Este texto no es un final, ni una conclusión. Porque sobre educación nadie puede tener la última palabra, ni siquiera la penúltima. Es más bien un comienzo, una herencia, un trazo de preguntas sobre la experiencia y la alteridad de hacer escuela en casa

Hace casi dos meses sufrimos un quiebre involuntario, repentino y absolutamente novedoso. La transitoriedad de esta anormalidad nos invita a experimentar nuevas formas de educar para hacer realidad la continuidad pedagógica de la enseñanza.

La escuela se vio sumergida en la urgencia de repensar las propuestas didácticas y los dispositivos para seguir acompañando los procesos de aprendizaje de la manera más eficaz posible. Con fortalezas y muchísimos desafíos, los maestros y maestras asumieron la enorme tarea de organizar en cuestión de días un sistema educativo paralelo.

La arquitectura escolar estalló en este modelo educativo de emergencia. La idea del aula como espacio comunicativo se trasladó a nivel de política pública del gobierno nacional en la elaboración de contenido educativo audiovisual transmitido por la Televisión Pública, la impresión de cartillas para “seguir educando”, la producción de programas de radiales, ciclo de conferencias online con especialistas, la distribución de computadoras del plan “aprender conectados” y al mismo tiempo, hay docentes aprendiendo en la necesidad y urgencia el uso de otras tecnologías educativas para sostener el vínculo pedagógico con sus estudiantes.

Existe una visión dominante de tecnología como aparatología, donde el mercado la posiciona imperativamente como quimera y necesidad de la sociedad actual. No obstante, no siempre la innovación tecnológica trae consigo la mejora en la calidad de vida de los sujetos. Existe el imaginario de que el uso pedagógico de la tecnología trae en sí mismo la ampliación de las posibilidades del aula tradicional y una correspondiente mejora de la calidad de la enseñanza y del aprendizaje.

Necesitamos espacios otros para aprender y la escuela es un espacio otro. Pasan allí otras cosas que no pasan en las pantallas: ritmos, rituales, conversaciones, miradas y silencios que acompañan la construcción colectiva del conocimiento.

Madres y padres se sienten desbordados en esta cotidianeidad. Se desdibujan los vínculos, el espacio público se trasladó a la intimidad familiar, las pantuflas ocupan el lugar de los guardapolvos y el dispositivo escolar pensado para suspender la vida cotidiana, ordenar y contener, se mezcla en plurigrados y pluriempleos en el seno del hogar. Si en la escuela es difícil concentrarse, en la casa mucho más. La simultaneidad, la sincronicidad de los cuerpos y procesos que existen en el aula, no acontecen en el hogar.

Si pensábamos que algo parecido a esto era el devenir revolucionario de una nueva escuela, claramente nos encontramos frente a un escenario menos liberador y emancipador que el espacio escolar.

Debemos armarnos de paciencia, aprender de la coyuntura, aceptar las discontinuidades pedagógicas e insistir en sostener los vínculos de la manera más sana posible. Los saberes valiosos no se reducen solo a lo que dicen los diseños curriculares sobre el contenido a enseñar en cada nivel educativo. Como tampoco se trata de tener que discutir el falso dilema salud/economía; contenido/vínculo; evaluación cuantitativa/promoción automática. Es un momento excepcional y ya tendremos la posibilidad de acompañar nuevamente desde lo menos estridente y más cercano como es el aula.

Tenemos hoy la responsabilidad afectiva de acercar una Pedagogía de la Continuidad para que las infancias y las adolescencias sientan que hay un mañana posible. La escuela y la familia deben asumir juntos el desafío estratégico, como afirma Inés Dussel, de accionar los frenos de emergencia, no para mirar hacia delante, sino para desacelerar y pensar profundamente cosas que en el día a día se nos pierden.

Para ello, siguiendo las reflexiones de Gabriel Brener, debemos estar atentos a no resbalarnos en esa virtualización compulsiva que le agrega tensión y exigencia a una situación actual de mucha fragilidad para todos y todas. Lo virtual no es un reemplazo mecánico de lo presencial. Tiene sus propias lógicas, entorno, reglas, temporalidades y, por lo tanto, su propia cultura.

La evaluación en estas circunstancias debe amortiguar su impulso de calificación para hacerle un lugar a la devolución de los procesos, a la pregunta por los sentires, por los miedos o los deseos. Devolver para acompañar y seguir comunicados. La evaluación tal como la conocemos puede regresar cuando volvamos a encontrarnos de cuerpos presentes, o tal vez no.

Nos toca este tiempo del Kairós, de lo oportuno, donde la casa puede ser un laboratorio de experiencias verdaderas, donde aquello que nos pase no simplemente pase, sino que nos transforme. Tomar como valioso el estar cerca cuando siempre en la voracidad del tiempo cronológico nos toca estar lejos, disfrutar la oportunidad de poder ver como crecen nuestros hijos e hijas y cuando todo esto termine preguntarnos: ¿Qué hemos aprendido los padres, madres y la sociedad en este contexto?

El deseo de una normalidad anormal

Tal vez no sea casual que estas palabras brotan en medio del estreno en Cine.Ar de la película “El maestro”, de Cristina Tamagnini y Julián Dabien, donde el rol de mediador de un docente en torno a la herencia cultural se ve tensionada por rumores sobre su sexualidad. Tal vez sea una arista más para repensarnos en el marco de esta alteridad donde acontecemos y nos acontece, para destejer ciertas miradas e ideales del yo que colocamos sobre el otro, deconstruir los prejuicios ante aquello que no encaja con el orden establecido y abrirnos hacia el inédito viable.

Otra escuela (irreverente con el modelo instituido), otros vínculos (desde la comprensión y la ternura) y otras experiencias (en la alteridad y la diferencia) son posibles porque, hoy más que nunca, tenemos la certeza de que precisamos del otro y nadie se salva solo. Allí la igualdad deberá garantizarse no sólo en el punto de partida, sino también en el de llegada. Devolverle a las infancias el tiempo sin tiempo, dejar de adultizar los procesos, para que jueguen y ensayen nuevos mundos donde cada cual pueda encontrar el suyo. Sin teleología, ni recetas. Abriéndonos a lo imprevisible. Recuperando la escuela como el lugar de las garantías, tejiendo la disponibilidad material y simbólica de soñar con escenarios sociales contrahegemónicos.

Tal vez, como afirma Philippe Meirieu, en Frankenstein Educador, “Quizás haya otro mundo posible, otra ciudad posible, otra escuela posible. Sería una especie de escuela, como diría Alicia, con una especie de gente, de gente rara que no hace nunca lo que se espera de ella, una especie de escuela en la que, para quien sepa ver las cosas de cerca, hay a veces un conejo que saca un reloj del bolsillo del chaleco”.

Tal vez ha llegado el incómodo momento de hacer todo aquello que dijimos que haremos, construir lo que aún no existe a partir de lo existente. Si todo cambia, nada puede seguir igual.

 * Docente, investigador y tallerista. Coordinador provincial del Plan de Lectura, del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Provincia de Salta. Secretaría de Planeamiento Educativo.