–Recién paró de llover, vas a tener que esperar un poco rubia… los días así no hay tasis en ningún lado-, le dijo el hombre de chaquetilla azul mientras metía sus manos en los bolsillos y tocaba las monedas. Había otro hombre al lado sentado en un banquito.

–Tuviste suerte ahí viene uno–, dijo el hombre de azul mientras miraba hacia el norte, como hacen los hombres en el campo cuando la polvareda anuncia la aproximación de alguien, como si al igual que los hombres de campo supieran antes que nadie que va a llover. El hombre de azul distinguía el sonido de las cubiertas en el cemento mojado o quizás cierta frecuencia sonora del motor, el estilo de la conducción, cosas que las chicas rubias de campo no pueden percibir o quizás nadie que no esté mucho en la calle esperando un taxi. A los segundos se vieron las luces. 

–Ahí viene–, y se preparó para cruzar la calle, le agarró la valija, abrió la puerta y la ubicó en el asiento delantero.

–Gracias–, dijo ella mientras le daba una moneda, por algo que podría haber hecho ella pero es mejor mantener la costumbre cuando es de noche, una chica está sola y además llueve.

–Montevideo y Buenos Aires–, le dijo al taxista queriendo parecer segura y un poco más grande, pero el taxista no se movió ni puso el auto en movimiento.

–¿Cómo?

–Montevideo y Buenos Aires–, repitió.

–Buenas noches–, y se dio vuelta para mirarla, tenía el pelo un poco largo con una pelada en el centro de la cabeza, y como mojado, ese mojado de lo sucio, porque lo sucio también moja, como la calle con barro después de una lluvia. La miró con unos ojos achinados y filosos, y una voz grave con rever, como si le saliera del estómago o del lugar más profundo y oscuro del cuerpo.

–Buenas noches nena, o no te enseñaron que primero se saluda.

–Disculpe, buenas noches–, su voz se escuchó temblar aunque no temblara, sonó suave saliendo con dificultad entre los dientes, buscó el celular en la cartera, lo tocó como si fuera una pata de conejo, y se quedó pegada a la puerta, agarrándose de ese agujero en el cual se pone la mano para cerrar pero también para empujar y abrir.

–Ahora sí. ¿Me dijiste Montevideo y Buenos Aires?–. Puso el auto en movimiento pero no dobló por calle Córdoba como lo hacía la mayoría, siguió por la misma calle hacia el sur, calles menos transitadas, con luces amarillas y más oscuras por los árboles. 

–¿De dónde venís?–, y sonó como un interrogatorio.

–Bigand–, respondió con la certeza de que en esos momentos hay que responder sin decir la verdad.

–Vos venís a estudiar ¿y que estudias rubia? Si me dejás un poquito adivino. Vos así vestida con esa carita, sos muy prolijita… podés estudiar medicina, odontología… aunque si estudiaras medicina no te habrías ido el fin de semana, medicina no. Vivís en aquella zona, así que podría ser ¿psicología? Pero no tenés cara, sos un poco callada… psicología no ¿antropología? Pero por la ropa que usas tampoco. Trabajo social, estoy cerca, estoy cerca. Relaciones internacionales. Adiviné. ¿Quién diría? ¡A la rubia le interesa la política! ¿De verdad, rubia, te interesa? Sos una caja de sorpresas. Yo que pensaba que ya no tenía salvaba la noche, paso por la terminal y levanto a una rubia mal educada que le interesa la política.

–Padre nuestro que estás en el cielo–. Eso lo dijo ella pero mentalmente, porque era momento de quedarse callada y rezar.

–Y creyente, una mezcla un poco rara, o sos de derecha o sos peronista… una rubia creyente y peronista, sos una caja de sorpresas rubia. Pero yo no soy tachero, no te quise asustar rubia, pero me calienta que las pendejas como vos me traten como a un tachero, no soy tachero. Estoy acá por la sarta de hijos de puta que nos gobiernan, por gente como vos que le interesa la política. Por el reverendo hijo de puta del peronista ese, bue… peronista, por el rufián ese que dicen que no hay que nombrarlo, y después los otros hijos de puta que no hicieron una mierda y el cabezón ese… ese es el padrino, acordate… es el padrino. Soy abogado. A-bo-ga-do, te lo separo en sílabas para que se te grave, un abogado que tiene que manejar un puto taxi. Tuve que dejar de dar clases en la facultad y acá me tenés manejando un tacho, a la medianoche, para llevar a pendejas como vos, que tiene viejos que le pagan todo…

Ella se mueve para agarrar eso que vibra en su cartera, saca el celular y lo atiende: 

–Mami, no no, no llegue todavía… es que había mucha gente y no llegaban los taxis... Sí, sí te aviso… sí, me está esperando la Fer, sí, le dije que no pero me está esperando igual.

–Las madres siempre se preocupan así, te llaman por teléfono y listo, yo no dejaría a una hija manejarse sola a la noche, menos con esa carita, que carita que tenés rubia… no va a ser fácil para vos, en la política con esa carita, sos como un corderito… y hay mucho lobos, y el lobo se disfraza de cordero también ¿sabés? Una noche no te toca un tipo como yo ¿y qué vas a hacer? Ni el celular te salva. Porque en el auto, en el auto manda el tachero ¿entendés? Manda el tachero, y puede hacer con vos lo que quiera… yo podría acelerar y doblar por “Entre Ríos” y te meto en el medio de la villa y ¿sabés? Ni el celular te salva rubia. No te salva nadie, ni tu mamita, ni el celular, ni Dios, ni Perón te salva rubia, ni Perón… y ahí vas a ver a todos los descamisados… mucho romanticismo rubia y el mundo está podrido. Está todo podrido.

El auto frenó, ella se bajó y abrió la puerta de adelante para bajar la valija, estiró la mano con el dinero y le dijo "sírvase", como solía decir su viejo en estas ocasiones.

–Espero que entres rubia.

 

Le costó ubicar la llave en la puerta, quería hacerlo rápido y no podía, en el hall del edificio apretó el botón del ascensor, pero el taxi seguía en la calle. Pulsó el número 7, y subió los dos pisos restantes por la escalera, por las dudas.