Joan Feynman, astrofísica, hizo aportes importantes en varios campos: cambio climático, auroras boreales y manchas solares, por ejemplo. Fue reconocida y premiada dentro de su especialidad. Sin embargo, su carrera podría haber terminado antes de empezar. Su historia ilustra los caprichos de la fama científica y las dificultades que tienen que vencer las mujeres para transitar el duro camino de la ciencia.

Joan nació en 1927 cerca de Nueva York y pasó su infancia y juventud en el suburbio de Far Rockaway en Queens. Se crió en un ambiente familiar que estimulaba el desarrollo intelectual. Sus padres, que cómo tantos en su época no habían accedido a la universidad, eran entusiastas de la ciencia y ávidos lectores. Las caminatas en familia servían para observar y aprender todo a su alrededor, buscando “cosas interesantes”.

Su hermano Richard, nueve años mayor, contribuyó a inculcar a Joan el gusto por la ciencia. Cuando ella tenía 5 años y Richard 14, la contrataba como “ayudante de laboratorio” por cuatro centavos a la semana. Joan se entusiasmó y ya de niña soñaba con ser científica.

Richard Feynman también eligió la ciencia y se convirtió en uno de los físicos más destacados del siglo XX. Ganó el Nobel de Física (1965) por su trabajo en electrodinámica cuántica. Su talento se manifestó muy pronto y la familia alentó siempre su vocación científica.

Con Joan la cosa fue distinta. Muy pronto chocó de frente con los prejuicios de época. A los nueve años afirmó que quería ser científica. “Las mujeres no sirven para la ciencia, su cerebro no está hecho para eso”, le dijo su madre.

El aliento de su hermano

Por escepticismo adolescente o por cariño, Richard siguió alentando la vocación de su hermana menor a pesar de la opinión de los adultos. Una noche le pidió que se vistiera y lo acompañara afuera. Había una aurora boreal en el cielo, “nadie sabe explicar estas auroras” le dijo Richard. Joan quedó enganchada y muchos años después su carrera la llevó a resolver el enigma.

Con 14 años, siguió en contacto con su hermano, que ya estaba en la universidad. Tenían un cuaderno con problemas matemáticos y de física. En un libro de texto de astronomía, Joan vio que citaban el trabajo de una mujer astrónoma, Cecilia Payne-Gaposchkin. Con este ejemplo a la vista, tuvo el coraje necesario para ser científica también. Madame Curie, prototipo de científica en ese momento,  le había parecido un modelo inalcanzable. Otra mujer menos famosa, haciendo ciencia profesional, le resultaba un ejemplo imitable.

Su vocación se hizo tan evidente que la familia finalmente decidió apoyarla. En 1944 Joan se enroló en Oberlin College para estudiar  física. Le fue bien, aunque no fue fácil. Sacó notas peores a las de un colega varón, aunque ella había sido más hábil en la práctica de laboratorio. “Él entiende mejor lo que hizo” fue la justificación. 

Joan sufrió discriminación por su condición de mujer, pero se impuso su capacidad indudable. Sin una reserva de confianza intelectual es imposible hacer ciencia y a pesar de sus dudas, Joan siguió adelante.

La carrera espacial con la URSS

Se doctoró en física, pero la pos-guerra fue difícil, y al comienzo no consiguió empleo. Casada, con dos hijos, fue un tiempo ama de casa. Cayó en una depresión, pero tuvo la suerte de encontrar un terapeuta que le recetó volver a su profesión como remedio a su melancolía.

Una ayuda inesperada vino de la Unión Soviética que en 1958 sorprendió al mundo con  Sputnik, el primer satélite artificial. Los Estados Unidos tenían que alcanzar a los rusos y la carrera espacial necesitaba científicos: doble ayuda para Joan que consiguió empleo y una serie de nuevas mediciones y datos satelitales para estudiar. De todos modos, pasó por varias temporadas sin encontrar trabajo. Ya avanzada su carrera y con una reputación creciente, consiguió un puesto permanente en el prestigioso Jet Propulsion Laboratory de la NASA.

Con datos de partículas del espacio recogidos por los satélites, Joan fue una de las pioneras en explorar la relación entre el campo magnético que rodea la tierra y las partículas cargadas que escapan del sol y llegan a nuestro planeta. Así llegó a explicar el mecanismo de las auroras boreales, la pregunta abierta por su hermano en esa noche de la infancia.

Sus estudios de las manchas solares con sus ciclos la llevaron a evaluar su efecto en el clima, añadiendo información al estudio del cambio climático. El impacto de las partículas solares en los satélites es importante y Joan hizo modelos para predecir su cantidad y calcular la duración en el espacio de los descendientes del Sputnik.

Tuvo una larga carrera y reconocimientos importantes de la NASA y de la comunidad científica. Sin embargo, fuera de este campo es desconocida y pocas biografías de su hermano famoso mencionan a Joan. Se jubiló en 2004, pero siguió publicando hasta su muerte, a los 93 años, en julio de 2020.

*Javier Luzuriaga es soci@ de Página/12 y físico jubilado del Centro Atómico Bariloche- Instituto Balseiro.