La pandemia del coronavirus puso en crisis la sociedad globalizada. La extensa internacionalización de las relaciones humanas fue lo que convirtió la expansión del virus en un problema global. La respuesta para frenar su avance es el opuesto complementario, el aislamiento de las personas en su espacio territorial más elemental: encerrarse en casa. 

Sin embargo, el aislamiento desintegra las relaciones productivas sociales que implican movimientos de personas y de mercancías. De ahí que, la política de cuarentena no se aplicó a la población involucrada en actividades consideradas esenciales para la vida: alimentos, salud, agua y energía. Esa simple caracterización de la situación permite delinear algunas políticas estratégicas de mediano plazo, destinadas a mejorar la calidad de vida de la población en la “nueva normalidad”.

La nueva normalidad es un término que refiere a que la vida que considerabamos normal probablemente no vuelva a regresar. Si el mundo futuro se encuentra acechado por la expansión de virus en frecuente mutación (más allá de que sean generados y diseminados en forma intencional o casual), poniendo en riesgo la salud de amplios sectores de la población global, la vida hacia adelante deberá adaptarse para convivir con ese escenario. 

Las elites conservadoras buscarán aprovechar ese contexto para aumentar el control sobre la población. Rastreo de movimientos por GPS, eliminación de manifestaciones y de encuentros grupales presenciales, teletrabajo y des-sindicalización, control de las comunicaciones personales, amplio despliegue y poder de las fuerzas de seguridad forman, parte de una agenda global de la reacción que buscará instalarse en la construcción de la nueva normalidad.

En contraposición, debe empezar a trazarse una línea progresista de construcción de la nueva normalidad. La misma debe ir orientada hacia la desurbanización y el autoabastecimiento local de los bienes esenciales. La aglomeración urbana se transforma en un foco de expansión y contagio masivo, de ahí que la reducción de la población en grandes ciudades sea una herramienta clave para mejorar la vida en la nueva normalidad. 

Las nuevas tecnologías permiten que un grupo amplio de tareas administrativas y no tanto, tanto públicas como privadas, sean realizadas sin necesidad de trasladarse. Ello constituye una oportunidad para que un porcentaje importante de la población urbana pueda dejar de serlo, manteniendo sus fuentes de trabajo.

La desurbanización implica el crecimiento de la población en ciudades medias y pueblos. Dicha política debe ir acompañada de un fomento de la producción local de bienes esenciales. Lograr el desarrollo de comunidades locales relativamente autoabastecidas de agua, alimentos, energía y bienes indispensables para la salud e higiene, debería constituirse en una estrategia de seguridad nacional en el marco de la nueva normalidad. Esas comunidades esencialmente autónomas pueden mantener su actividad social y económica, aún en un contexto donde la expansión de un virus requiera un aislamiento masivo de la población.

@AndresAsiain