El excepcional trabajo de orfebrería con el lenguaje y las voces narrativas le permitía jugar a ser muchos autores distintos bajo el paraguas de un mismo nombre. Hugo Correa Luna, “escritor secreto” que tuvo cierta reticencia a editar sus libros hasta que en 2005 publicó su primera novela, El enigma de Herbert Hjortsber, para exorcizar el temor a la muerte, cuando le diagnosticaron un cáncer y creyó que le dejaría a sus hijas una pesada herencia de papeles inéditos, murió el sábado a la noche, a los 71 años. El autor de las novelas La pura realidad (Losada), Los árboles (Modesto Rimba) y Once campanadas a medianoche (o el ciclo de Krebs) (Cien volando), además del poemario Andado poesía (1989), fue maestro de muchos escritores. Durante más de cuarenta años se dedicó a pensar los problemas de la escritura en los talleres literarios que dio en distintas instituciones y en su casa.

Cuando publicó su segunda novela, La pura realidad (Losada), en la que anuda de una manera sutil y deliciosa, lo asombroso y lo siniestro, lo mundano y lo metafísico, además de dosificar el suspenso y la intriga con un sorprendente tono de comedia, recordaba en una entrevista con Página/12 que había encontrado un cuento que había escrito a los ocho años. “Empecé a escribir porque si miraba una serie de televisión y no me gustaba el final, lo cambiaba. Después escribí poesía y obras de teatro que parecían óperas, con millones de personajes, imposibles de montar. Me acerqué a la narrativa cuando terminé mi libro Andado poesía. Necesito ir buscando por otro lado y la narrativa me sirve para explorar. Me siento como los chicos que juegan con un juguete, le sacan las piezas y ven qué pasa”.

Correa Luna (Buenos Aires, 1949) había empezado en los talleres de Félix Della Paolera y del poeta César Mermet cuando Della Paolera le ofreció coordinar con él unos talleres en 1979. En los años 80, continuó dando talleres junto a Maite Alvarado y María del Carmen Rodríguez en la Universidad de Buenos Aires, y también fue docente en la carrera de comunicación, con Gloria Pampillo y Alvarado, hasta 1995. Desde 2007 fue docente en Casa de Letras. Cuando el escritor Eduardo Rubinschik presentó Los árboles (2017), señaló que “el fraseo trae a Saer como padre fantasma de la escritura”. Correa Luna podía funcionar en “modo saeriano”, tal vez también en diálogo solapado con César Aira, pero más allá de los linajes en los que se lo podía inscribir, leerlo era una forma concreta de la felicidad: “El pasado no es lo que le da espesor a la historia, es mañana cuando empieza todo, mañana, siempre mañana”.