“Vendrán por los alimentos, el agua dulce y los recursos naturales”

Juan Perón

Los cursos que Saussure dictara en la Universidad de Ginebra desde 1906, no solo fundaron la lingüística estructural. Agitaron las aguas del arte y la ciencia, trastornaron rocas y algas de las profundidades de la comunicación humana y facilitaron el abordaje a las corrientes submarinas del inconsciente, hasta que los mensajes dejaron de ser neutrales.

Desde entonces, los pensamientos pueden sumergirse con mayor conciencia en océanos de tumultuosas emociones, bracean entre arrecifes de cosmovisiones y códigos culturales y naufragan sobre la arena de las escuchas.

Según Pierre Bourdieu, en la batalla por las interpretaciones “El que nomina, domina”; ergo, quién define el valor de las palabras en el mercado lingüístico -en precisa analogía al valor económico- asigna significados al significante (o continente de la palabra) y tiene mayores oportunidades de vencer disputas políticas y guerras.

Sin embargo, al compás de los vientos sociales, la mano del mercado resulta cada vez menos invisible y más exploradores, como Ulises, desoyen cantos de sirenas y resisten los impuestos de corsarios y piratas al servicio de los imperios.

Frases como la del epígrafe alertaron sobre el futuro.

Apenas cincuenta años después y en plena pandemia, los filibusteros del puerto de Wall Street articulan un nuevo contenido para la palabra “agua” e intentan instalarla en la percepción humana como “activo financiero a futuro sobre sus derechos”; arrasando con derechos y decisiones soberanas de estados democráticos y organismos internacionales.

Antes, se adjudicaban meritocracia.

Ahora, se juzgan impunes.

Iniciaron el siglo XXI acabando con los procesos de desconcentración del conocimiento (en centros de investigación y pymes de todo el mundo) durante la crisis de los “valores tecnológicos”.

Muy pronto, los mismos bucaneros ofrecen las hipotecas inmobiliarias; cuya caída en 2008 avalará la concentración en oligopolios de vivienda; mientras crean mercados a futuro de alimentos para “eliminar el hambre mundial”.

Desde los ´90, promueven organizaciones “sin afán de lucro” (pero costeadas por anónimos fondos de inversión) que dan cátedra sobre cuidado del agua como responsabilidad individual…en tanto venden agua envasada y encubren a individuos y corporaciones que desertifican y contaminan, queman humedales, cierran pozos a poblaciones locales, bloquean el acceso a lagos y manantiales y se apropian de glaciares, lagos, plataformas submarinas y acuíferos.

Hoy, se ofrecen como guardianes y custodios del agua.

Historias similares pueblan las bitácoras de todos los museos marítimos y ya no es ciencia ficción sospechar nuevas crisis y mercados a futuro de aire puro.

Aunque el rebaño continúe azorado y la ONU -con suerte- se queje, demasiados navegantes del planeta sospechan que “millones de moscas pueden estar muy equivocadas” y es buen momento para abandonar el Mar de los Desaciertos.

Vivimos entre bajíos y olas turbulentas y ningún marino nació navegando.

Alcanzar el arte de la marinería debe más a tropezar con maestros, brújulas y mapas apropiados que al propio talento y habrá que aprender a mantener las manos firmes en el timón y sumar flotas de lobos de mar, para relevarnos en la guardia y evitar atacar, como gaviotas desorientadas, a barcos amigos y peces intrascendentes.

Los grandes acorazados engañan a la humanidad desde hace siglos y (con la lógica romana del “divide y triunfarás”) han hundido muchos de nuestros barcos. Huellas de mapas subjetivos nos guían hacia complejos sistemas cartográficos.

Son tiempos de construir todos los barcos, canoas y balsas posibles, trazar mejores rutas marinas y, a plena consciencia del cambio climático, con menos consumo de combustible; para poner proa hacia contenidos más felices y zambullirse en aguas soberanas.

Establecer -por todas las costas del océano mediático mundial- el contenido político del agua como derecho humano demanda firmas y movilizar voluntades en una agenda que atraviese todos los organismos democráticos, nacionales e internacionales posibles.

Asimismo, desnuda otros contenidos (deudas injustas, leyes tecno-agro-financieras y tratados de inversiones extranjeras), que coartan políticas públicas populares y favorecen la especulación y las finanzas improductivas.

Anclar resistencias -¿o resiliencias?- e instituirlas como contenido común, solo será posible cuando las voces no se limiten a la propia aldea y se multipliquen en todos los mares del planeta.

Urge definir controles y herramientas -marítimas y terrestres- para llevar a feliz puerto la defensa de los recursos naturales y diseñar contra ofensivas de esperanza.

* Antropóloga UNR