La pandemia, como fenómeno inédito en este siglo, ha cristalizado una situación por sobre otras: que la ciencia y la tecnología pueden ser concebidas como un camino hacia la soberanía. Por ello, entre tantas pálidas, comencemos con buenas noticias para justificar dicha afirmación. A los tests serológicos (“Covidar”, Instituto Leloir) y a los similar PCR (“Neokit” , Instituto Milstein), se sumaron otras iniciativas promovidas por los científicos y las científicas de Argentina. Los barbijos con propiedades antivirales (UBA-UNSAM) que ya están a la venta; los termómetros infrarrojos con tecnología IOT (Internet de las cosas, desarrollado por el gobierno de Misiones) que serán colocados en hospitales, colegios y aeropuertos; un sistema de válvulas para que un respirador pueda ser utilizado por dos o más personas a la vez (Facultad de Ingeniería y de Ciencias Veterinarias de la UBA); proyectos para una vacuna de Covid-19 (están en carrera las propuestas de la UNSAM y de la Universidad Nacional del Litoral); un algoritmo para predecir focos de contagio (expertos que asesoran al gobierno bonaerense) ya en uso; un test multiespecie que sirve para detectar coronavirus en humanos y animales (Universidad Nacional de José C. Paz). Además, se han fomentado estudios de modelado matemático y Big data ; fármacos basados en anticuerpos de llamas ; pruebas en terapia de plasma del convaleciente; abordajes sociológicos, psicológicos, neurocientíficos y ambientales para explorar el modo en que la situación actual ha afectado los vínculos entre los humanos y el ambiente.

La lista, en verdad, continúa. De hecho, hay más de 60 proyectos financiados por la Unidad Covid-19 (conformada por el MinCyT, el Conicet y la Agencia) que no fueron nombrados. Me faltó citar, asimismo, aplicaciones y software de todo tipo y color (la de autodiagnóstico fue especialmente relevante al comienzo del aislamiento). En fin, hay múltiples avances que no fueron mencionados, sencillamente, porque el espacio es finito. Hay una pregunta ineludible en esta nueva realidad: ¿por qué necesitamos en el país científicos y científicas investigando en todos estos campos? Y la respuesta más robusta que emerge proviene del lado de la geopolítica: porque la ciencia es situada, es una herramienta que podemos poner a jugar según los contextos, los espacios y los tiempos. Es cierto, la pandemia es un conflicto global, pero también es cierto que adquiere diferentes matices según el territorio desde el cual uno la piensa –si es que ese lujo aún es permitido y tolerado entre los mortales–. Nuestro país tiene sus particularidades, sus problemas son específicos y, como resultado, las soluciones propuestas por el sistema científico y tecnológico deben asumir las mismas características.

¿Por qué necesitamos, entonces, desarrollos autóctonos que respondan a nuestras propias necesidades? Porque, de lo contrario, nadie más lo hará por nosotros. En criollo, ningún equipo de investigación chino o yanqui se interesará por resolver nuestras penas de manera gratuita.

Hay que cuestionar de una vez y para siempre los imperativos que asumía el positivismo a comienzos del siglo pasado y que, todavía, en algunos casos continúan arraigados al sentido común. Me refiero a “La ciencia no tiene bandera”; o bien, “La ciencia es universal en la medida en que un desarrollo del otro lado del mundo, seguro nos beneficiará también a nosotros”. En contraposición, la ciencia –como cualquier proceso cultural– se ha mercantilizado. Y ello no representa ninguna novedad. Es un campo que no solo está compuesto por científicos y científicas sino también –y sobre todo– por grandes corporaciones que, como sucede en otros ámbitos de la vida social, colocan las reglas de juego. A tal punto que, una vez que se desarrolle la bendita vacuna, los organismos multilaterales –si es que todavía confiamos en ellos– deberán intervenir para que todos los rincones del mundo reciban sus dosis. Además, el asunto recién comienza.

Esta semana nos hemos enterado, a través de un proyecto de colaboración entre científicos chinos, australianos y estadounidenses, que existen cientos de coronavirus diferentes en murciélagos y que, además, los transportan por amplios territorios. Frente a ello, habrá que armarse de paciencia de cara a una “nueva normalidad” que se avecina y que puede traer buenas noticias después de todo. Un mensaje optimista fue el de Darío Sztajnszrajber en su diálogo con Bárbara Schijman : “Son tiempos para la introspección; son tiempos para repensarnos. Probablemente muchos cambiemos en la expectativa que tenemos de nuestro cotidiano y eso ya es un montón; eso también es algo revolucionario”.

Por último, también estoy en la obligación de señalar que hay ciencia más allá del coronavirus. Agarremos tres eventos al azar que sucedieron en estos días y que Página/12 buscó difundir de la manera más adecuada. Primero: comunicamos la actividad de un grupo de astrónomos alemanes que reveló la existencia de un exoplaneta que orbita la estrella Kepler-160 . El cuerpo tiene características similares a las de la Tierra y la distancia de su órbita con respecto a la estrella es óptima para el desarrollo de la vida. Sí, leyeron bien: “De-sa-rro-llo-de-la-vi-da” Segundo: la NASA informó que un asteroide de gran tamaño pasó a una distancia de 5 millones de kilómetros de nuestro mundo. Si bien lo clasificó como “potencialmente peligroso” por su cercana trayectoria, la comunidad científica estuvo rápida de reflejos para asegurar que no poseía el tamaño necesario para ser considerado “una amenaza”. Tercero: investigadores de Indonesia confirmaron el hallazgo de la "lagartija nariz de cuerno", una especie de reptil única del que solo se conoció un espécimen hace 130 años. El animal, que –naturalmente– posee como característica distintiva un cuerno que sobresale de su nariz, había sido visto en 1891 por última vez. Misterios de la evolución, teléfono para Darwin.

Por lo visto, con o sin aislamiento, el mundo sigue girando. La riqueza de la Tierra y del universo nos desborda como especie. Tal vez, como dijo Darío Z, éste sea un momento óptimo para la introspección, para mirar bien hacia adentro y escudriñar si efectivamente la crisis puede significar una oportunidad.  

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