Colgué a mis hijos del ventilador de techo. Ellos felices, contentos. Reían, gritaban. Mi mujer llamó a la policía. Los destellos azules de las luces de los patrulleros.

El hecho es que empecé yo a colgarme del ventilador. Agarré una soga, la até a mi tobillo, después a una de las aspas. Era maravilloso.

Mi problema es la sombra.

Veo una sombra. Me persigue. La veo en el agua del inodoro cuando voy al baño, a mi costado cuando camino por la calle, en el techo cuando estoy acostado, sobre mí cuando leo. Es algo apabullante, insoportable, la sombra es la pesadilla de mi vida. Encontré un alivio colgándome del ventilador. Lo hacía a la tarde cuando mis hijos estaban en la escuela y mi esposa trabajando. Me quedaba girando por media hora, una hora, y después me tiraba con los brazos abiertos, boca arriba en la cama, a disfrutar de no ver a la sombra, un ratito aunque sea.

Había encontrado otros modos de lidiar con la sombra. Uno era hacer bizcochuelo de limón y regalarlo. Regalarlo a amigos, familiares, hasta a desconocidos que pasaban por la calle. Me pasaba horas haciendo bizcochuelos de limón. Mi psiquiatra lo consideró discordante, así que me obligó a dejar de hacerlo. Dejé de hacerlo. Para mi familia fue un alivio, en mi casa hacía mucho calor por tener el horno todo el día prendido. La sombra volvió. Ahí estaba la perra sombra siguiéndome por todos lados. Encontré otra salida. Hacer piques corriendo desde la puerta de mi casa hasta el contenedor de basura en la esquina. Me dediqué a eso. Correr, picar, un, dos, tres, salir corriendo, tocar el contenedor, volver a todo lo que da. Eso me alejaba de la sombra. Pero me desgarré. Un día sentí un pinchazo en la pantorrilla y un dolor agudo que me hizo caer al suelo. Los médicos diagnosticaron un desgarro. Dejé de correr y por supuesto la sombra volvió.

La sombra es algo insoportable.

Siempre está ahí.

Es demasiado.

Demasiado para que un ser humano pueda soportarla.

Los destellos azules de las luces de los patrulleros.

Así que un día se me ocurrió que podía colgarme del ventilador. Eso hice. Agarré una soga, me colgué, fue maravilloso. Giraba y giraba como en una calesita. Un día mi mujer con mis hijos llegaron antes de lo habitual. Me encontraron dando vueltas. Mi mujer se espantó. Mis hijos se mataban de la risa. Ella habló con el psiquiatra. El tipo me citó de urgencia. Fui a verlo. Le dije que la sombra era insoportable. Que colgarme del ventilador me aliviaba. Me dijo que era un hábito muy discordante. Que hiciera cosas normales. Que buscara una forma normal de hacerlo. Encontré otro modo de lidiar con la sombra. Me puse a leer literatura de terror. Novelas oscuras llenas de misterio. Las leía de atrás para adelante, esa era la particularidad, lo discordante, pero nadie se daba cuenta. Parecía que las cosas habían encontrado su orden. Lo normal, como pretendía mi psiquiatra, se había logrado. Entonces ocurrió, como ocurren muchas cosas en la vida, en el momento menos esperado, mis hijos, dos hermosos chicos de seis y siete años, una tarde en que su madre, o sea mi esposa, no estaba en casa, me pidieron que los colgara del ventilador. Me lo pedían con énfasis, con alegría y yo, que soy malo para poner límites, los colgué. Giraban y giraban y nunca los había visto tan felices hasta que llegó mi esposa, y se puso a gritar, y llamó a mi psiquiatra, y él le dijo que llamara a la policía.

Los destellos azules de las luces de los patrulleros. Eso me impactó. Llegaron cinco o seis autos de la policía. Bajaron todos apresurados como si yo fuera un narcotraficante o un terrorista. Me apuntaron con las pistolas. Lo extraño fue que mis hijos se reían. Rompieron a llorar cuando vieron tantas armas. A decir verdad los policías estaban un poco confundidos, pero siguieron las órdenes y me llevaron.

No estoy preso.

Estoy acá, internado en una clínica. Tengo dos amigos, uno se lava las manos ciento cincuenta veces por día, otro dice ser enviado por los extraterrestres. Son buena gente. En lo que respecta a mí la sombra ha vuelto, implacable, y ahora a eso se le suman los destellos azules de las luces de los patrulleros.

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