“Vamos a hacer el viaje de egresados al hospital”. Dura reflexión de un estudiante de quinto año del secundario, a punto de egresar, condenado por la pandemia a estudiar a distancia, desde su casa, en el mismo lugar donde juega con la Play, medio de comunicación con el hoy lejano e incierto mundo exterior, cerrado por la covid-19. Una investigación realizada para Página/12 por el psicoanalista y escritor Martín Smud revela enojos, tristezas, resignaciones y alguna alegría “por no tener que ir al cole”.

Son chicos de una generación que ya tuvo dos meses de vacaciones de invierno obligatorias, en 2009, para escapar de los contagios masivos por la gripe A. Antes de la edad adulta, el destino los convirtió en “reincidentes” en pandemias. Es la primera entrega de los resultados de una muestra centrada, en este caso, con un perfil de alumnos de alta sociabilidad y fuerte valoración del proyecto educativo.

Son chicos y chicas de un nivel socio económico medio, con acceso irrestricto a los medios tecnológicos y al wi fi en sus hogares.

Dice Martín Smud que le resultó “difícil” escuchar los testimonios de una decena de estudiantes golpeados por el distanciamiento social obligatorio. Octavio le dijo que las expectativas que tenía sobre el quinto año “se fueron”, se las llevó el coronavirus; Valentina sostiene en forma rotunda que lo que vive “no es quinto año” sino “una desilusión”; Mateo cree que el quinto fue “un año perdido” y Martín se consuela diciendo que sólo tuvieron “mala suerte”.

Los entrevistados reflexionaron también sobre lo que fue esta primera parte del año de educación “a distancia”, de cómo analizan la actuación de los docentes, de la relación con sus amigos y amigas sin la posibilidad de darse un abrazo, de la incógnita sobre cómo será “volver al cole”, si es que pueden antes de que termine el 2020.

Ellos son la primera generación de estudiantes del Siglo XXI, nacidos con los primeros soles del año 2000, que los recibió mal. Ellos mismos son los que en el 2009 tuvieron su bautismo de “exilio” escolar, atravesados por la peste del N1H1, la influenzavirus A, popularizada como la gripe A. Como si se tratara de un ensayo general para el 2020, tuvieron dos meses de vacaciones de invierno.

Aunque ellos no forman parte de los grupos de riesgo por la covid-19, igual sufren un golpe bajo a la esperanza, a la alegría. Su sociabilidad depende hoy más que nunca de las consolas de juego.

Valentina admite que “no recomiendan estar tanto tiempo en la pantalla, pero es lo único que me mantiene a flote”. Mateo no salió en meses de su hogar, solo habló con amigos y amigas “a través del zoom y sobre todo de la Play”,

Octavio señala una de las principales dificultades del aprendizaje a distancia: “Lo más complicado es que me cuesta más centrarme en el estudio, porque donde estudiamos es el mismo lugar donde juego”, Martín, que tampoco ha salido de su casa, coincide en que su única puerta de escape es la Play.

Los contactos se hicieron por zoom y se explicaron los objetivos del trabajo, se garantizó la omisión de sus nombres reales y hasta la posibilidad de opinar sobre el texto a publicar, antes de su difusión. La búsqueda de los encuestados se hizo sobre la base de estimaciones previas que dicen que en Argentina, un 50 por ciento de los adolescentes son de nivel socioeconómico pobre, un 40 por ciento de nivel medio y un 10 por ciento de nivel alto. La encuesta se hizo en CABA y arrojó una estimación de un 35 por ciento de nivel bajo, un 50 por ciento medio y un 15 por ciento alto. Esta primera entrega se centró en el nivel medio.

Los que van a egresar este año comenzaron la primaria en 2009. Recién estaban aprendiendo a leer, pero ya sabían de la existencia de la gripe porcina.

“Me arruinaron mi quinto año”, se queja T del Colegio Mariano Acosta. “No hay viaje de egresados, ni fiestas, apenas pudimos hacer el último primer día de clases y luego la nada, o mejor dicho, esta cantidad de tareas de classroom que no me dan ganas de hacer”.

S, del Huergo, contradice la visión de .:”¡Ojalá que esto dure hasta fin de año! No tengo que estar en la escuela tantas horas, ni bancar a docentes hablando todo el día. Seguro que nos dejan pasar fácil de año”. Cuando se le preguntó si extraña el contacto directo con amigos y chicas, asegura que no porque “somos compañeros, nos vemos cuando entramos a las videoconferencias, no salgo a bailar, no es un problema el tema chicas, lo único que extraño es no salir a andar en bici por la ciudad y que no sé cuándo vamos a ir de viaje de egresados”.

Cada uno vive el confinamiento como puede. Algunas y algunos con procesos depresivos, frente a la desilusión de un quinto año que pensaban vivir intensamente con la mente puesta en recibir el diploma. Otros admiten que sienten algún desahogo de la presión cotidiana de despertadores que suenan, horarios largos de cursada, materias que no gustan tanto, docentes que exigen. Sin embargo, a ninguno le ha resultado fácil este tiempo reclusión inesperada. La cuarentena los agarró justo en los tiempos de despedida de una etapa importante de la educación porque marca los pasos futuros.

Las autoridades educativas han tomado nota y dicen que darán prioridad, a la hora de analizar las calificaciones, a los que cursan los primeros años y a los de quinto año. Los que están a punto de egresar son una muestra de lo que algunos llaman la era del “Homo Selfie”, la generación que ha vivido como ninguna otra la transformación del planeta.

Algunos estudiantes expresan ahora lo que nunca antes pensaban que iban a decir: “Extraño la escuela, a los profesores y profesoras, a los compas”. Martín Smud dice que “extrañan una experiencia de aprendizaje que, más allá de los contenidos de cada materia, de lo que se trata es de protagonizar la vida con otres”. Al mismo tiempo “se atreven a denunciar que no la estaban pasando bien, que la escuela les estaba haciendo mal con las contínuas obligaciones. Ahora tienen menos tareas y más tiempo para hacer otras cosas”.

Son punzantes las interpelaciones de este tiempo “no sólo qué será de ellos y ellas en el futuro cuando no tengan a los docentes y a los padres en el tiempo escolar sino qué será de nosotros y nosotras en un planeta cuya normalidad es la peste”.

Smud analiza el estrés del encierro que hace que los egresados de quinto año “se vean enfrentados a sus propios límites y se vuelven insoportables por momentos” y eso los lleva a “desafiar a los que tienen delante, tiñen su futuro de sus ganas y de sus impotencias”.

Smud plantea, a la vez, que padres y docentes se preguntan hoy “cómo enseñar en esta etapa de la humanidad donde los chiques están tan adictos a las pantallas o, al revés, en una etapa donde las pantallas persiguen a nuestros hijos e hijas”.

Los egresados de quinto, concluye Smud, “ahora nos preguntan acerca de nuestra condición de padres y de educadores, nos preguntan sobre los límites y las posibilidades que nosotros mismos también tenemos frente a sus demandas, amores e intereses”, en un tiempo difícil para todos frente a un futuro incierto.  

"Piensan que esto no es quinto año"

Lo que hizo Martín Smud, en esta primera etapa de su investigación, fue “separar a los entrevistados en distintos grupos, porque no es lo mismo la situación de un chico de clase baja, que uno de clase media o de clase alta”. En este caso, los consultados son pibes y pibas de clase media “con buena cualificación y con buena sociabilidad”. Los entrevistados y entrevistadas tiene “muy buena capacidad para reflexionar y les va bien en la escuela”.

Le llamó la atención que chicos tan sociables “no hayan salido nunca de sus casas en todo este tiempo, nunca se encontraron con ningún amigo, amiga, y eso me llamó mucho la atención”. Explicó que la sociabilidad de estos chicos y chicas “se da mucho a través de la Play o de la escuela, por medio del zoom o de las videoconferencias, que algunas semanas son muchas y otras poco o nada”.

Considera que esos altibajos en las tareas se deben “a que todo no pudo ser bien organizado como resultado de la premura con la que tuvieron que organizarse los docentes y que lo hicieron como pudieron”. El mayor enojo, la mayor decepción fue que “ellos piensan que esto no es quinto año, porque ellos esperaban tener mucha actividad, que iban a conocer mucha gente nueva, porque se iban a relacionar con otras escuelas y porque iban a organizar el viaje de egresados y todo eso les cayó muy mal, fue una gran decepción”.

También observó “muchas diferencias, frente a la situación que les toca vivir, entre los que tienen buenas calificaciones y aquellos a los que no les fue tan bien. Los que están bien, me comentaron su preocupación por otros compañeros que están mal, porque esta situación los está perjudicando un montón” porque no tienen la posibilidad de recuperar el terreno perdido. Uno de los inconvenientes de la educación a distancia tiene que ver con que se trata de “una generación que tiene bajo nivel de atención y les cuesta seguir las clases por zoom o videoconferencia, porque les cuesta concentrarse”. También dicen que “todo parece que fuera más fácil porque no le toman examen oral ni tienen que escribir, pero en realidad todo es más difícil porque es muy bajo el nivel de aprendizaje”.