

Quienes tengamos la posibilidad, podemos colaborar con iniciativas autogestivas como la de las ACABA Mensajería o Mensajería transfeminista, o comprar libros a las librerías y editoriales independientes que, contra las grandes cadenas, proponen salidas colectivas como “sálvese quien lea (del neoliberalismo nos curamos todxs juntxs)”.

Pero el tiempo apremia y los recursos se escurren. Crecer para después distribuir es una fórmula obsoleta que nunca funcionó, menos cuando todos los pronósticos asumen que no habrá crecimiento. Necesitamos distribuir ahora lo existente. Quizás sea momento de que, en defensa de la vida y con la consigna #NiUnaMenos, los feminismos pensemos en una campaña que exija un impuesto extraordinario a las grandes fortunas. Y que no sólo se destine a la emergencia sanitaria, sino que incluya también una asignación para la emergencia que hace tiempo declaramos en las calles y que el confinamiento recrudece: la emergencia en violencia de género. Como reza el nombre de esta columna, tal vez sea hora de entender mejor qué cuerpos se esconden detrás de qué números.