Génesis, siglo XXI

Bajo un cielo amenazante, atravesado de truenos y relámpagos, en medio del diluvio que lo cubre todo, Noé prepara el arca entre un sinfín de complicaciones para ni bien escampe poner proa a favor del viento, bien salvados y guardados en su vientre todos los animales del hábitat. Los animales ven a Noé construir la barca en medio de aguas muy turbulentas.
Noé pretende un arca colectiva y se arremanga. Pretender armar un arca comunitaria le trae muchos dolores de cabeza. Recuenta los animales que albergará, cada animal vivo a lo largo y a lo ancho de cada camino cuenta. Para armar un arca de esas proporciones, de tantos pisos y tantas ventanas y puentes levadizos, Noé se devana los sesos. Se pone manos a la obra, busca madera noble y resistente; el arca tendrá que lanzarse, una vez que escampe, a aguas infectadas y demasiado revueltas.
Apenas la luz ilumina las tinieblas y el astro menor todavía se ve en el horizonte, Noé calza sus botas de goma de caña alta y hunde el pie en el agua para tantear el piso y dar el primer paso. No encuentra terreno sólido. De inmediato se le adhiere a las botas materia viscosa, está en medio del lodazal, en medio del diluvio, uno que parece no terminar nunca.
Una por una revisa las tablas de madera ofrecidas en el mercado, con disgusto y frustración carga unas cuantas al hombro con clavos adheridos. Al menor roce un pinchazo. Debe unirlas con pegamento resistente, que no se ablande en el primer ataque del agua, que soporte la carga de todos los animales, los grandes y los pequeños, los que reptan, los que caminan, los animales limpios, los animales sucios, los que vuelan, los que se sumergen. Noé planea un gran espacio de reunión, con seres en convivencia solidaria honesta, generosa, bondadosa, tolerante, y que nadie se fatigue ni muera en el intento. Armar el arca requiere de animales de gran fuerza que acarreen madera. Noé ubica unos elefantes consumiendo verde en la floresta. Bate palmas y les da la orden sopesando el peso de sus trompas interminables. Los elefantes se hacen los sordos agitando sus orejas descomunales y a pesar del cuerpo tan voluminoso tratan de escabullirse en la floresta.
A la vera del camino principal que conduce al terraplén alto donde Noé serrucha y clava, los animales de gran tamaño vigilan el interior del arca echando el ojo a los espacios más grandes y mejor ventilados, parando la oreja -en eso no descuidan un segundo- para escuchar primero que el resto la habilitación de la entrada.
A la vera y en el medio y por todos lados de otros caminos nada despejados, caminos llenos de pozos en los que es común hundirse, ahogarse, patalear descogotándose, una cantidad infinita de animales pequeños pugna por llegar al pie del arca, ondulando como una marea interminable va sorbiendo el polvo de las cortezas seleccionadas por los engullidores de cortezas, que las desgranan al morderlas en el bosque que han hecho suyo.
Hay cuervos graznando erizados en las ramas de los árboles gigantes, rondando a Noé, graznan acompañados por los loros, por el parloteo incesante de los loros que en medio de la lluvia enloquece al bosque.
Noé acumula pensamientos desde hace mucho, decidido a acumular tantos más, a fin de reforzar uno central, el de cómo distribuir en el arca el peso de los elefantes, evitando que naveguen todos juntos y aislados en el mismo compartimento, porque de ese modo el arca se hundiría. Un elefante ocupa mucho espacio, dos elefantes ocupan mucho más. Noé conjetura que los elefantes pueden no entrar al arca, pueden ignorar su partida y quedarse flotando entre las algas del diluvio, consumiendo vorazmente sus filamentos verdes, desdeñando la fuerza arrolladora de los remolinos del agua, pendientes de enlazar sus trompas, para quedarse chapoteando mientras se inflan sus vientres en el silencio del paisaje.