Este 8 de marzo tiene para mí, en lo personal, muchas connotaciones emotivas que me disparan algunas preguntas relacionadas con lo que pasa en nuestro país, que nos atraviesan como sociedad y que retumban en algún lugar en esa idea de que “lo personal es político”. Mi historia familiar está llena de mujeres fuertes e independientes, que forjaron sus hogares y sus vidas en una suerte de cofradía en la que pensar el mundo desde la mujer era una idea vital. Tres generaciones de mujeres viviendo esa realidad. Es además la fecha en que nací, el 8 de marzo, entonces siempre fue una celebración, a lo largo de toda la vida, encontrarme con amigas, amigos, familia, compañeras, compañeros. Es una fecha que me conecta a una reflexión -permanente- y que a lo largo de los años se consolidó como una bandera clara de lucha.

Creo que si lo pensamos de manera despojada de emociones, el feminismo y el machismo son continentes de ideas y valores, son sistemas complejos que vivimos hasta hacerlos nuestro sentido común y que generan diferentes tipos de sociedades. Claramente el machismo forja una sociedad que no nos ofrece las mismas oportunidades a las mujeres ni a las disidencias, que nos expulsa y que nos mata. Recuerdo una frase de Evita, “(…) Ellos no perdonarán jamás al General Perón que haya levantado todo lo que ellos desprecian: los trabajadores, lo que ellos olvidaron: los niños y los ancianos, y lo que ellos relegaron a un segundo plano: la mujer (…)”. (Discurso de Eva Duarte de Perón, Cabildo Abierto del Justicialismo, 22 de agosto de 19551). En este sentido, creo que todos en la sociedad -no solo las mujeres-, tenemos que compartir esta necesidad de transformar la realidad, sin sexismo, porque excluir de la construcción de las transformaciones a la mitad (si no más) de la sociedad es un error de mirada, es sectario. El machismo y las desigualdades que genera el patriarcado son crueles para hombres, mujeres y disidencias, aunque nosotras lo sufrimos en el cuerpo y este despertar de nuestra sociedad nos muestra de pronto todas las injusticias que estaban naturalizadas.

Creo también que el feminismo popular, para ser popular, tiene que anclar indudablemente en el pueblo, pero nuestro pueblo es diverso en sus maneras de hacer comunidad. Un pueblo situado, además, en un mundo que atraviesa transformaciones profundas, que genera diálogos entre generaciones y en el que las juventudes tienen hoy un protagonismo en las calles que es profundamente esperanzador. También genera diálogos entre las que habitan una realidad de sacrificio, de restricciones, de limitaciones, de vulnerabilidades, y las que habitamos un mundo con las necesidades materiales resueltas. Estos diálogos tienen que encontrar referencias y ámbitos y tienen que construir puentes, para que las parcialidades no se sientan representativas de la totalidad, porque en esta dinámica de marea verde, de movimiento, se expresa un nuevo tipo de liderazgo y de síntesis, que es horizontal, compartido y dinámico. Las singularidades no abarcan la totalidad, eso nos exige ser muy generosas a la hora de concebir las consignas, las dinámicas de empoderamiento, los objetivos de corto y mediano plazo, las formas de organizarnos, de comunicarnos con la sociedad y de movilizarnos.

Nuestra columna vertebral son las mujeres que toman conciencia de este momento histórico en donde son llamadas a ser protagonistas, que son interpeladas por sus hijas que demandan terminar con el silencio de lo que habíamos naturalizado, que encuentran en la sociedad otra receptividad, y comprenden que en esta dinámica de transformaciones hay oportunidades para transformar el patriarcado y poner el cuerpo para encarnar esas ideas.

Uno de los factores de movilización que más interpela a la sociedad hoy es la violencia de género, dar vuelta la página de la historia en la que los “crímenes pasionales” escondían la verdad que hoy vemos sin distorsiones. #NiUnaMenos es una bandera que va construyendo el consenso social para un nuevo pacto civilizatorio en nuestra sociedad, un límite a una realidad que estaba debajo de la alfombra, un grito desesperado para que todas, todos y todes dejemos de mirar para otro lado.

Otro eje que me interesa mencionar es el de la matriz económica, de donde nacen las desigualdades que nos ponen techos de cristal y generan las asimetrías que terminan en que los varones ocupan los espacios de decisión y los ámbitos del poder. Esto tiene una complejidad mayor porque vamos desarmando capa por capa, conquista por conquista, un lugar más en un proceso en donde la escala ampliada de ocupación de espacios de poder está habilitada a los hombres, restringida a las mujeres y obstruida a las disidencias. Pero en los sectores populares, la exclusión social es más inteligente de sortear incorporando a todos a la construcción de las soluciones, en el sentido que lo llevan adelante las compañeras y compañeros de la economía popular. ¿Qué quiero decir con esto? Que el feminismo será justicia social o no será.

Otra sensibilidad de esta fecha es que se cumple un año de la pandemia del COVID-19 golpeando la salud y la vida de nuestra sociedad, una enfermedad que nos obliga a pensarlo todo de manera extraordinaria, poniendo el cuidado de la salud y de la vida, en especial de nuestros adultos mayores, como una necesidad y como una prioridad. Aquí de nuevo aparecen las mujeres poniendo el cuerpo, las que llevan adelante las tareas de cuidado y las tareas del hogar, las que trabajan en los geriátricos, las que gestionan los comedores comunitarios, las enfermeras, el personal de limpieza de los lugares comunes de cuidado, las que cuidan el hogar. La primera línea de batalla contra la pandemia es de mujeres, nos enorgullecen y emocionan los millones de heroínas que poniendo el cuerpo salvaron vidas, hicieron más humana las condiciones de cuidados en emergencias, los procesos de aislamiento y la solidaridad de hacer llegar al que no tiene un plato de comida. Y esto me lleva al último tema que quería compartir, que está relacionado con el rol del Estado. En este año hemos logrado que el gobierno profundice su sensibilidad en relación al feminismo popular, que interpele a la sociedad con debates fundamentales como las leyes de interrupción voluntaria del embarazo y de los mil días para acompañar la maternidad de las mujeres que la eligen. Hemos logrado que más del 35 por ciento de los cargos jerárquicos del gobierno estén ocupados por mujeres, lo que representa una conquista histórica para nuestra sociedad. Pusimos en marcha el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. Logramos en el Partido Justicialista una histórica lista de unidad con paridad de género. Tenemos en nuestras filas a una de las mujeres más influyentes en nuestra sociedad, la compañera Cristina Fernández de Kirchner y conduce nuestro país el presidente más feminista de la historia, Alberto Fernández.

Todo eso, lejos de servir para congraciarnos con nosotras mismas, nos marca un signo de época, una oportunidad de avanzar, la imperiosa necesidad de forjar en la práctica la unidad, la amplitud, la capacidad de escuchar, la urgencia de construir objetivos de corto, mediano y largo plazo con el mayor consenso social posible.

Este 8 de marzo es verde para mí, es rosa, es violeta, es celeste y blanco, es un arcoiris y quería compartirlo con ustedes.

* Licenciada en Ciencias Políticas (UBA) y Secretaria de Desarrollo Cultural en el Ministerio de Cultura de la Nación.