Agrandaditos

“El single de siete pulgadas, como entidad, es un objeto absolutamente poderoso, posiblemente de otro mundo”, advirtió cierta vez Johnny Marr, maestro de la guitarra, ex integrante de The Smiths. Flechado él, como tantos otros referentes de la escena musical, por la melómana propuesta de cierto artista británico: echando mano a pintura acrílica, papel, cinta adhesiva, birome, escalpelos y, cómo no, vinilos, entre otras herramientas, Morgan Howell crea lienzos esculturales, ultrarrealistas, que reproducen hasta el más ínfimo pliegue, rasgón, arruga de sencillos en 7’’. En tamaño mega, dicho sea de paso, no se anda con chiquitas este pintor y diseñador que reivindica, para su arte, los modos de la “vieja escuela”. “Cuando la gente intenta emular portadas en computadora, algo no termina de cuajar”, asegura quien admite prestar particular atención “a cualquier imperfección de las fundas de papel o plástico, como las letras en tinta degradada después de haberse imprimido miles de copias”. Detalles que replica y que han encandilado a sus muchos clientes: entre ellos, Ian Brown y Marr, que le encargaron cuadros a gran escala de Metal Guru, de T. Rex. Una colosal recreación de Howell de Paranoid, de Black Sabbath, emperifolla la mansión de Ozzy Osbourne de Los Ángeles. Y Sweet Caroline hace ídem en el hogar de Neil Diamond… “Hace un tiempo, me llamó un directivo de las oficinas de Nueva York de Sony Music y me pegué flor de susto, temí estar en problemas por cuestiones de copyright. Pero, no, telefoneó para pedirme cuatro obras”, se relame el exitoso varón, que acaba de editar Morgan Howell a 45 revoluciones por minuto. De inminente aparición en UK, el libro reúne casi un centenar de sus obras, desde My Foolish Heart, de Hank Williams, hasta When Doves Cry, de Prince; y cuenta también con las celebratorias palabras del consagrado pintor Peter Blake y de algunos de sus seguidores de culto, de la talla de Marr, Shaun Ryder, Andrew Lloyd Webber, KT Tunstall…

Arriba las manos

En un año donde el surrealismo es el pan nuestro de cada día, a nadie sorprenderá la extraña invención del reputado director de orquesta húngaro Iván Fischer que, viendo la mar de tapabocas inundar Budapest, decidió darle su toque al necesario objeto pandémico y convertirlo en herramienta… de apreciación musical. Con un diseño que enloquecerá a quienes, teniendo unos puntitos menos de audición, sientan flojera de ponerse las manos ahuecadas detrás de las orejas para afinar la escucha. Sucede que la novísima mascarilla de Fischer precisamente viene con dos palmas incorporadas, de plástico transparente y en tamaño natural, pensadas para maximizar el disfrute acústico de quienes asisten a conciertos clásicos. Como los suyos, sin ir más, siendo director de la Budapest Festival Orchestra. Precisamente en la web oficial de la orquesta, formada en el ’83 por el propio Iván, puede encargarse el susodicho adminículo por unos 25 dólares; más costos de envío, sobra aclarar. Una ganga, considerando que esta peculiar versión, con sus extremidades adheridas, “emula la acústica de iglesia, los matices más cálidos, las notas nítidas”. Palabras de su orgulloso inventor, que asegura que su objeto ha querido “hacer de la carencia virtud”. “Cuando ponemos las manos de esa manera, entendemos más fácilmente a la otra persona, suenan más fuertes y claras las consonantes, la música clásica llega mejor, aún más hermosa”, expresó el también compositor. Al parecer, ha despertado interés internacional y ya se agolpan los pedidos de latitudes tan diversas como Japón, China, México, Estados Unidos, diferentes países europeos. La alternativa obvia para quien quiera ahorrarse la guita es hacer lo que viene haciendo la humanidad desde que el mundo gira: usar las propias palmas sin necesidad de colgarse unas falsas…

La edad media aplicada al pop

Nacido este 2020, un singular mundillo en franca expansión acumula millones de escuchas en YouTube, es furor en sitios como Reddit, no para de sumar adeptos. Se trata del insólitamente ascendente “bardcore”: hits modernos de la cultura pop versionados en estricto estilo medieval, ¡altas las flautas, cuernos, liras, laúdes! Con las letras ligeramente adaptadas al inglés isabelino, vale subrayar: así de comprometidos están sus hacedores por llevar a siglos pasados canciones de Lana del Rey, Dolly Parton, Gotye, Radiohead, Lady Gaga, Foster The People… Para prueba, Hildegard von Blingin’, la anónima muchacha cuyo nom de plume homenajea a Hildegarde de Bingen (1098-1179), mística benedictina que antaño compusiera extraordinarias piezas musicales. Blingin’ es una de las referentes más reverenciadas de la ola, y en su repertorio no faltan ni "Jolene" ni "Creep" ni "Bad Romance", para regocijo de sus seguidores. Siguió la muchacha al fundador de la moda: Cornelius Link, un programador alemán de 27 pirulos que prendió la chispa con su relectura medievalizada de "Astronomia", del productor ruso Tony Igy (el tema del meme de los bailarines portadores de féretros de Ghana), a la que pronto siguieron otras. Donde, conforme advierte la crítica especializada, “reinan la distancia irónica y los guiños al humor existencial de la Generación Z”. Finalmente, según la musicóloga Lisa Colton, “el encanto del bardcore reside en que no están intentando hacer una recreación auténtica, sino usar sus habilidades tecnológicas y musicales de un modo que, seré franca, le pasa bastante el trapo a ese disco insoportable, Songs from the Labyrinth, donde Sting abordaba el repertorio del renacentista John Dowland”. Fiasco de 2006 aparte, una rápida búsqueda dará por resultado tropecientas versiones bardcore de temas de Britney Spears, Michael Jackson, Coldplay, Maroon 5, Avicii, NSYNC, Daddy Yankee, Rihanna… Ni Shakira se ha salvado de la transformación medieval.

Carterooooooo... 

Las misivas entre Alejandra Torrijos y María Lucía Ovalle viajan cerca de 7156 km, de Buenos Aires a Bucaramanga; en auto tardarían unas 108 horas en llegar, por suerte van por la red y arriban en cuestión de segundos. Las cartas entre Roxana Landívar y Sofía Soler llevan lágrimas, boleros, quejas, recuerdos; hacen más 5000 kilómetros cada vez: una en Cuenca, la otra en Chacarita… Las palabras intercambiadas por Arturo Cervantes y María Argel van por mail de Palermo a Chapinero. En este siglo, la travesía es a golpe de click, “pero si nos hubiese tocado vivir en el XV, hubiésemos necesitado de los chasquis”, dicen. Precisamente recuperar esa figura es lo que persiguen estos seis amigos: “Reproducir algo del espíritu de estos mensajeros que, durante el Imperio Inca, entregaban recados en forma oral, con un sistema de relevos aproximadamente cada dos kilómetros”. “Corriendo de una posta a la otra, atravesaban todo el camino del Inca en pocos días. De esta suerte de integración latinoamericana parte nuestra iniciativa”, cuenta Cervantes al hablar de Chasquis Cartas, flamante propuesta coral y colaborativa donde estos escritores, ecuatorianos y colombianos que se conocieron en Argentina, se escriben para apaciguar la soledad en cuarentena y, en el ínterin, desvelar historias personales, en primera persona, marcadas por la experiencia migrante. Con edades que oscilan entre los 23 y 32 años, se organizaron por afinidad en parejas postales, duplas que abren tan íntimo ida y vuelta a quien quiera leer el juego epistolar. Alcanza con suscribirse a su newsletter semanal a través del link que incluyen tanto en Instagram como en Facebook, y que llega religiosamente cada jueves por mail. O pispiar los resúmenes que hacen al acabar cada ronda, donde además hay ilustraciones y performances vinculadas a las misivas. “Somos de la generación que se incomoda cuando la dejan en visto, que no puede esperar dos minutos por una respuesta. En este mundo donde abundan las prisas, quisimos volver a un formato que llama a tomarse un tiempo, a profundizar a través del texto escrito, a repensar, a aguardar…”, destaca Arturo. Cita inspiraciones diversas: por caso, Memoria por correspondencia, de Emma Reyes; o el hecho de que, meses atrás, en contexto de confinamiento, los autores Pedro Mairal y Tamara Tenembaum presentaran sus libros Breves amores eternos y Nadie vive tan cerca de nadie a través de cartas. Alejandra Torrijos, parte del proyecto, dice que inventaron “este recurso por la necesidad de cercanía. Con la pandemia, las fronteras se nos han cerrado aún más y, por momentos, la sensación llega a ser agobiante”. Lo común, explica, es que todos son migrantes, y que Buenos Aires para ellos funciona como una especie de punto de partida: los seis estuvieron viviendo un tiempo extenso por acá, y tres de ellos aún persisten. "Apoyados en las muchas posibilidades que ofrece el formato carta, en nuestras páginas convive la crónica con el cuento, con la poesía”, enumera Alejandra, chasqui y remitente en un mismo movimiento.