El espejo, superficie cautivante y a veces aterradora, que produce la duplicación de nuestra existencia y de lo que nos rodea, es también un representante de la fascinación que el hombre de las distintas civilizaciones ha tenido y tiene por la imagen.

Desde tiempos prehistóricos, utilizando toda clase de técnicas para descubrir su reflejo, el sujeto humano se interesó por la función del espejo. La vanidad se acentuaba en el centro de esta fascinación: nos alcanza con recordar el mito de Narciso, encantado por su propia imagen, y el de Perseo, quien logra que Medusa se admire en su escudo.

Pero no se trata solo de la superficie reflejante, de los efectos visuales y de las leyes de la óptica. Más allá de éstas, también fue fundamental que Lacan postulara que el espejo puede funcionar como el equivalente del Otro. Este es uno de los aspectos fundamentales del estadio del espejo sobre todo a partir de su reformulación posterior a través del llamado modelo óptico. En este último modelo formaliza la regulación de lo imaginario por lo simbólico –representado con la letra A en el espejo plano– mientras que la imagen del florero y las flores –indicada como i'(a)– representaría la imagen del yo ideal (el doble).

Se puede afirmar que tanto el cuerpo como su imagen tienen su origen en el acto instituyente del estadio del espejo, es decir, en una “causalidad psíquica” que está caracterizada por el poder morfogénico de la imagen. De esta manera se anticipa una unidad y, a partir de esta dimensión reflexiva, se presenta –a posteriori– el cuerpo despedazado (corps morcelé). No existe un dato primero denominado cuerpo fragmentado, un caos cenestésico, sino que éste es el resultado –por la vía de la retroacción– de una totalización u organización anticipada.

La mirada del Otro que angustia al sujeto es esa mirada de Medusa que es equiparable a La mujer y por esto es también la mirada del Padre, el Padre primordial (Urvater) que en el mito de Tótem y Tabú es la presencia del goce, no la amenaza de castración en tanto esta última, en su dimensión esencialmente simbólica, no puede inscribirse cuando el dominio de ese padre es absoluto y terrorífico.

Los jihadistas creen que si en el combate mueren a manos de un hombre, subirán inmediatamente al paraíso como mártires (shahid). Pero si caen asesinados por una mujer, arderán en el infierno. Para un jihadista, una miliciana femenina es entonces un haram, una maldición o visión inquietante y aterradora. Una verdadera cabeza de Medusa.

Así funcionó seguramente la mayor heroína de las combatientes kurdas, una joven rubia de 28 años con nom de guerre Rehana, cuya foto con su fusil se viralizó y fue convertida en póster de todos los escuadrones femeninos luego de la toma en 2014 de la estratégica ciudad siria de Kobane, en la frontera con Turquía. Se dice que Rehana mató a más de un centenar de jihadistas en la conquista de la ciudad.

*Psicoanalista. Este texto es un anticipo de la presentación del libro El niño, el espejo y la mirada, publicado por Editorial Lazos, que se realizará mañana a las 19 por zoom (Ver agendapsi), .