Hay algo curioso y que hasta peca de inocente en el discurso de Eugenio Barba, considerado el último reformador del teatro del siglo XX, que durante esta semana se encuentra en Buenos Aires. Se trata de su concepto de “pueblo secreto”, término con el cual designa a aquella porción del público de cada país que, ante una nueva visita suya y de su compañía, el Odin Teatret, se reúne para verlo. “Hay personas, algunas vinculadas al teatro y otras que no, que tal vez ni vieron al Odin pero que tienen un vínculo especial y significativo con nuestro teatro”, se extraña el dramaturgo y director italiano, como si no fuera consciente del lugar que ocupa en la discusión sobre lo teatral, y en la historia misma del teatro.

Discípulo del polaco Jerzy Grotowski, Barba forma parte del “dream team” de maestros que marcaron con sello propio el teatro “moderno”. Como Konstantín Stanislavski, Vsévolod Meyerhold, Antonin Artaud, Grotowski y no muchos más, el teatrista instauró una nueva forma de articular la práctica teatral con el pensamiento sobre ese arte dando lugar, en su caso, al estudio de la Antropología Teatral, disciplina extendida en todo el mundo. Desde el Odin, teatro y grupo que fundó cuando emigró primero a Noruega y luego a Dinamarca, donde se estableció, hace más de cincuenta años que trabaja en esa dirección, siempre reuniendo a actores de distintas nacionalidades (actualmente en la compañía hay de cuatro continentes) para buscar juntos aquellos principios que son comunes a todos, aquellos elementos de “pre–expresividad”. 

En medio de una gira por América latina que comenzó en Uruguay, el creador presentará en la Argentina Las grandes ciudades bajo la luna, un espectáculo que forma parte del repertorio del Odin desde hace diez años pero que, según cuenta Barba a PáginaI12, “se volvió lamentablemente vigente”. Basada en “el espíritu de Bertolt Brecht”, la pieza “cuenta las consecuencias que sobre los inocentes tienen los conflictos”. Se presentará en el Centro Cultural Recoleta, el Teatro 25 de mayo, el Banfield Teatro Ensamble y en la Sala 420 de La Plata y será protagonizada por varios de los célebres intérpretes de la compañía.

–Usted es considerado de manera unánime como uno de los grandes maestros del teatro del siglo XX. ¿Cómo toma eso, el ser un referente de una época que ya pasó, siendo que sigue trabajando también en este siglo?

–Yo cometí un gran pecado que es el de no haber muerto hace un tiempo. Creo que hay que morir relativamente joven. La perspectiva de llegar a vivir como mi mamá, que murió a los 96, hace que me esperen quince años más de teatro, es decir que trabajaría hasta 2032, año al que voy a llegar como esas tortugas gigantes y viejas que están en Galápagos (risas). De todos modos es verdad, yo pertenezco al siglo XX. Todo lo que pase ahora lo vivo y reacciono frente a eso, pero es totalmente diferente. A mí lo que me ha influido son los acontecimientos históricos del siglo pasado, y profundamente la Segunda Guerra Mundial. Yo viví los bombardeos, perdí a mi padre, estuve rodeado de mujeres vestidas de negro que andaban de luto porque perdían a sus hombres. Todo eso, y los conflictos posteriores, la Guerra Fría, han marcado al teatro, y no sólo al mío. Ahora es distinto. Nadie sabe bien contra quién luchar. Podés hacerlo contra la corrupción de un ministro o contra una presidenta que se comporta de manera deshonesta, pero no tiene ya la idealidad de un ideal. En el siglo XX uno creía, como fascista, como nazi, o como comunista, que se podía cambiar el mundo.

–Sin embargo varios académicos señalan que, específicamente en el campo teatral, el siglo XX pareciera no haber terminado.

–Sí que se ha terminado. El siglo XX fue el Siglo de Oro para el teatro, y eso que empezó difícil. Durante los primeros años aparece el cine y el teatro descubre que hay un competidor enorme. El cine no sólo conquista espectadores sino que impone otro tipo de actuación, una que tiene que ver con el comportamiento natural de la vida, algo que hasta ese momento no existía porque el teatro era bastante codificado. De repente, toda esa cultura del actor que formalizaba su manera de actuar, todo el tema de los papeles fijos, todo eso desaparece, y los actores empiezan a adaptarse a la exigencia del comportamiento del cine. Así empezó el siglo y lógicamente todos pensaron que era algo malo, que el teatro iba a desaparecer. Pero no. Al contrario. El teatro descubre que puede ser un actor de política, una herramienta de conciencia, de espíritu. Y se transforma en un factor, justamente, de transformación, porque transforma a la persona que lo hace como a la que lo ve. Eso es lo que se termina en el siglo XX, por eso se tiene la sensación de que nada está pasando en esta nueva época, de que no hay maestros.

–¿Usted cree eso, que nada está pasando?

–Creo que pasa lo que pasó históricamente. Hay una época de grandes mutaciones y una época que le sigue en la que los artistas son sólo testigos de lo que han vivido y no aportan, sino que transportan todo eso a una nueva generación. Lo único que creo que verdaderamente ha cambiado es la profunda capacidad de transformación que tiene la tecnología, que también modifica al teatro porque se ha vuelto una parte de nuestro cuerpo. Yo eso lo veo, pero como si estuviera dentro de un televisor, de forma mediada. Es una realidad a la que no puedo terminar de entrar.

–Habla del poder de transformación que tuvo el teatro al menos hasta el siglo pasado, pero sin embargo ha dicho, en otra entrevista a este diario, que el teatro no es necesario para la sociedad sino sólo para quienes lo hacen.

–Y lo sigo pensando. Todavía no puedo explicar cómo es que una generación tras otra se acerca al teatro. Pienso que es porque es una manera de socializar todo un caos interno que uno tiene, y también porque es una especie de conocimiento social. No lo digo yo, de todos modos. Los primeros que dijeron que el teatro no era más necesario, tal como pretendían los maestros de principios de siglo, fueron Peter Brook y Jerzy Grotowski, que lo dicen casi al mismo tiempo y sin conocerse, uno en Londres y el otro en Polonia, bajo el orden comunista.  

–Usted fue discípulo de Grotowski, quien postuló la necesidad de un “teatro pobre” que eliminara lo superfluo y se centrara en el actor y su cuerpo, en lo esencial. ¿Piensa que el teatro pobre tiene la misma potencia en países que son de por sí pobres, sin tanta espectacularidad? 

–Voy a decir esto habiendo visto nacer el teatro pobre de la mano de la persona que inventó ese término: para hacer teatro pobre debés ser rico (risas). Grotowski hacia teatro pobre, sí, pero buscaba un espacio vacío y dentro de él mandaba a construir un escenario particular que permitiera ciertas cosas que él buscaba, y que costaban un montón de dinero. Su teatro pobre sólo fue posible dentro de un país socialista que financiaba a la cultura. 

–Bueno, usted alzó el concepto de “Tercer teatro”, que es aquel que no es ni el teatro oficial ni el que lo rodea, que busca imitarlo, y ahora está presentando este trabajo en al menos dos espacios que dependen del Estado. 

–Sí, y es una victoria, porque estamos ocupando esos espacios con nuestro teatro. La semana pasada estuvimos en Uruguay e hicimos espectáculos en pequeños teatritos sucios, que no limpiaban, todo muy tercer teatro. Después nos invitó el Solís y fue un placer. Cuando llegamos pensamos “ahora sí” (risas). 

–¿Tampoco encuentra contradictorio montar el espectáculo en un teatro “alla italiana”, siendo que siempre pugnó por la proximidad con el público?

–¿Porque está alejado el escenario? No. Vayan a ver la obra y después díganme si se puede hacer o no. Como director debés decir que todo es posible. Lo único que hay que ser es eficaz, ganar la batalla, atraer la atención de los espectadores y que al final tengan la sensación de que un extraño animal invisible entró a su cuerpo y se está cazando con otros animales. Esa es la batalla del director.


Para anotar en la agenda

  • Las funciones de Las grandes ciudades bajo la luna se realizarán mañana y el jueves a las 20, el sábado a las 18 y el domingo a las 11 en el Centro Cultural 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444). El viernes a las 20 se presentará en el Banfield Teatro Ensamble (Larrea 350, Lomas de Zamora).
  • Los workshops tendrán lugar el 23, 24 y 25 de marzo en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930).
  • La demostración “Blanca como el jazmín” se verá hoy a las 20 en el Centro Cultural Recoleta.