Avenida Libertad y Palazzo. La famosa “Esquina Libertad” de la canción de Los Piojos. En ése rincón del barrio de Ciudad Jardín (Tres de Febrero) nació hace 25 años La Chilinga, una de las escuelas de percusión más importantes de América latina. “El 3 de octubre de 1995 fue la primera clase que di, en la casa piojosa. Ahí empezamos, estábamos en la sala de ensayo y en el pasillito con los tambores. Éramos como quince y habremos estado un mes ahí”, recuerda Dani Buira, fundador y director de La Chilinga. “Y después empezamos con las actividades en espacios al aire libre y luego alquilamos otro lugar en Martín Coronado”, dice el percusionista, desde la casa madre de El Palomar. En la actualidad, la escuela se reparte también en seis sedes (Florencio Varela, Lanús, Quilmes, Saavedra, San justo y Santos Lugares) y sus integrantes se cuentan por cientos.

Buira tiene un lema: en La Chilinga todos tocan, nadie se queda afuera. No toman examen, no hay calificaciones ni se divide por niveles. Hay una cuota social pero no es condición para asistir: solo la pagan los que pueden. El espíritu social, participativo y colectivo es la columna vertebral de este proyecto de percusión pionero en el país. En la escuela se enseñan los principales ritmos afroamericanos, pero con una impronta argentina. Candombe uruguayo y argentino, samba reggae brasileño, murga y marcha camión rioplatenses, toques de makuta, bembé, rumba, columbia, abakua, son y candomblé son ejecutados por la comunidad musical de La Chilinga, que trasciende edades, oficios y clases sociales.

En cada cumpleaños de la agrupación realizan infinidad de actividades al aire libre, espectáculos y festejos de todo tipo durante todo octubre. Pero estaba vez la pandemia imposibilitó las actividades presenciales. Y también golpeó fuerte a los proyectos culturales y sociales, claro. “Fue muy difícil transitar la pandemia para nosotros. Porque La Chilinga es integración social, abrazo y compañerismo. Y justamente el virus es todo lo contrario: es distancia social. Nos pusieron el adversario más jodido”, se lamenta Buira. “Ver las sedes vacías todos estos meses fue muy fuerte, porque es un lugar de integración muy necesitado para un montón de gente. Ya volvieron dos sedes. Es una experiencia nueva para todos y es muy loco porque hay mucho miedo de regresar. Si no podemos abrazarnos, ¿cómo vamos a estar? ¿Cómo no vamos a hacer una picadita después de la clase? Es muy triste en una escuela como ésta irse cuando termina la clase. Entonces, estamos de festejos pero con una sensación rara”, se sincera. Por eso, para estar comunicados entre la familia chilinga, crearon hace un mes un programa de radio que va todos los sábados.

-¿Qué cambió en estos 25 años?

-Son 25 años donde antes era una cosa y ahora es otra. Es abismal la diferencia, tanto como sistema, como país, como mundo. Ahora todo está al alcance de tus manos. Si La Chilinga hubiera nacido ahora no habría prosperado, porque lo bueno que tuvo hace 25 años era que lo que se tocaba era lo que los alumnos escuchaban y no había forma de ver si en otro país se tocaba, si estaba bien o estaba mal; era el accionar de cada uno. No había Internet en ésa época, no había forma de conocer a Olodum, por ejemplo. Entonces, La Chilinga sonaba a algo bien argentino. Hace 20 años era un mundo que o te hacías fuerte o no podías existir, directamente. Ahora podés imitar a cualquier raíz del mundo.

-¿Y por qué creés que el proyecto se mantuvo en pie durante tantos años?

-Porque tiene la llave a nivel tambores. Hace 25 años no podías comprar ningún tipo de tambor porque no existían. Tenías que ir a un herrero a explicarle lo que era un zurdo. La Chilinga tiene una llave que abrió algo que vino después. No existía la percusión argentina contemporánea. En las casas de música no te podías comprar un redoblante, te vendían la batería entera. No había forma de entender que el redoblante iba a ser parte de la percusión el día de mañana. Los redoblantes que teníamos en La Chilinga durante los primeros cinco años eran de amigos bateristas o de algunos chilingos que tenían una batería en su casa. En La Chilinga no se te pide un examen a fin de año. Porque la señora cuando vuelve a la casa no se puede poner a estudiar, tampoco un pibe que vende chocolates en el colectivo. Entonces, todo se ve ahí, todo se acciona, y sigue siendo popular siempre. Al no haber niveles, siempre te mantiene la raíz. Hay un ritmo que nace de los negros y que aparece en las acentuaciones del habla. Y nos une a todos.

-¿Y ustedes colaboraron a organizar esa identidad argentina en torno al tambor?

-Si vos te ponés a tocar tango y milonga y lo hacés rioplatense, sale solo el ritmo argentino. Una cosa que sale de ahí es el ritmo de "Verano del '92", por ejemplo. Es un ritmo más triste, milonguero, de acá, no es un ritmo brasilero. Se escapa por todos lados el ritmo argentino y no te das cuenta: en la cancha, en las murgas y hasta en un cumpleaños. Jaime Roos y Rubén Rada fueron muy importantes para La Chilinga porque nos mostraron folklores rítmicos, ritmos de calle que hasta los palmea un borracho. Tenemos un respeto mutuo con la murga uruguaya.

-¿Por qué les interesó trabajar en los barrios, con un enfoque social? Han llevado también los tambores a cárceles, hospitales y manicomios.

-El tambor es re necesario para un montón de situaciones: uno no se da cuenta y te integra el toque con el de al lado. Te hace sentir algo con el que está tocando con vos. Y si todas esas cosas las llevás a lugares marginales o donde la están pasando mal posta, se transforma en una sonrisa que es impagable, un ida y vuelta de abrazos. Y hace muchos años no estamos como para tocar y bailar. El tambor chilingo habla, es otra cosa. Por eso les decimos tambores de lucha. Nosotros somos seguridad de Madres de Plaza de Mayo. Hay algo más fuerte que la danza. Es hermoso llevar el tambor a todos lados, como a institutos y cárceles. Porque otro instrumento ya requiere quizá de técnica o estar enchufado a un equipo. Pero el tambor es tan natural y tan primitivo que en la fila está primero. Si no sos percusionista vas a tocar tu ritmo. El ritmo de vida no es solo comer y caminar, sino también tocar el tambor.

-Salieron mucho con H.I.J.O.S. en las marchas del 24 de marzo. ¿Cómo se forjó ese vínculo?

-Ellos empezaron como institución hace 25 años, igual que nosotros. Yo tenía muchos amigos de H.I.J.O.S. y al toque que armamos La Chilinga, al mes, nos invitaron a ir a un escrache con los tambores. Y a partir de ahí fueron los escraches (a los genocidas) y las marchas. El tambor chilingo cuando protesta te pasa por encima. En la última salida, con Madres, éramos 300 tambores en la calle. Extraño los escraches. Lo digo de manera graciosa, pero corríamos por todos lados. Los escraches fueron de las cosas más inteligentes que se hicieron a nivel protesta. Los cárteles era increíbles: "A 100 metros: genocida".