La pandemia del covid-19 dejó a millones de niños y niñas transitando este año escolar frente a la computadora y desde sus casas. Las condiciones de vida previa de cada familia fueron trascendentales a la hora de poder acceder o no a esta nueva educación de emergencia y virtualizada.

El nuevo modelo educativo funcionó gracias al enorme esfuerzo de profesorxs y maestrxs por digitalizar los contenidos y repensar sus estrategias pedagógicas, y por el compromiso de las familias -particularmente de las madres- convertidas en docentes particulares.

Durante todos estos meses la gran mayoría de los niños y las niñas no dejaron de estudiar, de aprender, de hacer sus deberes mientras asistieron a las diferentes propuestas de clases sincrónicas y asincrónicas que se propusieron desde las escuelas. En la mayoría de los casos siguen en contacto con sus maestrxs al tiempo que cuentan con el apoyo de sus padres. 

Pero desgraciadamente no en todos los hogares se logró cumplir con lo necesario y son las familias más vulnerables las que están mostrando mayores dificultades para sostener este nuevo modo que demanda la educación en pandemia. Sucede que el éxito de este camino no solo depende del esfuerzo de la familia y de la comunidad educativa. 

Según UNICEF, 13 millones de chicos y chicas de América latina y el Caribe están afectados por la falta de acceso a internet. La Argentina no está fuera de esta problemática. En pandemia las clases llegan a las casas siempre y cuando las familias cuenten con un dispositivo y con la conexión a internet, lo que produce que hoy no todos nuestros pibes estén en contacto con la escuela.

En una emergencia como la que vive actualmente el mundo es imprescindible que los niños y niñas puedan seguir estudiando y que lo hagan en las mejores condiciones. Para eso es fundamental dotarlos de las herramientas de las que desgraciadamente carece una parte de los hogares argentinos. Frente a esta problemática hay diferentes posibles soluciones.

Por un lado, el presidente Alberto Fernández declaró esenciales las telecomunicaciones bajo la convicción de que el acceso a la conectividad abre puertas a otros derechos como la educación, los consumos culturales, el trabajo y hasta las telemedicinas. Por otro, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, sorprendió a todos con la presentación al Ministerio de Educación de la Nación de un precario protocolo para intentar que estos niños y niñas vulnerables, que de por sí conviven en un entorno más complejo y no tienen acceso a internet, tengan la tarea de ser conejillos de india de una prueba que les asigna el rol de tener que ir físicamente hacia un aula conectada para poder acceder a la educación que a quienes tienen internet les llega a su casa. 

De este modo la ciudad más rica del país prefiere poner en peligro a 6500 chicos y chicas -ya de por sí vulnerables- y a sus docentes antes de poder pensar en garantizarles el acceso a los medios básicos necesarios para poder estudiar

Mientras Alberto Fernández trabaja para garantizar derechos, convencido de que la escuela debe ir a los chicos y no los chicos a la escuela a exponerse a los contagios, Larreta ensaya una "nueva normalidad" que incluye a les pibes humildes circulando y compartiendo un aula-ciber como si ignorara que nadie estará seguro en la pandemia hasta que todos lo estén, y que la escuela debe contribuir a generar lazos de solidaridad y no perpetrar la estigmatización o la discriminación.

Un proyecto político no puede tener dudas acerca de que la educación es un derecho que debemos proteger siempre. Y especialmente en las circunstancias más complejas como esta, en donde no solo se trata del aprendizaje de los contenidos pautados sino también de generar un vínculo que ayude a nuestras pibas y pibes, los proteja de las consecuencias psicosociales de esta crisis, brindándole contención, estabilidad y por qué no, esperanza, al mismo tiempo en que se contribuye con objetivos específicos en la lucha contra la pandemia, como cuestiones sanitarias para la prevención del contagio. 

Porque contrariamente a lo que algunos comunicadores quieren instalar, esa idea de que el año está perdido, que los chicos y chicas no están aprendiendo y que hay que "salvar el año", este contexto nos obliga a pensar más allá: es hora de fortalecer el derecho a la educación frenando el impacto de la crisis desde el Estado, pero también desde cada escuela y desde cada casa. 

Para eso debemos asumir que muchos de los procesos, herramientas y estrategias pedagógicas y metodológicas que eran aplicadas en una situación normal, no serán útiles en este contexto y tampoco lo serán en lo que vendrá cuando la pandemia se vaya. Cuando eso suceda, porque sucederá, será momento de diseñar y decidir cómo será la educación del futuro.

La pandemia representa el mayor desafío para el sistema educativo, con todas sus falencias e inequidades expuestas como nunca: desde el acceso a internet o a dispositivos electrónicos, como las que dependen del entorno necesario para que nuestros pibes y pibas puedan enfocarse en el aprendizaje. 

Por eso deberemos contribuir como sociedad toda a que el camino que tomen los gobiernos, las escuelas, los padres y los estudiantes no sea en pos de volver a la educación que teníamos antes, sino en una tendiente a la reducción de las profundas desigualdades. Y no es salvando a unoxs pero exponiendo a lxs más frágiles socialmente como se hace: se deber hacer cuidando a todes.

Cuando llegue el momento de abrir las aulas para que todos los chicos regresen, es decir, cuando exista seguridad de que ni nuestros hijos ni nadie de la comunidad educativa corra riesgo, ojalá hayamos logrado comenzar el camino hacia una educación inclusiva y de calidad.