Ceniza negra       6 puntos

Costa Rica/Argentina/Francia/Chile, 2019.

Dirección y guion: Sofía Quirós Úbeda.

Duración: 82 minutos.

Intérpretes: Keha Brown, Smashleen Gutiérrez, Humberto Samuels y Hortensia Smith.

Estreno en Mubi

Luego de haber estrenado el cortometraje Selva en la edición 2017 de la Semana de la Crítica, la cineasta nacida en la Argentina y radicada en Costa Rica Sofía Quirós Úbeda volvió al Festival de Cannes en 2019 para presentar en esa misma sección Ceniza negra. Su primera incursión en el largometraje, elegida como representante del país centroamericano en la carrera por el último Oscar a Mejor Film Extranjero, retoma aquella historia reencontrándose un par de años después con su joven protagonista, Selva (Smachleen Gutiérrez), que a los 13 años sigue viviendo en el pequeño pueblo costero del caribe desde donde había visto partir a varios de sus conocidos y familiares. La situación no es la mejor, pues debe hacerse cargo del progresivo deterioro de la salud de su abuelo, quien junto a su abuela fungen como los adultos más cercanos tras la pérdida de su madre.

Que en la primera escena Selva se comunique con su madre a través de un ritual ancestral con animales, que a raíz de eso ella se materialice ante sus ojos y que, minutos más tarde, el abuelo tenga una serie de visiones oníricas que presentan una realidad deformada, habla a las claras de una película donde lo mitológico, lo fantástico y lo terrenal conviven en un mismo plano, volviéndose por momentos indisociables. Es una convivencia armónica pero demasiado trajinada en la última década, un periodo donde gran parte del cine latinoamericano con trascendencia en los Festivales Clase A de Europa, especialmente el proveniente de Brasil, recorre, con mejor o peor suerte, caminos similares. Difícil, entonces, eliminar la sensación de déjà vu ante varias secuencias que propone Quirós Úbeda y que, aunque de enorme potencia visual y técnicamente pulidísimas, tienden a remarcar el carácter espectral del asunto, el peso metafórico del bosque, el mar y los animales, en especial las serpientes, en la vida diaria de la comunidad.

Financiada con fondos costarricenses, argentinos, chilenos y franceses, Ceniza negra pendula de la misma manera que lo hace Selva, que en cada una de sus actividades parece no ser una sino varias: observadora de ojos bien abiertos ante lo desconocido con sus amigos; silenciosa y reflexiva con los abuelos. La película es, por un lado, un relato con base en el modelo narrativo de los relatos de iniciación acerca de un para nada sencillo proceso madurativo por el cual aparecen los primeros escarceos románticos (“¿Qué es mejor: un beso lento y tranquilo, o uno rápido y con lengua?”, pregunta en un momento a su abuela) con los chicos y se establecen los pilares fundamentales de su identidad en marco de la dinámica escolar. Por otro, se trata del registro de una dinámica familiar atravesada por el duelo, el vacío y el aura elegíaca de esos recuerdos que obligan a Selva a mirar de frente sus miedos y limitaciones, pero sobre todo enfrentarse con las tribulaciones de la soledad.