La escucha de Furia (Productrolas MGMT, 2020), el primer disco de Ayelén Beker, desprende una relación atractiva y problemática entre la alegría y el dolor, donde los matices de recelo y bronca los asumen no sólo las letras sino la manera desde la cuales son dichas. Una síntesis necesaria –el disco es siempre el disco, por mucho tema suelto que se precie de tal- en la trayectoria de la cantante y activista trans, que se presenta hoy a las 20.30 en el patio del Centro Cultural Güemes (Güemes 2808). La apertura estará a cargo de la conductora y actriz travesti Tati Delacour, y en calidad de invitada está prevista la presencia de la multifacética artista Susy Shock.

Con vida artística devuelta a la ciudad, tras disolverse su vínculo con la productora de Buenos Aires, Ayelén Beker formó su propia banda, plena de cumbia santafesina y con la atención puesta en visibilizar la realidad de las y los trabajadores sexuales y del cupo laboral trans. Su primer disco es un objetivo alcanzado. “Casi todas las letras hablan desde donde vivo, del amor y el desamor. Pero también del enojo, algo que me atraviesa por ser una persona trans. Siempre digo que a las personas trans se las trata de peligrosas o combativas, y no deja de tener que ver con la furia contenida que llevamos adentro, luego de tantos años de represión. Esa furia es a la que yo le digo ‘Furia Trava’ y trato de llevarla a mi letra, pero transformándola en amor y alegría. Las letras tal vez sean un poco fuertes, pero la música es para bailar. Nosotras vamos transformando todo, siempre para sobrevivirla”, explica Ayelén Beker a Rosario/12.

--Algo que se ve también en el video que hiciste de “La nena dinamita”, con vos muy provocadora y con palabras bien claras.

--Al video lo grabamos en pandemia, cuando todo esto comenzó ya habíamos empezado a laburarlo. “La nena dinamita” es una letra que escribí durante un día de enojo. No está bien que lo diga yo, pero soy una persona llamativa (risas), y al caminar por la calle recibo acoso y un montón de cosas. Y ese día estaba un poco cruzada. Lo que pasa es que las personas que por la calle me dicen esas cosas, algo que hacen hasta por las redes, son los mismos tipos que después nos señalan o nos miran mal. La escribí desde ese lado, provocando, pero a la vez diciendo algo.

--Eso está presente también en las canciones dedicadas a los “paki” (“Amor paki”, “Me gusta ese paki”).

--Yo me autopercibo una persona trans heterosexual, y a veces me atraen ciertas cosas que son también las que me molestan; eso hace que se perciba mucho enojo. Hay cosas que no las puedo tolerar ni escuchar. “Paki” es el término que se usa para las personas que justamente son esto. Me ha pasado de enamorarme de una persona así. Entre las cuatro paredes era todo lo lindo y lo más hermoso, pero al salir de allí estaba la realidad heteronormal. Todo eso que me atravesaba y me dolía. Traté de escribirlo y de llevarlo a la música, y luego me di cuenta que inconscientemente es lo que busco porque lo que me atrae es también lo que no me gusta. Es medio raro. Será algo que tendré que resolver psicológicamente (risas).

--Ya tenés una trayectoria ganada, pero el disco te sitúa de otra manera, ¿no?

--Era algo que tenía pendiente, y me sentía frustrada al no poder hacerlo. En Rosario empecé a abrir mi camino con lo que tenía, y pude armar mi banda con amigues y compañeres, con quienes nos movilizamos por distintos lugares. Traté de buscar también la comodidad con el grupo, porque me ha pasado de estar en bandas donde terminé sintiendo ese mismo acoso. Con la banda la pasamos muy bien, somos todos amigues, con vínculos en común, y eso me lleva como artista a sentirme cómoda y a abrirme, como cuando llevo lo que escribo, en donde hablo desde mi intimidad, desde un lugar sentimental y vivencial. Tengo que sentirme segura de a quién se lo hago escuchar. Por suerte, con la banda la pasamos muy bien y todos estamos aprendiendo cosas nuevas.

--En ese sentido, ¿cómo es tu proceso de composición?

--Compongo con Quity (Ernesto Rodríguez), mi tecladista, que es con quien hago los acústicos. Le doy las letras y vamos viendo, él conoce bien por dónde busco y con cuáles notas ir armando. Pero las letras las compongo siempre en los momentos donde me he sentido rota o vacía, para llenar y recargar desde el arte, para que ese dolor quede grabado, porque son momentos, y de lo que se trata es de transformarlos.