Desde Barcelona

UNO Entre el 22 y el 23 de abril de 1616 les pasaron dos cosas importantes a dos importantes: William Shakespeare y Miguel de Cervantes pasaron a mejor vida o a peor muerte. Ambos días de este año a Rodríguez no le sucedió gran cosa (los días se plagian unos a otros esta temporada) salvo que no fue a dar una vuelta por el libresco y cancelado Día de Sant Jordi. Así que en la hambreada versión diet del 23 de julio, tocó comprar libro simbólico: Quijote de Salman Rushdie. Y hoy (tener más tiempo para leer se ha traducido en leer más lento que cuando se tenía menos tiempo para leer y ahora, afuerita, en leer aún menos de lo poco que ya se leía, porque se piensa que se ha leído de más durante el encierro) Rodríguez terminó de leerlo en la más cara de las Baratarias.

DOS Y, claro, Rushdie no fue el primero ni será último en salir a galopar sin pedir permiso pero con respeto y admiración por este habitual número 1 en encuestas a escritores (un 50% más de votos que lo de Homero o Tolstoy o, sí, Shakespeare, quien se supone ya entonces reprocesó parte de lo de Cervantes para su perdida Cardenio). Y libro más vendido después de la Biblia, otro volumen rebosante de alucinados y alucinaciones. (De paso y más delirios y desvaríos: el best-seller de este Sant Jordi estival fue Me explico, memorias políticas del inexplicable y poseído por fantasías indepe-medievales Carles Puigdemont.)

Y el Quijote de Rushdie es el mismo de todos y el sólo suyo. Para eso están los clásicos: para permanecer intocables y, aún así, poder recortarlos a medida.

TRES Y fue Geoff Dyer quien apuntó que los grandes estilistas acaban sucumbiendo al auto-karaoke. Lo que es premio a la vez que estigma: el de ser un estilo en sí y sólo tenerse a uno mismo para alimentarse en una suerte de nutricio pero solipsista loop. De ahí que a Rushdie --quien contrajo y superó covid-19-- se lo ame o se lo odie. De ahí que --a propósito de Quijote--The New York Times publicase, para ser justo, dos reseñas: una lapidaba y otra coronaba. Y ambas acertaban. Una acusaba a Rushdie de repetir vieja fórmula, otro celebraba que volviese como siempre. Así que Quijote es, por suerte, 100% Rushdie. O peor aún: es 1.000.000% Rushdie.

Y Quijote homenajea/parodia/reescribe a La Gran Novela Homenajeadora Parodiante. Maniobra que Rushdie ya hizo en Dos años, ocho meses y veintiocho días (frenética mutación de Las mil y una noches filtradas en apocalíptico film de la Marvel) y La decadencia de Nerón Golden (la transición Obama/Trump con El gran Gatsby de Fitzgerald como luz verde). Aquí, entonces, Alonso Quijano muta a Ismail Smile: viajante para Big Pharma y obsesionado no con añejas novelas de caballería sino con basurera televisión milenarista (y en verdad creado por un mediocre escritor de thrillers en crisis existencial y creativa tentado de pasarse al realismo mágico para ver si así...) y perdidamente enamorado de bella y bipolar y junkie-opioide conductora de talk show india (una tal Salma R.). Smile saliendo a Rushdielandia, USA, conguiños de regocijante maníaco referencial y una entre furiosa y eufórica crítica al trumpiano estado de las cosas en la "Era Donde Puede Pasar Todo". Y todo y de todo pasa. Como debe ser y fue y será. Como en el Quijote de Cervantes.

CUATRO Y el sin don Rodríguez imagina al Don de camino a esa imprenta donde, metaficcionalmente y en segunda parte, ya se imprimen sus aventuras apócrifas. Y de ahí a esas "inseguras" y "no recomendadas" desde el extranjero derrotantes disco/playas: barridas por holas y olas de segunda oleada y ahora infestadas por infectados, con infeccioso abandono, en una abandonada Barcelona. Una Barcelona agobiada y agobiante, acalorada y febril.

Y a Rodríguez siempre le intrigó el adjetivo quijotesco. ¿Es un elogio vencido o es un triunfal insulto? ¿Es --como lo de utópico-- un arma de doble filo en cuanto a la perfección o a lo inalcanzable? ¿Fue quijotesco el bajo perfil y "escucha activa" del aplaudido en home movie por sus escuderos Pedro "Estabilizador" Sánchez negociando doblones para reconstrucción/refundación continental en este nuevo "Plan Marshall" con muchos sheriffs de diferentes idiomas pero dominando y dominados por el esperanto de sumas y restas? ¿Significa este acuerdo en tren de finalizar conflictos pero rigurosamente vigilado desde Bruselas y países "frugales" (recortes y quebradas, regalo que se paga, favor que obliga, el "fondo perdido" en superficie sin extravíos, letra pequeña del número grande) el fin de las fantasíasde la coalición con Unidas Podemos, cada vez más separada e impotente y nunca bajándose del burro? ¿Se viene obligada tregua PSOE/PP dejando atrás sus salidas y chanzas y mofas y vituperios congresales por sugerencia/orden del eje Franco-Alemán? En cualquier caso lo que aquí importa --más allá del virus como inspiración-- es la "modernización" de una renqueante Europa en piel y huesos, como Rocinante, y expuesta a los colmillos de Estados Unidos, China, Rusia, India, Arabia Saudí & Co. Y, sí, habrá reformas (pero de polaridad muy diferente a las que se fantaseaba). Y préstamo de balón de oxígeno a patear adelante inflando énfasis en sanear la economía no pudiendo, por el momento, sanear la salud. Porque no hay doctores con los que jugar. Tampoco hay remedios. Y sobran los enfermos. Así, mejor, mascarilla de cowboy haciéndose el indio. Y lo que desconcierta a Rodríguez es que, de regreso en sus cortijos --manchados pero vendiéndose inmaculados-- todos salgan a celebrar ante los suyos asegurando que todos se salieron con la suya.

CINCO Y qué impone más: ¿el "caballero de la triste figura" o el "ingenioso hidalgo"? Mejor no saberlo. Mejor aferrarse a ese"To dream the impossible dream..."  y que los molinos de viento sean gigantes inofensivos en un paisaje en el que lo que de verdad da miedo es lo microscópico. Y así, temiéndose desplumador segundo encierro, se disparaun 60% la venta de gallinas para sentir que se tienen huevos. De ingeniosos, de tristes, de locos...

Y a Rodríguez siempre le intrigó eso de los manicomios con Napoleones. Creerse Napoleón es síntoma/cliché inequívoco de locura. Curiosamente, no se conoce habitante de loquero alguno que esté allí por creerse Quijote. ¿No deberían --por lógica de lo ilógico-- los manicomios estar repletos de Quijotes más que de Napoleones? A Rodríguez sólo se le ocurre una explicación: creerse otro --otro que existió y cuya carrera desborda éxitos hasta la derrota épica de Waterloo-- es de lunáticos. Creerse alguien ficticio y perdedor es algo o alguien que nadie quiere creerse. Ni siquiera los locos. Para creerse Quijote hay que ser  Quijote. Y hay que estar siempre afuera y nunca entre desquiciados. En este sentido --a la hora de la patología manicomial-- un Quijote encerrado no tiene sentido ni razón.

De ahí, tal vez, se dice Rodríguez, todos esos locos sueltos por ahí. Algunos son lindos. Pero la mayoría están feamente escritos. Y se creen tan impotentes, en napoleónicos y altos puestos de poder, enloquecidos por las fingidas y disparatadas historias de los libros de historia política por las que van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna, y de cuyos nombres, Rodríguez no quiere acordarse.

Vale.

No vale.