“El mundo no será el mismo” se repite como un mantra en estos días. Lo que no queda claro es cómo mutará. De momento se ven algunas tendencias potenciadas por la cuarentena que echan raíces suficientemente profundas como para perdurar. ¿Qué ocurrirá con el teletrabajo si el aislamiento social deja de ser imprescindible? Para aquellos ámbitos en que trabajar a distancia es posible es una tendencia que se está consolidando.

En primer lugar, para las empresas está el ahorro en alquileres, mantenimiento y transporte, costos que pueden ser significativos. En Manhattan, por ejemplo, donde muchas corporaciones pagaban el precio de alojarse en el ombligo el mundo, ya se puede ver cómo cambiará el panorama. Según un informe reciente del New York Times, empresas con miles de empleados, como Barclays, JP Morgan Chase y Morgan Stanley que ocupan cerca de 100.000 metros cuadrados de oficinas, están repensando quiénes volverán a las firmas y quiénes seguirán en sus casas. 

Facebook reincorporará el 25 por ciento de sus empleados a partir de julio pero solo para tareas de mantenimiento. El resto seguirá en sus hogares hasta fin de año. La red social estaba por cerrar contrato por casi 70.000 metros cuadrados de oficinas en Manhattan antes de la cuarentena. Las dudas sobre si se concretará esa operación inmobiliaria funcionan como caso testigo y encienden las alarmas de las inmobiliarias de la zona que ya renegocian contratos a la baja.

Twitter ofreció a quienes lo deseen seguir trabajando a distancia para siempre y Google avisó que continuarán con el teletrabajo al menos hasta fin de año. 

Oficinas

Según el reporte de los especialistas en negocios inmobiliarios Douglas Elliman and Miller Samuel, la cantidad de nuevos alquileres en Manhattan cayó un 71 por ciento en abril respecto del año anterior. De confirmarse esta tendencia, también se verá seriamente afectado el ecosistema dependiente del flujo cotidiano de oficinistas. El impacto para los locales cercanos, desesperados por recuperar clientes, puede ser devastador. 

Cabe aclarar que tras el atentado de las Torres Gemelas se originaron vaticinios similares que no se concretaron, algo que esperanza a los afectados por el parate económico.

¿Cuál es el volumen real y potencial del teletrabajo en Estados Unidos? Según estadísticas del Bureau of Labor Statistics del Departamento de Trabajo, antes de la cuarentena, cerca del 8 por ciento de los empleados trabajaba algunos días desde sus casas y el 2 por ciento lo hacía todos los días, cifras que seguramente se dispararon en estos meses. 

¿Qué pasa con la productividad? El estudio disponible más completo sobre el tema lo publicó la Universidad de Stanford en 2015 y se basó en 16.000 empleados del call center de una empresa china: el resultado fue un incremento del 13 por ciento, tanto por la cantidad de horas de trabajo como por la productividad. Los empleados también revelaron estar más contentos con esa modalidad.

Control

No es posible extender esas conclusiones hacia cualquier tipo de trabajo o cualquier lugar del mundo. De hecho, como los empleadores tienen miedo a la procrastinación en los hogares, se expandió el uso de plataformas para monitoreo de los empleados

Una de las que tuvo mayor crecimiento es Zoom , un sistema de teleconferencias que permite al titular de una cuenta paga saber si los demás no interactúan con su computadora por demasiado tiempo, qué hay en su pantalla, por dónde se mueve.

También aumentó la demanda de un software para empleadores de la empresa Hubstaff que cuesta entre 7 y 20 dólares mensuales. Esta herramienta se instala tanto en la computadora como en el celular y registra qué programas están en uso en cada momento, cuáles están activos, hace impresiones de pantalla regulares, tiempo en que se interactúa con el teclado o el mouse, geolocalización. De esa manera el empleador puede acceder a imágenes de charlas “privadas” de un empleado poco cuidados o analizar el tiempo de trabajo neto. Ni hablar del registro de actividades más personales si el empleado olvida cerrar el programa. En resumen, de no ser pago y de instalación voluntaria, este software podría ser considerado como malicioso por la cantidad de información que obtiene del usuario.

Una mirada veloz y superficial, sobre el teletrabajo permite imaginar un escenario donde todos ganan: se ahorra tiempo en viajes o costos en oficinas que permitirían aumentar salarios y ganancias; hay un impacto ambiental positivo, mayor presencia de los adultos en las casas. Pero más allá de las suposiciones, la cuarentena está demostrando que también hay consecuencias no deseadas, sobre todo las que tienen que ver con el control corporativo en los hogares, jornadas de trabajo más extensas  y pérdida de los tiempos de ocio y para las tareas domésticas.

Los empresarios aprovecharán este experimento social forzado para evaluar costos y beneficios con información confiable. Menos claro queda si los empleados tendrán ocasión de negociar alternativas de acuerdo a su propia experiencia: ya es frecuente la queja porque las horas ahorradas en viajes se ocupan rápidamente por demandas laborales que no respetan horarios ni días. La discusión ha cobrado vigencia y el mercado laboral argentino no es la excepción.

Ordenador social

Los datos sobre teletrabajo en la Argentina son escasos. Uno de esos informes que da idea de la situación es del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC). Señala que menos del 8 por ciento de los empleados trabaja desde el hogar y calcula que cerca del 28 por ciento de las tareas podrían hacerse a la distancia. Al cruzar esa cifra con la disponibilidad real de TIC en los hogares, ese porcentaje desciende al 18 por ciento. 

Estos datos generales permiten suponer que el teletrabajo en el país podrá ubicarse en algún punto entre ambas cifras. Entre las tareas “virtualizables” aparecen algunas de gran peso relativo como la educación.

El intenso debate sobre las clases virtuales y sus matices es un buen indicador de que el proceso ya está produciendo reacomodamientos necesarios de procesar y adaptar a distintas situaciones.

“Esta pandemia ha sido un ordenador social terrible”, dice Jorge Zaccagnini, quien se autodefine como un “tecnólogo de la causa nacional” y se ha desempeñado como especialista en el área desde el Estado, universidades, sindicatos y empresas. Es uno de los fundadores de Infoworkers, una asociación civil que hace veinte años ya discutía con las telefónicas cuando intentaban imponer distintas formas de teletrabajo

“Siempre fuimos críticos de la fascinación tecnológica. Planteamos en primer lugar el problema sobre los riesgos en el cambio de escenario: la insularización y la dificultad de que se desarrolle la conciencia del trabajador. En esos años Infoworkers sacó un documento sobre el teletrabajo que tiene una enorme vigencia”, señaló Zaccagnini, para agregar que el riesgo es que que cada empleado se enfrente solo con sus empleadores desde una posición más débil.

Zaccagnini asegura que en los gremios están muy preocupados por el tema, al igual que los tecnólogos, los trabajadores y los abogados laboralistas. Por eso están planteando la necesidad de fortalecer el Instituto del Teletrabajo creado por Inforworkers para que investigue concretamente los efectos sobre un proyecto nacional. 

“Hay un riesgo muy grande: que por este apuro de la pandemia se imponga el teletrabajo como único modo posible para poder realizar una actividad. El riesgo es que esta modalidad se naturalice sin haber desarrollado jurisprudencia, conceptos y leyes laborales que permitan preservar los derechos del trabajador”, apunta el especialista.

Para no caer en la trampa de la “tecnología” como un vector de un solo sentido, Zaccagnini propone pensar en “tecnología conveniente, un concepto que proviene del pensamiento nacional. Confronta con otro de los riesgos que es la fascinación tecnológica. El movimiento obrero tiene que sentarse en esta mesa de poder para discutir junto con el resto de los sectores el sentido que tiene el desarrollo tecnológico.

Regulación

Por su parte el Senador pampeano Daniel Lovera (FdT) presentó el 23 de abril un proyecto de ley que regule el teletrabajo. Una de sus asesoras es Sofía Scasserra, economista del Instituto del Mundo del Trabajo “Julio Godio”, de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF). Explica un concepto ya implementado en la legislación francesa y alemana, que protege a los trabajadores de jornadas sin fin: “El derecho a desconexión lo están relacionando con el teletrabajo pero es más amplio. Afecta al obrero de la construcción que acaba de salir de la obra y lo llaman para preguntarle dónde está la espátula. Obviamente esto se maximiza en el teletrabajo porque todo es a través de aplicaciones”. Esto tiene que ver con el derecho del trabajador a no recibir llamados, mensajes o mails fuera de su jornada laboral. 

No es el derecho a clavar el visto; es el derecho a no recibir nada, porque tiene que ver con la salud mental del trabajador. Porque si no te quedás pensando que tenés que contestar y eso afecta psicológicamente”, indica Scasserra. Para evitarlo la ley debería prever un máximo de veces que te pueden contactar o los motivos por los cuáles pueden hacerlo. En caso de se incumpla tiene que haber una penalidad o retribución, como si se tratara de horas extra. Según la investigadora, el límite de llamadas y horarios para recibirlas debería discutirse según niveles de responsabilidad y áreas de trabajo. “No es lo mismo un obstetra que un bancario”, aclara.

El trabajo es uno de los grandes organizadores de la economía, pero también de la vida social, familiar y personal. Un cambio drástico en la velocidad de implementación del teletrabajo puede tener grandes efectos colaterales, más si se da en el marco de una ola global fogoneada por la pandemia, con lógicas tecnológicas que no reconocen matices y avasallan todo con herramientas que ingresa sin control por la fibra óptica. 

Resulta fundamental para los actores involucrados entonces tener una idea clara de lo que está en juego y que cuando se determine el marco de funcionamiento del teletrabajo estén todas las posiciones sobre la mesa.