Desde Roma

No quedan ni las banderas de la FIFA que adornaban el Centro Stampa. Amigos de lo ajeno, diría un viejo cronista de policiales, se las llevaron con el cierre del Mundial. Los stands de los sponsors oficiales se desmontan con la rapidez de quien ya espera sus vacaciones en Rimini, Sicilia o las más económicas playas Fregene y Ostia. Los alemanes se llevaron su copa a Frankfurt. Los italianos se quedan pensando en el futuro y el Europeo del '92 como la gran revancha mientras sueñan con la "coppia" Schillaci-Baggio en la Juve de Agnelli. Se fue Joao Havelange con las cuentas de la FIFA más millonarias. Se fue Joseph Blatter, el Richelieu de la entidad madre, al retiro suizo de Ginebra. Aquí mismo, nos apuran para terminar de abofetear por última vez la máquina de escribir.

No sólo se jugó al fútbol en Italia. Los alemanes celebraron con su título mundial la reunificación con el Este, una situación política que el italiano medio festeja con alborozo pero que sus políticos toman con pinzas porque en el libre juego del Mercado Común Alemania se les presenta, también allí, como otro futuro rival. El manejo del fútbol en manos de esa gran multinacional que es la FIFA recibió otro espaldarazo porque la organización no tuvo puntos débiles, porque en Argentina-Italia, por ejemplo, se recaudaron seis millones de dólares, también beneficiando a la RAI que tuvo veinticinco millones de espectadores en ese encuentro, a cambio de jugosos réditos por publicidad. Italia, en este Mundial, puso a prueba su equilibrio político. Ahora, pasada la euforia, casi olvidado el dolor por la eliminación y apagados los fuegos artificiales de la ceremonia final, volverán a pelear por una inyección en el salario mínimo y móvil bajo amenazas de huelgas generales de las tres centrales sindicales. El papa Juan Pablo se irá a su retiro de Castelgandolfo para retornar después, cuando llegue el tiempo fresco del otoño, a promocionar el tour religioso al Vaticano.

Argentina también cerró su Mundial. El presidente Menem no pudo repetir el gesto de Raúl Alfonsín, cuatro años atrás, cuando ofreció el balcón de la Rosada a los flamantes campeones. Reunir su primer año de gobierno, la fiesta de la Independencia y el festejo por un nuevo título mundial que no podía darse de ninguna manera quedó trunco. Ahora se habla de los "campeones morales". Las lágrimas de Diego, las de Lorenzo, vía satélite, fueron capaces de conmover a todo un pueblo que salió a las calles a testimoniar su agradecimiento por el esfuerzo, no por el fútbol que dieron. La línea de Carlos Bilardo quedará en la historia de las estadísticas, nada más. No se podrá decir, ahora, que "nos copian en todo el mundo". Este segundo puesto de ninguna manera legitima estos cuatro años que pasaron desde México. No se puede ser campeón mundial jugando de la manera que se hizo ante los alemanes. Y no pongamos las excusas de los suspendidos o lesionados porque contra Camerún jugaron Sensiní, Lorenzo, y Caniggia fue suplente. Que no se pongan como atenuante los silbidos a Maradona y al himno. Pertenece a otro tipo de análisis. Italia silbó a Argentina porque la eliminó del Mundial y porque tiene a Diego. O al revés.

La selección argentina dejó muy poco en este Mundial. No hay espejo dónde mirarse en un futuro difícil de prever porque, además, Maradona anunció su retiro. Es necesario volver a las fuentes, aunque de tan remanida la frase no haya perdido vigencia. Brasil es el ejemplo. Argentina debe hacer lo mismo. No se gana un Mundial apostando a esperar siempre. Un Mundial debe ser la coronación de cuatro años de trabajo, competencia, rescate de nuevos valores, de imponer una línea hacia dentro y hacia fuera del fútbol local. ¿Qué equipo en la Argentina juega como esta selección? ¿Aparte de Basualdo, cuántos jugadoies de verdadero nivel produjo esta selección? ¿Qué jugadores ofreció Carlos Pachamé de todos los juveniles que dirigió en ocho años?

Es necesario un equipo que convoque, que llame al público, que interese a los empresarios. Argentina es barata para presentarse en Europa. Casi nunca la llamaron. En la Copa América del '87 se tuvieron que regalar entradas a varias hinchadas para asegurar el aliento. Es necesario dirigentes en serio, que no sólo se anoten en la lista de viajeros. Pedían la cabeza del técnico y los jugadores después de Camerún, hablaban de "Carlitos" cuando se eliminó a Brasil e Italia.

Por último, la gente. Esa que salió a festejar por 9 de Julio. La que no siempre va a la cancha, pero que lleva este juego bien adentro. Cuando pase la euforia por "los campeones morales", cuando se entienda que habrá que agradecer haber llegado con este equipo a las finales de un Mundial, deberá, también, exigir que se la tenga en cuenta por todo aquello dicho más arriba. Cuando el análisis sea más desapasionado, más profundo, también deberán exigir un retorno al estilo que hizo grande al fútbol argentino. Y si no, a los amantes de la cientifización del fútbol, proponemos sentarnos a ver los videos de los siete partidos que jugó la selección en el Mundial. Por orden de aparición. Si soportan los 90 minutos con Camerún podremos pasar a los soviéticos y seguir discutiendo sobre la "otra mano de Dios". Si queda ánimo pasamos a sufrir de nuevo con los rumanos. Y si queda alguno despierto a ver el partido en Turín con Brasil.

* Nota publicada por Página/12 durante el Mundial de Italia 90.