Un relámpago de alegría ilumina las pupilas del Príncipe sencillo, de pocas palabras y tantos dibujos inolvidables. La seguidilla de distinciones, galardones y homenajes no lo marea. Ante su humildad, cualquier ególatra se sentiría fulminado por un síncope de admiración. Los aplausos coronan el ingreso de Quino –flamante Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades– al Centro Cultural de España en Buenos Aires. “Yo quería ser Picasso, pero hubo un momento en que me di cuenta de que no me daba para ser Picasso –cuenta el dibujante y humorista con esa picardía que lo caracteriza–. Pero reconocimientos como éste a uno le hacen pensar que ha hecho algunas cosas que a la gente le gusta. Y eso da muchas satisfacciones. Una cosa que me dice mucha gente es ‘gracias por todo lo que nos has dado’. Yo me quedo pensando qué les he dado. No soy muy consciente de lo que he hecho.”

Víctor García de la Concha, presidente del jurado y director del Instituto Cervantes, afirmó que Quino ha sabido combinar con sabiduría “la simplicidad en el trazo del dibujo con la profundidad de su pensamiento”. Mafalda –“una niña que percibe la complejidad del mundo desde la sencillez de los ojos infantiles”– es “inteligente, irónica, inconformista, contestataria y sensible” y sueña con un mundo “más digno, justo y respetuoso con los derechos humanos”. Los miembros del jurado celebraron “los lúcidos mensajes” del personaje, que siguen vigentes cincuenta años después de su nacimiento; y subrayaron que es una obra con “un enorme valor educativo”, traducida a numerosos idiomas, “lo que revela su dimensión universal”. Esos dibujos, esas criaturas adheridas al corazón de tantas vidas y lenguas, “trascienden cualquier geografía, edad y condición social”.

El Premio Príncipe de Asturias que ha obtenido consiste en una escultura diseñada por Joan Miró y 50.000 euros, además de un diploma y una insignia representativa. Es la primera vez que lo recibe un humorista y dibujante gráfico. “La historieta puede ser un arte menor, pero también como medio de comunicación es bastante apropiada para difundir masivamente el humor o las ideas, que no tienen por qué ser humorísticas. Todavía hay gente que nos pregunta: ‘¿Usted, además de esos dibujitos, en qué trabaja?’. Hay gente que no lo toma como un trabajo”, dice Quino, acompañado por sus editores históricos de Ediciones de la Flor: Daniel Divinsky y Kuki Miler. Vive con “sorpresa” y “alegría” un galardón que no esperaba. “Alguien me había dicho que estaba en una lista para este premio, pero no tomé conciencia de esto. Así que me ha caído un lindo regalito.” Habla a su ritmo, con sus ejemplos y su chispa traviesa. “Usar la palabra ‘especial’ no me gusta porque se usa para cualquier cosa: ‘mi novia es especial’, ‘fui a ver una película muy especial’. No sé si es especial o no, pero que es un premio en el que me siento muy bien acompañado por quienes lo han recibido y estoy contento de que me lo hayan dado a mí.” Aunque sea la pregunta que siempre le hacen y la respuesta se sepa, quizá la ocasión podría ser una excusa para que regresara Mafalda. “No, me parece que no tiene sentido –contesta Quino–. Lo que había que decir ya lo dije. No sé qué pensaría Mafalda. Cuando me preguntan qué pensaría Mafalda de tal cosa, yo digo que lo mismo que dijo en su momento ante otros acontecimientos similares. Aquella fue una época muy llena de acontecimientos; parecía que el mundo iba a cambiar para mejor; estaba Mayo del ’68, estaba la buena guerrilla en América latina –también había de la mala–, estaba Juan XXIII, había mucha esperanza de que el mundo cambiara. Después cambió, no digo que para peor, pero para seguir como siempre.”

Circunstancias como estas ameritan las anécdotas. Los recuerdos piden pista. Quino inauguró recientemente la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. “Hubo una señora que se puso a llorar de un modo que no podía parar. No sabíamos qué hacer. Al final intervino Julieta, que es mi agente y sobrina, y dijo: ‘basta’, ‘termínela’. Esta mujer lloraba de una manera increíble. Estas cosas a uno lo dejan muy despistado: ¿qué ha hecho uno tan importante para la gente? –se pregunta, una vez más–. Esta mañana me despertó Alicia (su mujer) con esta noticia y me quedé muy sorprendido y todavía no me repongo y no sé qué decir, porque se corre el riesgo de decir lugares comunes que pierden sentido de tan comunes que son.” Que sea España el país que ahora lo ha distinguido es ‘natural’ para el hombre que nació en Mendoza, el 17 de julio de 1932, como Joaquín Salvador Lavado. “Mis padres eran andaluces y hasta llegar a la escuela primaria hablaba en andaluz; con mi hermano mayor nos hablábamos de ‘tú’ y con el otro de ‘che’ y de ‘vos’. En cada mujer debo ver un poco a mi madre porque a las mujeres las trato de ‘tú’; lo cual queda un poco raro. En muchos países me preguntan de dónde soy –confiesa–. He tenido muchos problemas de adaptación cuando vine de Mendoza a Buenos Aires porque hablaba mendocino mezclado con andaluz, entonces había cosas que no entendían. Cuando empecé a publicar en Rico Tipo me costaba mucho también. Cuando Divito me dijo que los lectores quieren texto, tuve que esforzarme por aprender a escribir textos. Y me salían de ‘tú’.”

A los 81 años, tiene una cuenta pendiente, un interrogante sin respuesta. Nada menos que con el autor de Ficciones. “Me quedó una frustración muy grande porque la única vez que pude cambiar unas palabras con Borges él estaba hablando sobre el idioma español. Le dije: ‘Perdón, soy hijo de inmigrantes andaluces’. Y me dijo: ‘Ah, usted sabe que la palabra andaluz viene de vándalos...’ y me llevó la conversación para el demonio. Yo pensaba preguntarle qué le parece a usted esta mezcla que tenemos acá para aprender el español, que nos enseñan de ‘tú’, de ‘vos’, de ‘che’. Y me quedó atravesada esta pregunta con Borges”, reconoce un Quino aún perplejo por ese desvío borgeano. “Muchas veces no entiendo qué hablan en las películas argentinas. A los chicos jóvenes, por la calle, tampoco les entiendo lo que dicen. Entre eso y la cibernética, me encuentro con un mundo en el que tengo poco que ver en muchos aspectos –reflexiona–. Por otra parte, está la contradicción de que lo que he dibujado hace cuarenta años está vigente y sigue de moda. Entonces no entiendo nada. El día de hoy, especialmente, me parece muy raro.”

Lo cotidiano bien podría ser la manifestación de un puñado de rarezas para coleccionar. ¿Cómo explicar el furor que genera en los chicos Mafalda? “La curiosidad infantil cambiará con las épocas de un tema a otro, pero es una necesidad natural en los chicos, que tienen que aprender todo, desde el idioma hasta cómo funcionan las ideas y los aparatos electrónicos, ante los cuales me siento completamente inútil.” Quino remeda nuevamente en la miscelánea anecdótica para ilustrar su desconcierto. “Una señora que trabajaba en casa ahora resulta que cuida chicos y la explicación que le dio a mi mujer es que cuidar un chico no cuesta nada porque uno les da la tableta y se quedan ahí y no hay que decirles nada en todo el día. Es muy raro para mí cómo se está poniendo el mundo. Lo de la vigencia de Mafalda no lo entiendo. El mundo está cambiando mucho y la gente sigue leyendo cosas que uno dibujó hace tanto tiempo, que pareciera que no cambió nada porque no serían temas vigentes. Estoy en un momento de despiste, no entiendo lo que está pasando.”

Dos dictadores se molestaron con Mafalda: Augusto Pinochet, en Chile; René Barrientos, en Bolivia. “Sé que no les gustaba”, comenta Quino. “Cuando hice el póster de Mafalda con el palito de abollar ideologías, dos meses después de que nos fuimos del país, en el ‘76, mataron a los curas palotinos. Ellos tenían en la habitación este póster. Los asesinos lo arrancaron y lo tiraron sobre los cadáveres. La verdad es que me sentí tan mal... Este país es como la canción de María Elena Walsh: ‘porque me duele si me quedo pero me muero si me voy...’”. El dibujante y humorista recuerda una visita que le hizo a Héctor Oesterheld, el creador de El Eternauta, junto con Oski. “No sé cómo fue que dijo que si a Picasso el pueblo no lo entendía, Picasso no servía para nada. Oski y yo nos pusimos muy mal. ¡Cómo decís eso, que no sirve para nada! ¿Vos creés que la gente no entiende lo que hace Picasso? El decía que había gente que sí, pero si la mayoría del pueblo no lo entendía, Picasso no servía. Nos pareció una barbaridad muy grande... Pero lo que le pasó a la familia Oesterheld es tan terrible, que uno no puede menos que sentirse culpable de haber tenido una discusión sobre un tema tan banal frente a lo que ocurrió después.”

El humor ha cambiado mucho para Quino. “Me doy cuenta de que páginas mías o de Caloi o del Negro Fontanarrosa no tienen nada que ver con el humor que se hace hoy –compara–. Por lo que veo que hace Liniers y otros chicos más jóvenes, el humor que se hace está basado en algo que no tiene nada que ver con la realidad, por lo menos la realidad argentina actual. Bife Angosto sí, por ejemplo, se acerca mucho a lo que pasa. Pero los demás hacen cosas muy poéticas, muy sesudas, que no tienen que ver con la realidad que nos rodea. Sé que hay muchos chicos están haciendo cosas por Internet, que según me dicen son maravillosas, pero es un mundo que no manejo porque veo muy mal en pantalla.” 

El humor que se hace en televisión no lo convence. “Me parece que la televisión está muy desaprovechada. Uno, por la edad, se va poniendo un viejito nostalgioso, pero me da pena que una cosa como el humor se utilice chabacanamente o mal.” De un trabajo que no llegó a realizarse nació la niña de pelo azabache que odia la sopa y ama a los Beatles. La dibujó para una campaña de publicidad encubierta destinada a la empresa de electrodomésticos Mansfield. La primera historia de Mafalda salió en Leoplán, pero encontraría regularidad en el semanario Primera Plana, donde se publicó el 29 de septiembre de 1964. En marzo de 1965 empezó a salir en el diario El Mundo, en el que continuó apareciendo hasta el cierre de esta publicación, en diciembre de 1967. Las aventuras de la niña se prolongarían en Siete Días. Apenas una década en papel impreso vivió la “heroína iracunda”, como la definió Umberto Eco. Aunque parezca mentira. Cuántas frases se han asimilado en el imaginario, glosadas y repetidas en las conversaciones; ecos de lo que vendrá, memoria de lo que ha sido, una especie de “pensamiento viajero” que acompaña tantos itinerarios. Quino dejó de dibujarla en 1973. Pero el personaje nunca lo abandonó a él. Ni a sus lectores.