Desde Madrid, especial de El País, para Página/12.

Lo había olvidado. No te telefonean sólo para hacerle preguntas como "¿qué piensa de la muerte de Pertini?". Las llamadas ahora son sobre el Mundial y de dos categorías. Existe el cronista desinformado que no sa­be nada de mis opiniones sobre el fútbol y quiere saber lo que pienso sobre el campeonato y el que ha leído varios de mis artículos, sobre todo los de L 'Espresso, a través de los cuales me he hecho una mala fama, y quiere una opinión de un enemigo declarado del fútbol.

En el segundo caso se trata de un equívoco. Yo no tengo nada contra el fútbol. No voy a los estadios por la misma razón que no iría a dormir por la noche a los pasos subterráneos de la Estación Central de Milán (o a pasear por Central Park, de Nueva York, pasadas las seis), pero, si se presenta la ocasión, veo un buen partido con interés y placer en la tele­visión porque aprecio los méritos de este noble deporte. Yo no odio al fútbol. Yo odio a sus fanáticos.

No se entienda mal. Yo guardo hacia los hinchas los mismos senti­mientos de la Liga Lombarda hacia los extracomunitarios. "No soy ra­cista, siempre que se queden en su casa''. Por su casa entiendo los sitios en que se reúnen y los estadios, y no me preocupa lo que suceda en ellos. Casi prefiero que vengan los de Li­verpool, pues, por lo menos, me di­vertirán las crónicas: si se trata de un circo, que corra la sangre.

No me gusta el hincha porque tiene una extraña característica: no entiende por qué tú no lo eres e insis­te en hablar contigo como si lo fueras. Un ejemplo. Yo toco la flauta dulce (cada vez peor, según Luciano Berio, aunque que los gran­des maestros me sigan atentamente me produce satisfacción). Suponga­mos que estoy en un tren y le digo al señor de enfrente simplemente por charlar: "¿Ha oído el último com­pacto de Franz Bruggen?". "¿Có­mo dice?". "Me refiero a la pavana lachryme; al principo es un poco len­ta". "Perdone, no entiendo". "Hablo de Van Eyck , ¿no? (silabe­ando) el Blockflote". "Mire, es que yo... ¿se toca con el arco?". "Ah, ya entiendo, usted no...". "Yo no...". "Curioso. ¿Sabe usted que para te­ner un Cooisma hecho a mano hay que esperar tres años? Para eso es preferible un Mosck de ébano. Es el mejor de los que existen en el merca­do. Lo ha dicho incluso Gazzelloni. Oiga, ¿usted llega hasta la quinta va­riación de Derdre doen Daphne d'over". "Pues, verá, yo voy a Parma...". "Ah, usted toca en F y no en C. Sí, da más 'diisfacciones. ¿Sabe que he descubierto una sonata de Loiellet que..." ''¿De Loli... qué?". "Me gustaría ver qué hace con las fantasías de Telemann. ¿Us­ted llega? ¿No empleará por casuali­dad la digitación alemana?". "Ve­rá, los alemanes... el BMW será buen coche pero."Entendido, entendido. Usa la digitación barro­ca. Justo. Mire, los de Saint Martin in the Fields..."

Bien, no sé si me he explicado. Pe­ro seguro que ustedes estarían de acuerdo con que mi desafortunado compañero de viaje se agarrará a la palanca del freno de emergencia. Pues, lo mismo sucede con el hincha. La situación es difícil con los taxistas. "¿Ha visto a Vialli?". "No, debe de haber venido cuando yo estaba afuera". " Pero esta noche verá el partido, ¿no?". "No, tengo que trabajar en el libro Zeta de la Metafísica, el Estagirita, ¿sabe?". "Bueno, véalo y ya me dirá. Para mí. Van Basten puede ser el Mara-mundo del '90".

Y venga a darle, como sí hablara con un muro. No es que a el no le im­porte nada que a mi no me importe nada. Es que no puede concebir que a alguien no le importe nada. No lo comprendería ni aunque tuviese tres ojos y dos antenas. No tiene ni si­quiera noción de la diversidad, va­riedad e incomparabílidad de los mundos posibles.

He puesto el ejemplo del taxista, pero hubiese sido igual si me hubiese referido a las clases hegemónicas. Sucede lo mismo que con la úlcera, que ataca tanto al rico como al pobre. Lo curioso es que criaturas tan convencidas de que todos los hombres son iguales están siempre dispuestas a partirle la cabeza al hincha de la provincia limítrofe. Es­te chauvinismo ecuménico me admi­ra. Es como si los de la Liga dijeran: "Dejad que los africanos vengan a nosotros. Así les podremos zurrar a gusto".

* Nota publicada en Página/12 durante el Mundial de Italia 90.


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No me gusta el hincha porque tiene una extraña característica: no entiende por qué tú no lo eres e insis­te en hablar contigo como si lo fueras".

"Lo curioso es que criaturas tan convencidas de que todos los hombres son iguales están siempre dispuestas a partirle la cabeza a otro hincha".