¿Qué es un Golem? En mis memorias infantiles el Golem ocupa un lugar privilegiado. Después de mucho esfuerzo, mis padres, inmigrantes llegados a estas tierras de la Polonia arrasada por la Shoá, se animaron a comprar un Wincofón. Y aunque “Shoá” y “Wincofón”, por lo que cada una significa, no deberían compartir una misma frase, para que las nuevas generaciones entiendan, el Wincofón era un tocadiscos automático (ahora diríamos una sofisticada bandeja para vinilos) que, al colocar el disco, el brazo que conduce la púa se bajaba directamente. En fin, difícil de describir su mecanismo, créanme que para el hijo de dos humildes figuras que recién bajaban del barco, el aparato representaría un ascenso social y un avance cultural gigantesco. Venerado en un lugar privilegiado del comedor, simbolizaba la voz de una conciencia trasuntada, proveniente de una imagen invisible. Teológicamente, casi el mismísimo Dios en la evolución de cierto progreso transformado en sonido esterofónico.

La cuestión es que por esas cosas quiméricas, en casa había dos discos (o sea dos vinilos). Y los dos golémicos. En uno, un tal Max Zalkind, peluquero del Once y poseedor de una potente voz de barítono, quien merece un reconocimiento biográfico, cantaba con su mezcla de cocoliche judío al que algunos apodaron “castídish” (mixtura de idish y castellano) un tema llamado “Vacaciones”, en el que narraba una suerte de dilema sartriano acerca de lo que implicaría salir de veraneo desde Lavalle y Junín con rumbo a la playa o a las sierras cordobesas. Pero en el medio de la melodía, el cantor evocaba: “Señor del Universo, yo estoy aquí como un Golem…”, es decir, mi lugar es el de un tonto...

El otro disco, mi vieja lo había ganado en una kermesse. Era un trofeo. Una tapa de cartón, pintada en dorado y plastificada, destacaba en el centro una de esas fotos de Jorge Luis Borges con su mirada perdida. El disco (que lo conservo hasta hoy día) contiene una serie de poemas leídos por el propio autor. Con el eco del gran escritor, mi viejo aprendía a articular el castellano. De repente, cuando lo espiábamos, podíamos escucharlo susurrar: “El general Quiroga va en coche al moire” (o sea “muere”, dicho por un paisano), aunque “Fundación mítica de Boinos Aires” era nuestra pronunciación preferida.

Y en ese surco, yo había elegido su soneto El Golem como mi predilecto. El tema de un hombre fabricado por los místicos cabalistas impresionó tanto a Jorge Luis Borges, que su mejor de los muchos poemas que habría perpetrado --acorde a su amigo Bioy Casares-- terminó siendo El Golem.

El término Golem proviene del hebreo “Guelem”, que significa materia prima. En el lenguaje bíblico se lo asocia con el barro. Y siendo que el primer hombre --según la Biblia-- fue hecho de lodo (Adamá en hebreo es tierra y de ahí su nombre, Adán), fácilmente podemos deducir que el primer hombre era un Golem. De acuerdo con las fuentes que se tornaron legendarias, en el año 1580, el Rabí Iehuda Leib de Praga, sediento de saber lo que Dios sabe --al decir del escritor-- salió a la medianoche con dos ayudantes a las afueras de la ciudad, a las orillas del rio Moldava y juntando materia inerte, barro arcilloso, procedió a moldear la tierra dándole forma de hombre. Y recitando partes del Sefer Haietzirá, el místico Libro de la Creación (texto que proviene de épocas ignotas), vislumbró cómo ese barro podía levantar la cabeza hacia el cielo. Y fue que el Rabí comenzó a caminar alrededor de la figura de arcilla, de izquierda a derecha, observando cómo ese engendro adquiría un color rojo similar al fuego. Con gran nerviosismo, arrojó agua sobre su creación y vio cómo comenzaba a crecerle el pelo y las uñas. Y colocando en su boca un pequeño trozo de cuero en el que había escrito el indescifrable nombre de Dios, se inclinó hacia los cuatro puntos cardinales y recitó junto a sus ayudantes: “Y El Eterno insufló en su nariz hálito de vida” (Genesis 2:7). De repente, el Golem abrió sus parpados. El Rabí le indicó que se levantara. Había creado un Golem. Barro tal vez añadiría el Flaco Spinetta, aunque Borges despliegue el secreto. Insiste en que el hombre es a Dios lo que el Golem es al hombre, y lo que el poema es al poeta.

Al igual que la casa de Kafka, la sinagoga del Rabí Iehuda Leib es un lugar obligado en toda visita a Praga. Según comentarios de los más curiosos, en el ático del edificio se encuentra el cuerpo inerte del Golem.

En cuanto al comportamiento y el final de su existencia, la imaginación, tanto popular como intelectual, quedó abierta a la pluma de escritores, célebres y no tanto, dedicando capítulos y libros a este tatarabuelo del Frankestein de Mary Shelley, a este trágico super-hombre de Marvel, y sobre quien Bashevis Singer no exageraba cuando decía que la historia del Golem parece menos obsoleta hoy que hace cien años, porque qué son las computadoras y los robots de nuestro tiempo si no los golems. Sobre la saga de este personaje, continuaremos relatando en una próxima entrega.