La elección del título para este disco de Gerardo Gandini, deliberada o involuntaria, reconoce el punto exacto en donde nace la invención de sus postangos. Es un acontecimiento conocido, pero hay que extraer de ese hecho todas sus consecuencias: en el Royal Carré Theatre de Amsterdam, el 26 de junio de 1989, la Orquesta de Osvaldo Pugliese y el Sexteto de Piazzolla tocan juntos por primera y única vez. En esa ocasión Gandini, que integraba el Sexteto, improvisa un puente pianístico que va de "La Yumba" hacia "Adiós Nonino", en un trayecto en el que convierte un tema en otro, avanzando y retrocediendo varias veces, alterando y haciendo tartamudear la secuencia melódica y rítmica de cada obra. Este procedimiento es originario de lo que serán a partir de 1991 sus postangos, aquella improvisación de Amsterdam la convierte en su modelo de abordaje del tango.

Los temas de este disco (cuarto de los dedicados a postangos, tres de ellos del sello BlueArt –uno con un Grammy Latino-), surgen de una recopilación de distintas actuaciones (1992, 1999, 2002), y deben considerarse standards del género: "Desde el alma /Nunca tuvo novio", "Silbando", "Cristal", "Los Mareados"; Bardi, Piana, Mores, Cobián quizás se presten mejor que Piazzolla para ser intervenidos con una suerte de corrosión melódica en donde la ejecución aprovecha lo que el oído tiene incorporado, de modo que oímos doble, las partículas sentimentales de esos tangos clásicos adquieren nueva vida, un sentimiento menos sentimental, una ganancia sensible. Algo raro en la música contemporánea. El tratamiento de "Silbando" o de "Cristal" coloca la línea melódica rodeada de una turbulencia atonal, la melodía se hunde y vuelve a la superficie como una embarcación terca.

“Qué extraño eso de estar viajando con Astor –escribía Gandini-, yo, el culto que me las sé todas, el compositor de obras en lo que lo popular no entra. Siempre supe que la música popular y la ‘culta’ pueden tocarse tangencialmente pero no juntarse. Pero acá yo estoy como pianista; no como compositor. Pero inevitablemente, mi presencia aquí incluye todo mi imaginario, toda la música que he escuchado tocado y compuesto. Tal vez ése es el ingrediente que Astor estaba buscando, tal vez por eso me llamó”[1].

Cuando Astor me comenta en una cena de noviembre de 1988 que lo había llamado a Gandini, pensando en su disco con Hugo Pierre dedicado a Gershwin, no desconocía su obra compositiva (los dos fueron alumnos de Ginastera) y tenía absolutamente claro que con él incluía una bomba de música contemporánea en el grupo y en su música. Gandini antes de Piazzolla era dos músicos, a partir de su experiencia con el Sexteto esa división se perturba: “Inevitablemente mi presencia en el Sexteto incluye toda la música que he escuchado tocado y compuesto”. Muy diferente de su paso por Gershwin, lo que Gandini pone en el piano del Sexteto, y luego en los postangos, se encuentra investido por sus criterios compositivos de ‘música clásica contemporánea’. Es posible aproximar sus composiciones "Sonata VII o IV[2] con fragmentos que escuchamos en este "Verano porteño" o "La cumparsita". “Lo contemporáneo -dirá-se mete en mis improvisaciones tangueras y el tango se mete en mis sonatas”.

La inclusión en este disco de interpretaciones "en colaboración" muestra otro rasgo de las incursiones de Gandini en diferentes terrenos. Con Ernesto Jodos a cuatro manos hay un diálogo con otro tipo de improvisación, de un jazz a lo Monk, con el que despedazan la estereotipada melodía de "La Cumparsita", sólo reconocida en una alusión final. Los dos tangos que hace con Fito presentan otra versión de Gandini, que sin dejar de trabajar los extremos del piano, las frases quebradas, que por lo demás se llevan bien con el estilo de irónica melancolía de La casita de mis viejos versión Páez, se modera como un acompañante. En "Los mareados" Gandini acompaña, cauta y respetuosamente al cantante casi en una conversación, Fito más cerca de la melodía, encuentran una atmósfera íntima y novedosa. Gandini se mueve aquí en una triple frontera con el rock, el jazz, el tango.

De aquel concierto de Amsterdam los dos, Astor y Gandini se llevaron mucho: Piazzolla demostró que podía seguir manejando músicas extrañas, indóciles, alojadas en la firmeza de su identidad estilística: los efectos atonales de Gandini se alojan a la perfección, con una tensión nueva, en la música de Astor. Gandini por su parte encuentra los postangos (es lo que comprobamos y también lo que declara); y con ello una nueva relación con la música contemporánea: hacerle frente con sus recursos compositivos a lo que viene del tango y de Piazzolla: con impresionante exploración tímbrica, con la errancia como rasgo estilístico, con un énfasis en aspectos microscópicos del tema, con una expansión del detalle, lejos de los esquematismos y las repeticiones, aloja con menos pudor la melodía y el ritmo, fobias de la ideología de la música contemporánea.

Obviamente que Gandini no es piazzolliano por imitación o por ampararse en su estilo, sus postangos tienen un lenguaje propio, lejos de la estructura compositiva e interpretativa de Astor (salvo en la música que hizo para la película La Nube, 1988, que recurre a un quinteto con músicos de Astor). Y si bien son tangos después del tango, no son post Piazzolla, sino a partir de Piazzolla. Hay que inscribirlo en la ruptura de Astor del 55 con el Octeto Buenos Aires, allí comienza la contemporaneidad del tango. Lo contemporáneo no se resume en avances técnicos o novedades armónicas, o cuánto de música contemporánea incorpora el nuevo tango. “Contemporáneo es aquél que percibe, no las luces, sino la oscuridad de su tiempo como algo que le concierne y no deja de interpelarlo (…)” (G. Agamben); la obsesión de Piazzolla en responder a la oscuridad epocal del tango define su ruptura y envuelve a Gandini.

 

[1] Gandini, G.: Dossier “Tango”, revista Babel N° 2, Buenos Aires, 1990.

 

[2] En el disco de Gerardo Gandini Cuando lo imprevisto se torna necesario (BlueArt, 2009).

* Autor de Piazzolla, la música límite (Corregidor) y Archivo Piazzolla (en preparación)