El 7 de octubre del año 2007 se inauguraba en La Cumbre la Sala Miguel Ocampo. El sueño de un pintor que, movido por la cuestión práctica de almacenar y mostrar sus obras apiladas en el taller, dio con algo más trascendente, como es fundar una institución. “La construcción llevo casi cuatro años, coincidentes con mis insomnios”, señaló Ocampo, arquitecto él mismo. Desde adquirir el terreno aledaño a su casa serrana, hasta proyectar el edificio con las demandas específicas de un lugar de exhibición, el artista se embarcó en crear la Sala Miguel Ocampo, un lugar para su arte y la cultura de la comunidad cumbrense. La inauguración fue una fiesta, todo el pueblo se dio cita en lo que desde entonces sería un espacio de referencia y pertenencia. Ocampo trabajó con la colaboración de su familia, el arquitecto Sebastián Martínez Villada, hijo de su esposa Susana Withrington, quien se encargó de crear el maravilloso jardín que enmarca el edificio. La Sala combina el espíritu minimalista de la arquitectura de la Bauhaus, las técnicas constructivas que los jesuitas llevaron a Córdoba, y una relación entre interior y exterior de innegable tradición oriental. Ocampo disfrutó de este espacio de un modo que él mismo no imaginaba: se dedicó a darle vida con sus pinturas y su propia palabra y atención. Realizaba personalmente visitas guiadas –disfruté de una de ellas en 2012–y esto le permitía contemplar la reacción del público, lego o informado, ante su obra. Un gusto personal que se daba, y que luego sospechó que era una de las formas de la tan mentada “función social del arte” que las vanguardias, a las que perteneció, señalaban en los primeros años 50s. “La Sala me ha puesto en contacto con la emoción del público que no habla desde la crítica, –reflexionaba– tiene que ver con la espontaneidad del que descubre algo que no tenía, del que se encuentra con algo que no conocía, con una emoción muchas veces primera”.

Luego de una larga, viajera y fructífera vida, Miguel falleció en 2015. Próximo a cumplirse el centenario de su nacimiento en 2022, su familia decidió festejarlo con un relanzamiento de la Sala a la que, con justicia, rebautiza como Museo. El artista, en su pudor, no lo habría llamado así, pero esta licencia que nos tomamos, es en realidad un reconocimiento a la obra y a la vida de Miguel Ocampo, que tanto como artista como diplomático (1955- 1975) fue, sin duda, también, un servidor público. Despertó solo elogios por parte de sus colegas que lo econtraron actuando en Roma, París o Nueva York, ciudades en las que se desempeñó como agregado cultural. Su conocimiento, experiencia y sensibilidad lo instalan en el lugar de una destacada personalidad de la cultura, cuyo aporte a La Cumbre y a la Argentina toda, amerita que se le dedique un museo, como a su ilustre vecino Manucho Mujica Lainez. La ocasión de festejo y homenaje no podría ser mejor. Recientemente, el 2 de febrero, la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos declaró “Poblado Histórico Nacional” a La Cumbre, paraje nacido en el lejano año de 1585.

Postergado en su apertura por la pandemia, el Museo Miguel Ocampo abrió sus puertas a mediados de enero. La exposición inaugural, Intuiciones, bajo idea original de Laura Ocampo, su hija mayor, y curaduría de quien escribe este artículo, se propone mostrar el recorrido de la imagen de Ocampo entre los años 60 y la actualidad. La muestra, que luego visitará distintas ciudades provinciales para terminar en Buenos Aires, juega con evidenciar las similitudes de su mirada, a pesar de la distancia temporal de las obras. Ocampo se trasladó a La Cumbre a principio de los 80. La composición, los colores, las texturas, la atmósfera que transmiten sus obras, muestra la coherencia de las búsquedas del artista a través de las décadas y la influencia de los ambientes, paisajes y estados de ánimo que lo inspiraron. Una encendida mancha roja de 1965 (Rojo invierno), cargada de pintura salpicada y líneas arremolinadas, es ejemplo del expresionismo abstracto que Ocampo practicó en su estadía en la estimulante París de los 60. Aire tibio (1992), pintado en La Cumbre, muestra el rítmico mecerse de las briznas de hierba serranas en el ocaso de una tórrida tarde estival. Dos imágenes que, inspiradas en la naturaleza, muestran la visión propia del artista más allá de las épocas.

Acostumbrado a disfrutar del campo desde niño, Ocampo se subyugó con los teatrales cambios de luz y color de las sierras. Lo inspiraron como para hacer de La Cumbre su hogar. El edificio del museo saca provecho de la incandescente luz serrana, del poder aislante de las piedras, de la frescura de los estanques que sutilmente lo enmarcan. La experiencia de visitarlo une arte y paisaje.

Respetuoso del proyecto inicial, la instalación de las obras en Intuiciones, actualiza la museografía y agrega el poder evocativo de la fotografía documental. Adentro, un joven Ocampo se ve inquieto, salpicando pintura, en unos fotogramas obtenidos en París. Afuera, en el ingreso, nos recibe su imagen soleada, apaciblemente cotidiana, recortada contra el vecino campo de golf. Un retrato cumbrense. Textos e imágenes conducen al visitante a una contemplación de “larga duración”, como la definiera Fabián Lebenglik en el ensayo de su retrospectiva porteña de 1997. “Sé que hay una mística en mis pinturas, y que es aquello que no se puede decir con palabras. Algo profundamente interior mío, diferente a la ilustración de una mística racional y establecida, que no me interesa”, contaba en entrevista al diario El siglo de Tucumán, en el 2000.

Efectivamente, la pintura de Ocampo fascina por los detalles y el color que se manifiesta ante nuestros propios ojos. Eso Miguel lo sabía, razón por la cual diseñó un espacio para su obra, donde la luz y los colores del ambiente acompañan silenciosos y solidarios.

El museo alberga su cuantiosa producción de pinturas y dibujos. Sus pinceles, los acrílicos, la mesa-carrito sobre la que pintaba, descansan en su atelier contiguo al museo. Un completo archivo permite documentar su obra e intereses artísticos. Todo este rico patrimonio, en su conjunto, habilita distintas lecturas que se irán sucediendo en próximas exhibiciones. Finalmente, el Museo Miguel Ocampo cumple con la doble función de dar cuenta de la obra del artista y, a la vez, ser un lugar de encuentro para otras actividades, como conferencias y conciertos, que cohesionan a la comunidad de La Cumbre, distinguida por su aporte a la cultura argentina.

* Historiadora del Arte y asesora curatorial del Museo Miguel Ocampo

A modo de itinerario de Miguel Ocampo (Buenos Aires, 1922- La Cumbre, 2015).  Se graduó en arquitectura en la UBA, fue artista plástico y diplomático. Apenas terminada la universidad, a mediado de los '50, viajó a París a continuar sus estudios y expuso tempranamente. De regreso participó en los grupos de vanguardia de los 50. Su pintura representó a la Argentina en la Bienal de San Pablo y la de Venecia. Como diplomático se desempeñó en el área cultural en Roma, París y Nueva York. Ocampo obtuvo numerosos premios y el reconocimiento unánime de la crítica especializada. En 2007 fue distinguido por la Municipalidad con el título de “Ciudadano ilustre” de La Cumbre.