Si el fútbol fuera tan sólo una sucesión de estadísticas brillantes, no habría dudas que Lionel Messi sería el máximo jugador argentino de todos los tiempos. Ninguno ganó tantos títulos como él, ninguno hizo tantos goles tantos como él, ninguno alcanzó sus records ni recibió sus premios ni tuvo tanta vigencia, más de una década, en el peldaño más alto del mundo. 

Pero el fútbol es además y acaso por encima de todo, un fenómeno emocional. Y las emociones no se rinden ante los números sino los que los enfrentan, los cuestionan y los discuten. Sobre todo cuando esas emociones se encarnan en alguien, como Diego Maradona, que ha llegado a ser más grande, tal vez, que el deporte que lo contuvo y le dió fama, gloria y fortuna. Y cuya muerte ha potenciado su condición de mito y leyenda. Antes, incluso, del infausto miércoles de la semana pasada, Diego ya vivía ahí, sin discusiones.. Ahora que se fue de nuestras cosas, mucho más y para siempre.

Por eso, carece de sentido reforzar una discusión sobre quien es el mejor de los dos. Porque la competencia es despareja. O en todo caso, se plantea desde posiciones diferentes. Messi nos sigue emocionando, encendiendo y enorgulleciendo. Pero no nos pertenece porque su épica nos resulta ajena, distante. Apenas una buena excusa para sentarse un rato delante de las pantallas. La única camiseta de un club argentino que Messi vistió fue la de Newell's y entre los 7 y los 14 años. Y a esa camiseta y a esa infancia suya homenajeó el domingo en su personal manera de recordarlo a Maradona. Futbolísticamente, Messi será siempre un producto del Barcelona. Aunque tarde o temprano quiera irse de allí. 


En cambio, más argentino que Diego no se consigue.
Hizo sus palotes futboleros en los ásperos potreros de Villa Fiorito, jugó cinco años en nuestro país, salió campeón con Boca en 1981 y encima alzó la Copa del Mundo en México '86 y lloró lágrimas amargas cuando fue subcampeón en Italia '90. Nadie ha interpelado las emociones argentinas como él en los últimos 50 años. Y la conmoción que provoca su partida va mucho más allá de lo futbolístico. Sólo es comparable a la muerte de Juan Domingo Perón en 1974.

Maradona, con sus claroscuros, formará parte eterna e indivisible del alma nacional. Messi, quizás nunca llegue tan lejos. Pero todavía le queda una chance: llevar de la mano a la Selección rumbo al título del mundo en Qatar 2022. El día que Lio pueda darle a la Argentina parte de lo que le ha entregado al Barcelona y nos haga salir a la calle para abrazarnos entre todos, le serán abiertas las puertas del olimpo sentimental del país. Mientras tanto, aquellos que todavía hoy desprecian a Messi lo seguirán ninguneando y le tomarán nuevos exámenes. A la espera de que las emociones dictaminen lo que los números ya indicaron hace rato.