1

Suena el despertador. Otro lunes. ¡Qué tedio!, protesta Laura. Se levanta a desayunar medio dormida; no puede salir a la calle si no incorpora algo de cafeína en sangre. Mira por la ventana de la cocina la incipiente luz del día que empieza a despuntar. De a poco los rayos del sol asoman atrás de los edificios que se elevan entre sus ojos y el horizonte. El leve estremecimiento que sintió al levantarse fue desapareciendo con el líquido cálido que bebe, sorbo a sorbo.

Sigue mirando por la ventana mientras vacía la taza de café. A un costado de la edificación, donde todavía no intervino el hombre para llenar de cemento los espacios verdes de la ciudad, sobre el cordón marrón del río, puede ver el sol, redondo y brillante.

Agosto se presentó con días cálidos que invitan a disfrutar el aire libre, aunque el aire y la libertad vengan escaseando. El cielo, otra vez gris, contaminado por las partículas de humo que llegan desde las islas. El río está tan bajo que se puede cruzar a pie hasta algunos islotes cercanos a la costa. Durante la noche se ven las columnas de fuego implacable que van arrasando el humedal mientras el viento trae las emanaciones tóxicas de la vida carbonizada.

Piensa en Marcos. Tendría que haberlo llamado, se dice. Después de la discusión del día anterior, él le había mandado un mensaje conciliador que ella leyó y no respondió. Y encima le clavé el visto, agregó para sí misma, sintiéndose culpable.

Marcos se había ido cargando su bolso, molesto por las permanentes diferencias, cualquiera fuera el motivo. Laura empezaba a creer que pasar la cuarentena juntos no había sido buena idea. Los dos tenían sus hábitos, sus manías y no estaban acostumbrados a compartir tanto tiempo.

Un ruido inusual a sus espaldas la saca de sus reflexiones. Cuando se acerca al patio, ve por la ventana algo que la razón no le permite asimilar.

2

Marcos está sentado en su auto con las manos aferradas al volante. Lo aprieta con tanta fuerza que los dedos empiezan a acalambrarse. No siente el dolor. Es tan grande su enojo que cualquier otra sensación corporal queda menguada. A través del parabrisas puede ver la barrera baja del paso a nivel que debe cruzar a diario, camino a su trabajo. Se levantó más tarde y no logró adelantarse al tren. Se arranca con bronca el tapaboca y expulsa el aire contenido. El confinamiento de los últimos meses, el cambio abrupto de las reglas de juego y los obstáculos de todos los días agotaron su capacidad de tolerancia y lo volvieron irascible, malhumorado.

Recuerda las reiteradas veces que voces apocalípticas anunciaron el fin del mundo, interpretando predicciones mayas, de Nostradamus o de Solari Parravicini y se convence que, esta vez, acertaron; aunque podamos superar este trance, las cosas no volverán a ser como antes. Esa idea lo lleva a pensar en Laura y en lo difícil que le resulta transitar los vericuetos de su mente. Tendríamos que revisar los pactos de convivencia, se dijo.

El sonido penetrante de la bocina de la locomotora que encabeza la formación de vagones de carga lo saca de sus reflexiones. De vuelta a la realidad, lo que aparece ante sus ojos lo desconcierta.

3

Laura se restriega los ojos. El tapial que rodea el patio está cubierto de aves de variado tamaño y color: reconoce calandrias y benteveos entre otras de color pardo, grisáceo, moteadas o renegridas, casi azuladas; con picos largos o cortos; otras con pechera amarilla y una especie de antifaz; también las hay con penachos sobre la cabeza y unas con pico largo y grandes alas que despliegan como si fueran a levantar vuelo. Son cientos, apoyadas en los sillones, acomodadas en la mesita y ocupando cada espacio disponible. El cielo también se pobló de pájaros que llegan del este, una bandada vuela formando figuras que van cambiando a medida que se desplazan por el aire. Más bajo, otros grupos van descendiendo y cubren todo espacio visible.

Sobre el furgón de cola de la formación, Marcos descubre un par de gatos moteados que descansan plácidamente. Por el costado del camino, avanza una caravana interminable de roedores de pelo largo, con colas anchas y cortas, parecen nutrias. Desde la alcantarilla asoman culebras y diversos anfibios: ranas verdes, sapos grises, algún escuerzo de gran tamaño y colores brillantes, que se suben a los autos detenidos. Entre la maleza de la banquina aparecen las cabezas de una especie de ciervo de mediano tamaño y dos crías.

Laura se apura en buscar el teléfono para captar la imagen. El aparato vibra en su mano: Marcos está llamando.