No importa si, como dice la Biblia, en el principio fue el verbo. Importa más saber si esa palabra fue parte de una verdad o de una mentira. Porque si fue una verdad, la primera mentira que se dijo fue para desacreditarla. Y si fue mentira, la verdad llegó para aclarar los tantos. Es difícil saber si entonces la gente mentía con tanta facilidad. Es cierto que le dijeron a la gente que ¡el hijo de Dios había caminado sobre el agua! Pero por ahí era cierto.

Pero yo me quiero referir a las mentiras que se usan para destruir países, culturas, para derrocar gobiernos, como las inexistentes armas masivas en Irak y el menos existente hijo de Evo. A las mentirijillas, a las picardías, las podemos obviar, incluso festejar, como cuando Boca llegó a Alemania a jugar la Intercontinental y el Toto Lorenzo le dijo a la prensa que estaba preocupado por la lesión de un jugador que ni era suplente. Y el equipo técnico alemán se volvió loco averiguando sobre ese jugador mientras Boca seguía con lo suyo.

Mentiras hubo siempre, pero ahora vemos más claramente que la mentira en la política es semejante a un portaviones. Incluso mejor porque no necesita combustible ni trasladarse en el espacio. Y ese tipo de mentiras ya no es posible vencerlas con verdades. La verdad (ya) no basta. Ya no basta apelar a la inteligencia o a la moral del que escucha, porque la novedad es que la gente, mucha, ha decidido adoptar la mentira sin importar que las leyes de la física certifiquen que caminar sobre el agua es imposible.

El toque final a esta estrategia es desacreditar definitivamente a la verdad. Ya no importa hacer impermeable a la mentira. La mentira puede ser delirante, no importa en tanto sea amplificada y repetida. Porque habrá una corte de pelandrunes dispuestos a enarbolarla como ley. Y eso sucede en todo el mundo. Es una realidad más de esta hípermodernidad.

Basta ver un debate presidencial. Uno de los dos, cuando no los dos, puede decir una tontería detrás de la otra. Esas mentiras saldrán al mundo como hecho consumado. Y andá a quejarte a Magoya. Todo lo que necesitaba la mentira para que ganara definitivamente la batalla era tener formas de amplificación.

Mentirle a una persona por vez sería la mentira artesanal, mentirle a millones es la mentira en su versión industrial. Pero la mentira artesanal tenía algo de épica. Imaginate que estás en medio del desierto y aparece el apóstol Pablo, insolado, a decirte que Jesús esto, que Jesús lo otro. Dale, flaco, te creemos, pero salí del sol que te vas a incinerar, le diría uno, entre escéptico y solidario. Ahora tenemos a pelandrunes como Trump o Bolsonaro, o los émulos locales, diciendo desde los medios exactamente lo contrario a lo que se ve por la ventana. Y mucha gente ha decidido creerlo, ya no por solidaridad sino por estupidez. O por complicidad.

Los que mejores entendieron que la mentira es un arma tan idónea como cualquier otra siempre fue la derecha. Y cuando digo derecha me refiero a todos los hijos de puta desde el antiguo Egipto para acá. Y si usted cree que la izquierda también se benefició con la mentira yo le respondo que era la izquierda que actuaba como la derecha.

Estos últimos años aprendimos que a la gente no le importaba tanto la verdad como sentir que se tiene razón. Esa batalla está perdida. Y lo peor es que hay que seguir librándola. Y no hay tiempo para que los libros de historia nos digan cuál era la verdad verdadera.

Entonces, ¿por qué insistimos con la verdad como única herramienta? ¿Por qué no inventamos alternativas para combatir la mentira, la sanata, la macana, el embuste, la falsedad, el engaño, la falacia, la farsa, la patraña?

Además la verdad es una. Las mentiras son infinitas. Buscar la verdad como única solución es de ingenuos. Hay que buscar otras soluciones. Meter en cana a los que mienten en beneficio de sus mierdas no sería una mala idea. ¿Un impuesto a las mentiras?

Para colmo, para usar la verdad como arma hay que estudiar, leer, tener curiosidad, saber argumentar y tener imaginación. Para usar la mentira basta con ser inescrupuloso. Si hay una moral que respetar, no tiene gracia si vale solamente para nosotros y no para el enemigo.

Hoy se habla de NODIO, un observatorio oficial que intentaría trabajar sobre este severo problema. ¿Está bien? ¿Está mal? No lo sé. Lo que sé es que hay que enfrentar este asunto. Que los periodistas que mienten (para sacar ventaja) paguen por mala praxis, como lo hacen los médicos y los arquitectos, sería una buena forma de empezar a mejorar esto.

Acá hay que barajar y dar de nuevo. Pedirle ayuda al fantasma del Toto Lorenzo o al de San Pablo si fuera necesario. ¿Dónde están los filósofos y los genios cuando uno los necesita? Tanta tecnología al divino botón… Tanto avance para retroceder…

Y no me vengan con que tarde o temprano la verdad vence a la mentira. Es tan tonto como que el amor vence al odio. Basta ver cinco minutos de televisión para entenderlo. La verdad aclara a veces las cosas. Pero sólo entre lo que aún notan la diferencia. Y siempre tarde.

El futuro será un futuro de mentira tras mentira. Siempre bien utilizada por el enemigo y sufrida por nosotros. Hay que encontrar una vacuna a esta otra peste. Habría que por lo menos intentar pensar el problema. Claro que si apareciera la vacuna, los enfermos no se van a querer vacunar. Incluso van a negar que están apestados. Dirán que mentimos.

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