“La filosofía está entre la ciencia y el arte”, dice Darío Sztajnszrajber, un referente de la divulgación filosófica. En el segundo tomo de Filosofía a martillazos (Paidós), que reúne las clases abiertas dictadas en la Facultad Libre de Rosario en 2016 y 2018, explora en cinco capítulos temas como lo contemporáneo, la muerte, la amistad, el poder y el tiempo, en un trabajo de deconstrucción que puede ayudar a repensar la vida en tiempos de pandemia. “(Jacques) Derrida plantea que estamos acostumbrados a una cultura que piensa que lo más importante de un ojo es ver. Pero lo más importante de los ojos no es ver, sino llorar. La filosofía es eso: ver y llorar. La filosofía hoy tiene mucho para decir porque siempre que sucede un acontecimiento tan al límite revisás los modos de construcción de la realidad”, explica el filósofo y docente en la entrevista con Página/12.

--En la introducción del libro, planteás que la pandemia tal vez nos hace intensificar nuestra lectura sobre los confines y recordás una frase de Paul Preciado: “La nueva frontera es el tapabocas”. ¿Qué implica esta frontera corporal?

--Si el tapabocas es la nueva frontera, todos son extranjeros; la extranjería pasó a ser la denominación común de todo otro. Para los que tenemos cierta propensión a militar el encuentro con el otro, nos resulta peligroso, amenazante y complicado lo que viene; esa recomposición de la frontera y ese confinamiento material que se vuelve un confinamiento de la subjetividad. Me preocupa la idea de confinamiento como fórmula de vínculo con el otro. El individualismo es una forma de confinamiento.

--Aunque se habla de distanciamiento social, la expresión más adecuada debería ser “distanciamiento físico”, ¿no?

--Eso es lo que plantea (Giorgio) Agamben y dice que no es casual que se haya establecido la idea de distanciamiento social, que pone más el acento en esa relación ambigua que hay entre la pandemia y la cuarentena. Hace poco vimos circular en las redes sociales la comparación sobre cómo los medios hegemónicos, cuando hablan de la crisis económica en la Argentina, le echan la culpa a la cuarentena, pero cuando hablan del mismo tema en Europa se refieren a la pandemia. En Europa los problemas económicos tienen una causa en el virus, mientras que en la Argentina se lo relaciona con la decisión política del gobierno.

--Desagregar pandemia de cuarentena permite visualizar a quién se busca responsabilizar por la crisis económica.

--Tal cual, ahí ves la intencionalidad de otro tipo. No es casual que hayan emergido posturas tan extremas para interpretar lo mismo. Hay una decisión del gobierno que intenta frenar el contagio, alineado con otros gobiernos del mundo. No había otro camino que este, sobre todo viendo por contraposición a aquellas sociedades donde no hubo cuarentenas; el virus circuló igual que acá, pero se llevó puestos a los sectores más pobres, porque con la libre circulación del virus pierden los que menos posibilidades tienen. Rita Segato escribió sobre cómo se acrecentó el darwinismo social en aquellas sociedades que dejaron el laissez faire del virus. Como siempre pasa en los sistemas de laissez faire, la supuesta igualdad termina visualizando la desigualdad de origen.

--Aunque se necesita la presencia del Estado, también se advierte sobre el peligro que implica en términos de control. ¿Cómo pensar el rol del Estado en la pandemia?

--Me preocupa el desbordamiento potencial del rol del Estado frente a los derechos ciudadanos. Este “estado de excepción”, como lo llama Agamben, si no está compensado por una profundización de la democracia, está siempre en el límite. Más cuarentena solo es posible con más democracia; tiene que haber una simultaneidad porque se entiende el propósito de la cuarentena, pero avanza sobre ciertos derechos de la ciudadanía. Lo único que te permite que no haya un desbordamiento --que significa que ningún policía se vuelva a empoderar por fuera de la ley hasta intervenciones más directas en la información de las personas-- es que la democracia esté más vigente que nunca, con controles institucionales cruzados y libertad de expresión.

--¿Por qué la vacuna aparece como la única salvación casi religiosa en sociedades híper tecnologizadas y racionales?

--Tal vez no estemos en sociedades híper racionales; basta observar la relación que tenemos con el fútbol, con los fanatismos o el modo incluso en que concebimos los vínculos. El amor es profundamente religioso por el modo en que tenemos de relacionarnos, como si fuese la plenificación absoluta de la eternidad trascendente de la existencia y se trata del encuentro con alguien. Como decía Nietzsche, lo dificultoso es aprender a vivir sin centro. Hay uno de los capítulos de Así habló Zaratustra, del libro cuatro, donde Zaratustra se encuentra con el papa jubilado, porque dios murió, y el papa está encorvado, como mirando para abajo, y Zaratustra le dice: ¿qué estás haciendo?, ahora sos libre, dios murió; pero el papa jubilado sigue mirando para abajo encorvado y dice: no puedo dejar de buscar un centro. El problema es la "religiosización" del sentido; después sacá a dios y poné la patria, el dinero, Messi, el amor, lo que quieras que ocupa ese rol preponderante. Lo interesante es deconstruir esas matrices y aprender a vivir un poco más descentrado.

--Una de las percepciones que trajo la pandemia tiene que ver con la sensación de estar ante una gran pausa. ¿Qué está sucediendo con el tiempo en este momento?

--Si el sentido de lo real se sitúa en esas dos grandes coordenadas que son la experiencia del tiempo y del espacio, ambas experiencias están desquiciadas. En el libro cito un texto famoso de Hamlet, cuando el fantasma de su padre le viene a anunciar que fue asesinado, y Hamlet dice esa frase hermosa (Jacques Derrida escribe Espectros de Marx a partir de esa frase): “el tiempo está fuera de quicio”. El tiempo está desquiciado, desencajado, desacoplado. Lo interesante de un tiempo desquiciado es que pierde el eje y que nos hace pensar de qué experiencia del tiempo veníamos, porque la implosión de la temporalidad cotidiana te hace conectar con cómo tenías desplegada tu existencia antes, dando por supuesto que ese tiempo lineal, secuencial, cronológico, productivo, era la única manera posible de relacionarnos con el tiempo. El desquiciamiento del tiempo se produce cuando Hamlet ve un fantasma. Tal vez la figura del fantasma sea una buena figura para pensarnos a nosotros existencialmente en esta nueva realidad. Yo me siento un fantasma que pone en jaque lo binario entre la vida y la muerte. En cuanto al espacio, empezó a desestabilizarse esa seguridad que teníamos al distinguir el afuera y el adentro. Ahora estoy teniendo una entrevista con vos, que estás afuera, y la tengo adentro de mi casa y adentro de mi notebook. ¿Estar adentro y afuera de qué?

--¿Por qué la calle, el espacio público por tradición de las izquierdas, hoy congrega los odios de la derecha?

--Estamos entrampados porque si asociamos el despliegue de lo político en la calle, pero al mismo tiempo apoyamos que no hay que salir, estamos en una especie de contradicción interna. ¿Qué hacer? Hay que desmarcarse de ciertas formas tradicionales de la política; entender que la política, por más que hasta ahora ha tenido en los sectores populares y progresistas una fuerte presencia en la calle, tiene que resignificar esa experiencia desde otro lugar, para no entrar en la compulsa de que el que ganó la calle acrecienta su poder. No. ¿Qué hay que desarticular ahí? La idea de que en la calle se juega la política. Si te llenan la tapa de los grandes medios con calles llenas y automáticamente está asociado eso a una decisión soberana de la ciudadanía, hay una derrota en la construcción de ese discurso público. Ahí tendría que haber un acompañamiento para esta resignificación de por dónde pasa la política hoy. Hay una falencia porque quedamos entrampados en algo mucho peor: la crisis económica y la continuidad creciente de contagios y muertos. Entonces no tenés una a favor para compensar. Lo más importante es desarmar la idea de que el rellenado de la calle es la muestra del triunfo político de ciertos sectores, porque si lo que venimos postulando es que no hay que salir, entonces lo que hay que desarmar es que la calle es la que decide quién tiene mayor preponderancia.

--¿Hay que pensar los modos de hacer política desde la virtualidad?

--No sé si es virtual, porque lo virtual es también una calle en algún sentido. Creo que falta un acompañamiento a un nivel más cultural, en el sentido amplio del término. Los que estamos a favor de una presencia del Estado lo que reclamamos es mayor democracia, pero mayor presencia. Hay una presencia en muchos lugares que tiene que ver con la prevención, con la redistribución y el acompañamiento a los que menos tienen. Me pregunto también si no estaría bueno otro tipo de presencia, como haberle destinado veinticuatro horas a los medios públicos para acompañar a los que se quedan en casa con distintas propuestas, con distintas experiencias. Yo fui parte hasta hace muy poco de Seguimos educando, una propuesta educativa. Pero hablo de un acompañamiento con mayor presencia que tenga que ver con lo educativo, lo laboral, el entretenimiento, porque son más de seis meses en cuarentena con todo lo que eso implica en relación a la identidad y el desarrollo personal.

--Otro interrogante surge con el ciclo lectivo a raíz de la propuesta de hacer clases en plazas, que presentó el gobierno de la ciudad. ¿Las clases virtuales son suficientes o es necesario presentar un plan para ir recuperando la modalidad presencial paulatinamente?

--Lo que puedo aportar es tratar de disolver la falsa dicotomía entre clase presencial y clase virtual. La clase virtual no está reemplazando a la clase presencial. Hoy las clases presenciales no pueden darse, pero ya teníamos un montón de clases virtuales y formas virtuales de la enseñanza; el tema es que ahora queda como la única opción. Todo lo que estuvo pasando con el aula virtual puede ser después aprovechado y recuperado en un retorno a una clase presencial, que todavía no sabemos cómo va a ser. Lo que es seguro es que la clase presencial no se va a oponer a la virtual. Lo veo más como un despliegue de opciones heterogéneas; estamos ampliando perspectivas, no reemplazando una por otra. Un dato que no es menor es que los alumnos están igual en las clases virtuales, con total independencia de si hay evaluación o no. Esto es interesante para repensar hasta qué punto el enganche del alumno no necesariamente pasa por esa forma de disciplinamiento que es la evaluación. La construcción de la comunidad educativa no necesita de un aspecto normativo como la evaluación para que el acontecimiento áulico se produzca. Se produce igual, y hasta mejor, porque no está esa presión de la evaluación. Yo no tengo idea de qué es lo mejor, eso es una decisión más de gestión, pero no se puede decir: “vuelven las clases presenciales”, y nos cagamos en todo.

--Quizá prevalecerán formas híbridas que combinarán lo presencial con lo virtual.

 

--Hace rato que el mundo que viene es el mundo de la ambigüedad, el mundo de la hibridez, el mundo trans. El prefijo trans marca, entre otras cosas, esa idea de tránsito tan nietzscheana. En el inicio de Así habló Zaratustra, Nietzsche ve a un malabarista en una soga y dice: el ser humano es una soga, un puente, un tránsito entre lo animal y el superhombre; pero dejame agregarle la técnica. La deconstrucción es una filosofía que desarma lugares fijos para colocarlos en ese aspecto de tránsito; es salir de las versiones hegemónicas binarias del poder. Son martillazos en el sentido de reconciliarnos con una visión que no sea binaria. El martillazo nietzscheano es para mí el precursor de la deconstrucción contemporánea. Para Nietzsche el martillo no es sólo el golpe, es también el desarreglo. El martillo es una herramienta que desarma algo que se nos presenta demasiado sólido.