Un día la muerte irrumpe y lo deja todo inconcluso, aquello que se calló  con temor o sin prisa, lo que se postergó aclarar o confesar, un agradecimiento,  tal vez un simple te quiero porque confiábamos en que nada debía  cambiar mañana, por lo menos no tan de golpe y sin aviso, o sin que al menos nos dé tiempo de marcar otra vez un número y escuchar  la voz familiar del otro lado del teléfono. Todo seguirá igual, pensamos, quisiéramos creer.Hasta que la muerte irrumpe un día y lo que no se dijo se transforma de pronto en un diálogo con uno mismo en el espejo de la conciencia, ahora ya es tarde porque se fue y no se lo dije, o lo grité y no debí hacerlo. El consuelo, entonces, asume la forma de lo que permaneció explicito, allá donde las palabras no llegaron pero sí los hechos. Paradójicamente el tiempo que no existía ahora se abre como una ventana en el vacío y se salta desesperadamente en busca de miradas compasivas, acaso el abrazo generoso, una voz susurrándote al oído como una caricia, dice que no te preocupes, no llores, ya está, estoy seguro de que se fue sabiendo cuánto se  querían. Entonces podrías llegar a preguntártelo: ¿qué le dirías si tuvieras otra vez la oportunidad de hablarle? Y esto es lo sucede en La limpieza, novela con la que Martín Hain obtuvo el Primer  Premio de Novela del Fondo Nacional de las Artes y donde narra, desde la perspectiva de un personaje femenino muy logrado, la vida sencilla de un matrimonio de jubilados sin hijos, Juli y Beto, para quienes la rutina diaria se configura alrededor de la limpieza de la casa y sin otros aspavientos de los que reparan los quehaceres domésticos. “A Beto el diario del domingo le dura hasta el viernes siguiente. Lo que yo hago con la limpieza, él lo hace con cada sección: el lunes lee los deportes, el martes la política, el miércoles el suplemento de ciencia y tecnología, el jueves los policiales, el viernes los espectáculos. Los sábados, Beto es internacional. Le digo si no quiere comprar el diario del miércoles, así se entera de lo que pasa a mitad de semana. Pero Beto no quiere, el olvido le achicó el horizonte”. Son como niños que se han amado toda la vida y por eso muchas veces sobran los gestos para entenderse, las palabras. Juli descubrió que a su marido le está fallando la memoria, hay días en que tiene pequeñas lagunas y por eso inventa curiosidades para que no se pierda detrás de todos los años que pasaron juntos. Hasta que un día ocurre algo, la llegada inesperada de un hombre marca el verdadero comienzo de La limpieza para que el tiempo pasado se imponga con la ferocidad de lo inconcluso y salga a la luz una historia en la que, por medio de un trabajo exhaustivo en la trama y un estilo depurado hasta la sencillez de lo poético, se mezclen la tragedia y la ternura, el humor y por sobre todo, la desesperante necesidad de recuperar lo perdido. “Siempre me dieron miedo los linyeras: en ellos hay una decisión terrible. Uñas negras, huele a orina y suciedad. Costras en la piel del cuello. Barba de años, pelo pegoteado a las orejas, a las mejillas. Hilos de sangre seca entre los dedos. Carne viva, moretones, un ojo en compota. Le dieron una paliza al linyera, y después lo dejaron ahí, o quizá el mismo se dejó caer donde pudo. Frente a nuestra puerta, roto sin remedio. “Juli, ¿qué te pasa”, le preguntará Beto. ¿No lo reconocés?”. Juli se obliga a mirar. Trata de imaginar al roto limpio, peinado y afeitado. “Beto me ve la cara y patea el suelo. La voz impaciente suena ahogada tras la manga. Es Lumo, tu hermano”, dice Beto. “El remate judicial, la música, las cartas: la memoria, en picada, cae por un tobogán. Las cosas que decís, Beto. Lumo se murió hace como quince años. Que se vaya ahora mismo este mugriento, por favor te pido”. Pero no se irá, y no solo eso: a partir de ese momento el hombre misterioso convivirá con el matrimonio de ancianos como si a su puerta hubiera llegado la última posibilidad de saldar cuentas pendientes con un muerto, el hermano de Julí, un personaje entrañable, de esos que no aprenden a vivir bajo las normas y son como la oveja negra de la familia, destructivos pero al mismo tiempo tan puros en su naturaleza que no pueden evitar arrasar con todo lo que hay a su alrededor. En un determinado momento, no será tan fácil discernir de qué lado de la realidad se encuentra este matrimonio que ha esperado a Lumo durante tantos años. Si es o no el verdadero, resulta secundario en esta extraordinaria novela. Lo importante surge de esa imperiosa necesidad de reconciliarse consigo mismo.

La limpieza, Martín Hain, Bajo la luna, 134 páginas