Cristina Costantini y Kareem Tasch, directoras latino-norteamericanas,  tenían muchas ganas de hacer un documental sobre el ídolo de su infancia pero carecían de cualquier recurso económico. Aún así se armaron de valor y decidieron llamar por teléfono a quien sería el personaje del documental Mucho, mucho amor, el mítico astrólogo caribeño Walter Mercado. “Es muy interesante”, les dijo Mercado del otro lado de la línea, desde su casa en Puerto Rico. Y luego de unos segundos, agregó: “Pero antes me gustaría preguntarles, ¿de qué signo es cada una de ustedes?”. Las directoras sabían que más temprano que tarde la respuesta a esa pregunta marcaría el destino de su película que sería estrenada en el Festival de Sundance y en la plataforma de Netflix.

Desde un principio, hacer una película sobre una leyenda de la televisión latinoamericana no iba a ser para nada sencillo. En una entrevista para Los Angeles Times las directoras contaron que, una vez que Mercado aceptó gustoso volver a pararse delante de una cámara, entendieron que no podrían acceder con facilidad a los lugares oscuros de la historia de su protagonista. Con los años, Mercado siempre fue consciente de la construcción de su personaje. Debutó en televisión muy joven como galán de telenovela y rápidamente, por un golpe de suerte --o del destino-- obtuvo luz verde para comandar un show, luego de experimentar con astrología, religiones orientales y tarot durante quince minutos en un segmento del programa El show de las 12.  Corrían los años '70, y Mercado aparecía en el aire con su propio show en WKAQ-TV, vestido con capas y colores estridentes, como un Dorian Gray kitsch, dando mensajes de esperanza y amor a una audiencia que se multiplicaba desde el Caribe y Estados Unidos hasta Brasil y algunos países de Sudamérica (en la Argentina fue invitado al programa de Susana Giménez). Antes de que existieran los influencers en astrología, como la venezolana Mia Astral, o nuestro caso serrano, Ludovica Squirru, estuvo Mercado para marcar el camino.

Y, de pronto, como una estrella fugaz perdida en una constelación, se esfumó. Ahí es donde el documental de Cristina Costantini y Kareem Tabsch, busca irradiar un poco de luz en el caso. ¿Qué pasó con él? ¿Estaba muerto? ¿Se había alejado de las cámaras porque no quería verse viejo? ¿No supo adaptarse a las nuevas corrientes televisivas y su look que mezclaba a Prince con el Príncipe de Persia quedaba viejo y demodé? La pregunta por su paradero despertó otra intriga. Si estaba desaparecido, ¿por qué nadie había hecho una película sobre él?  Para llegar al núcleo del problema, las realizadoras hicieron un trabajo fino de inmersión en el mundo del astrólogo sin perder los estribos. Movilizadas por la memoria emotiva de su niñez, tanto para Costantini como para Tabsch la imagen de Mercado está asociada a la infancia. Criadas como latinas en Estados Unidos, el astrólogo fue para ellas un puente entre sus abuelas y esa patria lejana llamada Latinoamérica.

Luego del llamado telefónico, la inmersión en su mundo les llevó un tiempo. Tuvieron que ganarse la confianza no sólo de su protagonista sino también de la familia. Había resquemores en relación al pasado y a la prensa. Durante muchos años, en su época de host exitoso, la prensa había sido injusta con Mercado. Los periodistas amarillos lo habían considerado un bicho raro y exótico. Amanerado, anfibio y sin una distinción sexual binaria clara, era fácil reírse de él. Sus directoras lo trataron con cuidado y respeto, aunque no evitaron las preguntas incómodas que lo llevaría por caminos más espinosos: “Ante cualquier pregunta que le hacíamos, él tenía una forma seductora y elegante de esquivar su respuesta y nos llevaba a una línea de preguntas totalmente distinta de la que teníamos preparada”. Lentamente, lograron correr el velo que levanta un muro en muchos de estos artistas mediáticos entre lo privado y lo público hasta encontrar un lugar en la familia.

Cuanto más íntima se volvía la relación entre ellas y el astrólogo mayor fue el acceso al laberinto de su casa en Puerto Rico. Como si se tratara de una búsqueda del tesoro, encontraron toneladas de VHS guardadas en los armarios entre capas y sacos, cajas con Betamax en el lavadero, pilas de de viejas fotografías. Un material que para cualquier documentalista (o fanático) es básicamente oro puro, Mercado lo tenía ahí disperso en su casa; no por desidia, se entiende en una escena, sino por nostalgia. Para alguien que trabajó como un vidente de las vibraciones en función de crear una esperanza futura para su audiencia, el pasado solo podía traerle dolor.

Y es que Mercado estuvo casi seis años sin pararse delante de una cámara por un exceso de confianza con su exmanager y director del show, Guillermo Bakula, con quien llegó a una instancia judicial luego de perder la propiedad de su nombre como marca. Para obtener una versión sobre el conflicto legal, por boca de propio Mercado, las directoras tuvieron que repreguntar varias veces y en diferentes ocasiones hasta lograr algo así como una declaración. Esa espera les retrasó el rodaje hasta dejarlas sin presupuesto para avanzar con el proyecto durante un año y medio. Ahí es donde aparece Lin-Manuel Miranda, un actor, productor, director y compositor de Broadway, ganador de un Pulitzer y dos premios Tony. En una escena, Miranda aparece desbocado frente a Mercado, sacándose selfies y rindiendo loas al astrólogo. Para las directoras, su aparición durante el rodaje les permitió, por un lado, conseguir la financiación que necesitaban para terminar la película, y por el otro, para poner en escena a un fan como ellas de Mercado.

La aparición de Miranda también les dio un aire para que la estructura respirara, y no se centrara solamente en la problemática legal con su manager. Hacia el final, vemos los achaques de Walter, su regreso al barrio de la Perla, su puesta en valor. Vemos el renacer de su legado caribeño, la influencia actual en las redes de su imagen como santo y su visión anticipatoria de la cultura drag y no-binaria. En un festejo en Miami, Walter, poco antes de morir, asiste como un maestro de ceremonia o un mesías pop a su segunda oportunidad luego de años de soledad y ostracismo. “Walter entendió siempre cómo se veía y lo que estaba haciendo” dice Costantini. “Ahí radica su inteligencia. Como en cualquier religión, tenés que disfrazarte para hacer que tu mensaje llegue a tu gente. Estas cosas que parecen triviales son importantes para evaluar su éxito. De chicas veíamos a un hombre envuelto en capas y túnicas, pero el mensaje que nos quedó durante tanto tiempo fue el sentimiento del amor”.