Rebecca

(EE.UU/Inglaterra, 2020)

Dirección: Ben Wheatley.

Guion: Jane Goldman, Joe Shrapnel, Anna Waterhouse, a partir de la novela de Daphne Du Maurier.

Música: Clint Mansell.

Fotografía: Laurie Rose.

Montaje: Jonathan Amos.

Reparto: Lily James, Armie Hammer, Kristin Scott Thomas, Ann Dowd, Sam Riley, Tom Goodman-Hill.

Duración: 121 minutos.

Disponible en Netflix

5 (cinco) puntos

El inicio ya es clásico, de cinefilia: “Anoche soñé que volvía a Manderley”. Es el “érase una vez” de Mrs. de Winter, con el que invocaba los recuerdos y abría las puertas de una mansión brumosa. Es también la primera película norteamericana de Alfred Hitchcock, cuyo título local aún persiste en la memoria: Rebeca, una mujer inolvidable.

Ahora Netflix propone una remake. Y son varias las cuestiones que vale señalar. Por un lado, que su director es el también inglés Ben Wheatley, y que no es un realizador a menospreciar, repartido entre la televisión y el cine, de recorrido internacional, participación en el festival de Mar del Plata (con Sightseers y Free Fire), y responsable de haber filmado El rascacielos, a partir de la novela de James G. Ballard.

En otro orden, hay que destacar que esta producción de Netflix oficia de manera simbólica. El objetivo es Hollywood. O lo que queda de él. La contienda entre el gigante del streaming y la alguna vez meca del cine continúa, y ésta es una manera entre otras. Tal como lo significa haberse ocupado, merecidamente, del montaje y estreno de Al otro lado del viento de Orson Welles, o de producir la película de Scorsese a la que nadie ponía un dólar: The Irishman.

Esta pretensión expansiva no oculta su desprecio, tal como lo refiere la serie Hollywood de Netflix y Ryan Murphy, dedicada a revelar el machismo, la misoginia y el desdén por las diversidades, que anidaban en el viejo sistema de estudios. Hay algo de razón, desde ya, pero mucho de bravuconería infundada. La serie confunde películas y protagonistas de modos antojadizos, sin problema en dar por tierra con un cine genial. Vale aclarar que cualquiera de las películas protagonizadas por Rock Hudson a lo largo de su vida, a quien la serie caracteriza como un imbécil, valen mucho más que esta serie.

Rebecca forma parte de esta cuestión, y no hay que esquivarla. Lo que no significa quitar méritos a la producción en sí. Ahora bien, el problema es más importante que otros cuando es al maestro a quien se tiene por objeto a revisitar. ¿Cómo hacerlo? Hay un tendal de películas que lo han intentado y muchas han muerto en su intento. Seguramente porque lo que no hay manera de incorporar o reelaborar, sea la puesta en escena original. Le correspondía sólo a él. A excepción de que se sea también un autor, capaz de tomar a Hitchcock desde una poética propia y persistente; es decir: Brian De Palma o Roman Polanski. Pero está claro que al lado de ellos, el cine de Ben Wheatley es otra cosa.

Hay que decir también que Rebecca es una de las encarnaciones de la mujer fantasma hitchcockiana. Ya presente/ausente en La dama desaparece así como llevada a su expresión máxima en Vértigo. Mujer evanescente que emana una estela inevitable, con la cual los demás personajes intentarán convivir. De este modo vale pensar la voz letal de la mamá de Norman Bates en Psicosis. Rebecca es parte de esta genealogía y de una magistral puesta en escena, que es la obra de toda una vida. La remake de Ben Wheatley intenta lo propio y hay que decir que logra una película más o menos sostenida, pero que se atreve a depositar su atención en la presencia ausente de su personaje.

¿Quién es Rebecca? Puede decirse que aun cuando la voz en off inicial sea la de Mrs. de Winter, es Rebecca, mujer fantasma y muerta, quien protagoniza el relato, después de todo, la película lleva su nombre. “Anoche soñé que volvía a Manderley”, ¿desde dónde habla y dice Mrs. de Winter? Esto es algo que el film de Hitchcock no resolvía. Sí lo hace la versión de Wheatley. Y si bien explicita lo que antes quedaba en la bruma, provoca una resolución perturbadora. Entonces, ya no sólo quién es Rebecca, sino también, ¿quién es la que habla de ella?

Quien será Mrs. de Winter (Lily James en el rol que cumpliera Joan Fontaine) –su nombre, así como en Hitchcock, nunca es dicho-, dama de compañía de una mujer adinerada, conoce en uno de sus viajes a Maxim de Winter (Armie Hammer, en el rol de Laurence Olivier), quien pena la muerte reciente de su mujer, Rebecca. Entre los dos surge el idilio y la vida compartida en ese lugar de ensueño: Manderley, la mansión gigante del millonario. Pero también el hogar de Rebecca. Todo dice sobre ella. Todos callan sobre ella. Y quien custodia celosa su legado es Mrs. Danvers, uno de los mejores personajes de toda la filmografía hitchcockiana, interpretada entonces por Judith Anderson y ahora de una manera no menos admirable por Kristin Scott Thomas.

El sueño de la otrora dama de compañía se vuelve lenta pesadilla, hasta que ¿Rebecca? culmine por descubrirse y aterre a todos por igual. El procedimiento no es el del cine de terror, sino del fantástico. No harán falta sonidos de cadenas ni puertas chirriantes. Es el latido inocultable de todos los que allí moran y la conocieron los que terminarán por delatarse. En ese laberinto se inmiscuye Mrs. de Winter, y cuando llegue el momento, la película se partirá en dos. Mientras que en Hitchcock las revelaciones surgían de manera continua, sin perder nunca el clima onírico, la película de Wheatley prácticamente cambia de registro y se vuelve nada interesante. Pasa a atender el pleito legal y el devenir de un juicio que podría terminar con el propio Maxim de Winter tras las rejas. Lo que importa, entre todo esto, es la posibilidad de un hijo en el cuerpo muerto de Rebecca. Allí está el secreto mayor.

Ese secreto guarda concomitancias extraordinarias que ya estaban presentes en el film original: el adulterio, la diferencia de clases, el lugar social diferencial para la mujer, el orgullo aristócrata. Y una mujer entre todas –Mrs. Danvers- que es expresión dolida de un amor roto y homosexual. Es por eso que al ver la nueva versión se asiste a cuestiones ya trabajadas, pero desde una poética que no es suficiente porque tiene que declamar lo que antes se sugería. Y ojo, porque éste es un síntoma de mucho cine de estos tiempos. Por esto será que el film no es capaz de adentrarse en lo más tórrido y convulso, aun cuando sea destacable su desenlace, cuya ironía agrega incorrección a su Mrs. de Winters, en un aire de femme fatal que bien podría haber heredado de la ¿muerta? Rebecca. Pero no alcanza.