En República Dominicana el 65 por ciento de los hogares en situación de pobreza están encabezados por mujeres; solo 7 de cada 100 estudiantes recibe el Programa de Educación Afectivo-Sexual; es el segundo país con mayor prevalencia en Latinoamérica de matrimonio temprano; el 24 por ciento de todas las mujeres jóvenes, unidas o casadas, son 10 o más años menores que sus maridos y casi el 20 por ciento de las muertes maternas se produce en adolescentes, entre otros datos del colectivo “Uniendo nuestras voces”, que marcan un mapa de un machismo empinado frente al mar Caribe y arrinconado en las calles en las que el reaggeton bambolea los cuerpos erguidos, pero los arrincona en un futuro idealizado rumbo al altar del sea como sea. 

La mujer ideal se viste de blanco con la tela como excusa para el cuerpo espejado. Y tiene que ser blanca o, bastante peor, querer serlo o no mostrarse orgullosamente negra. Negra y afro. Con los pelos al viento rizados por la vida como las vueltas que no dejan plana la cabeza ni domesticados los rizos ni los giros –siempre intrincados– de la vida y del cabello en una danza que rota las manos entre las caderas y los pies entre las piernas. En “Imaginarios de género en juventudes dominicanas, aportes para el debate desde la colonialidad del poder”, Jeanette del Carmen Tineo Durán señala que la feminidad está atada a la seducción y la hipersexualización como manera de tener un lugar social; la promoción de la maternidad como identidad principal; la atadura al espacio doméstico y la normalización del acoso y la violencia.La mujer ideal existe (pero solo como un ideal complaciente): la mujer tiene que ser fiel y desenvuelta (dar placer pero no saber demasiado de sexo ni tener agarres o mangues que son encuentros casuales); ser dominicana; tener un buen culo; ser más baja que el hombre; con un color de piel que va desde blanquita, indiecita, media clarita o mestiza; el cabello largo y lacio. Y ser suave y comprensiva. 

Ana María Belique, en cambio, es una mujer que patea el tablero del deber ser y habla y pelea por su deseo de ser ella sin dejar de reflejar su origen y apostar a su futuro fuera de todo molde. Ella tiene 31 años. Es hija de migrantes de Haití. Es negra. Tiene el pelo corto y enrulado. Lleva una camisa que no la ajusta ni la exhibe. Pelea por derechos humanos comunitarios pero también íntimos para las mujeres que viven en República Dominicana y en toda Latinoamérica y el Caribe. Y por libertades que también trasciendan los límites de las propias casas. Y no solo es líder. Se define como lideresa. Y una lideresa que defiende la libertad de los pies a la cabeza.

–Una vez mi papá me preguntó si necesitaba plata para el salón –relata como ejemplo de la rareza de una mujer que no vaya a hacerse estirar al pelo para no parecer encrinada contra los uniformes más planchados de rebeldía u orgullo ensortijado. Y cuyo pelo (orgulloso y libremente afro) fue motivo de polémica familiar. Ana María Belique es activista del Movimiento Reconocido de Jóvenes Hijos de Migrantes Haitianos que pelean por tener la cedula de identidad en un país en el que viven y comparten la misma isla, pero que no los reconoce generando categorías de ciudadanas de segunda. 

–¿Qué es el Movimiento Reconocido?

–El Movimiento Reconocido es un movimiento de jóvenes dominicanos de ascendencia haitiana: hijos de migrantes que llegaron al país como trabajadores de la caña y que desde hace un par años están confrontando problemas para conseguir el acta de nacimiento y la cedula electoral. Soy una de las lideresas de este movimiento.La población con la que trabajo es población dominicana de ascendencia haitiana que vive en bateyes (comunidades o enclaves) que se fueron desarrollando a raíz del auge de la industria azucarera que provenían, mayoritariamente, de Haití. Se fueron creando comunidades de migrantes con hijos que crecimos y vivimos ahí. Por la conformación a nivel geográfico y de marginalidades es una de las poblaciones más vulnerables.

–¿Y las mujeres son todavía más vulnerables?

–El simple hecho del batey (territorios donde vivían trabajadores de la caña de azúcar que picaban caña y sembraban)como espacio geográfico, que nunca fue reconocido como parte de la nación ni recibió políticas de desarrollo, ni públicas y sociales, generó comunidades dependientes de las empresas sin intervención estatal. No había hospitales ni escuelas, ni ningún tipo de servicio que dependiera del Estado. Si había una escuela, si agua o luz dependía de la voluntad de la empresa de proveer este servicio que, por supuesto, las empresas no la hacían. Con el neoliberalismo y las privatizaciones cerraron muchos ingenios. Y eso trajo que los territorios se incorporaran a los gobiernos municipales. Pero hay un nivel de aislamiento muy grande en los habitantes de las comunidades. 

–¿Cómo es la situación de las mujeres en estos territorios?

–Las mujeres dominicanas en los batey viven en situación de mayor vulnerabilidad. Todas vivimos el machismo, pero en este sectorpoblacional es mucho más fuerte. Muchas no tienen ni la posibilidad de salir del batey para llevar a cabo un proceso de denuncia ante la fiscalía o la policía porque muchas veces desconocen o se les hace imposible el acceso a la justicia o no saben cómo hablar. La mayoría de los habitantes, el 100 por ciento, son personas negras, casi analfabetas, no tienen muchas habilidades desarrolladas para comunicarse bien, por eso cuando llegan a la policía o la fiscalía no se las toma en cuenta por características raciales o discriminatorias. 

–¿Qué pasa con la pelea por el acceso al aborto incluso por causas como la violación?

–Esta población difícilmente va  air a un hospital a practicarse a un aborto. Hay una cuestión de falta de acceso y de prejuicios. Si se les hace difícil ir a hacer una denuncia imaginate ir al hospital. Ya conocemos casos de mujeres que han llegado a los hospitales con sangrado y, sencillamente, no las atienden porque les empiezan a decir una cantidad de cosas. 

–¿Qué les dicen?

–Palabras feas y obscenas como “¡A ti te gustó!” o  “¿Quién te manda?”. Agreden la dignidad de la mujer. Son situaciones que van cargadas de negación y discriminación. No es lo mismo que vaya una jovencita de lo que se entiende de buena familia y con recursos a que vaya una muchachita del batey, negra, de pelo malo, mal vestida, que parezca ser haitiana aunque no sea haitiana (porque está toda la violencia que se ejerce contra las migrantes haitianas en los hospitales). El Estado dominicano dice que vienen muchas mujeres haitianas a dar a luz en el país y se las atiende, pero con mucha violencia obstétricas. Tenemos muchas historias y testimonios, aunque necesitamos articular denuncias y acciones. Hay una población que tiene una situación de mayor riesgo y vulnerabilidad que son estas mujeres que por factores económicos y geográficos sufren la violencia del Estado por la documentación. El movimiento  de jóvenes que han sido desnacionalizados (perdieron su identidad) por el Estado dominicano.

–¿Qué pasa con la violencia de género?

–Tuvimos varias compañeras que sufrieron violencia de género y les dijeron que no les podían aceptar la denuncia porque no tenían documentación. Si no tienes cédula no podes denunciar. Para nosotras fue muy duro porque uno de esos casos fue una líder comunitaria nuestra y sufrió un acto de agresión por parte de su novio y cuando fue a articular la denuncia le dijeron que no le podían recibir nada. Y con ella también sucedió que tenía un dolor en un seno y fue a hacerse una mamografía y tampoco le dejaban hacerse el estudio porque no tenía cedula. Le dijeron que buscara la cedula de otra persona para hacerse el estudio. Son situaciones que una no la puede creer, pero existen. Ella, por lo menos, es despierta y conoce, pero hay mujeres que no tienen idea de cómo reclamar y exigir que se les brinde la atención. No importa si tienes documento o no. Eres una persona y lo necesitas y hay servicios públicos. Pero lamentablemente son prácticas que se dan. Hay que tomar acciones para cambiar esto. Por eso intentamos articular lo más posible con las lucha de las mujeres. Es cierto que nosotras sufrimos situaciones particulares. Pero si logramos conquistas para todas las mujeres, de una forma u otra, aunque no tengamos documentación, seamos negras y bateyeres y discriminadas, por lo menos tendremos un instrumento de respaldo para reclamar y no dice que solo para las mujeres blancas. Por eso intentamos sumarnos a todas las luchas. 

–¿Cuál es el nivel de empoderamiento de las mujeres afro?

–La reivindicación de las mujeres afrodescendientes ha tenido en los últimos años un gran auge y mayor visibilidad. Ha sido una nueva ola. 

–¿Es una muestra de orgullo?

–Las mujeres dominicanas son muy famosas por el tema del salón, de los tubos (los ruleros) para laciar el cabello. Y todo el auge del tema de la afrodescendencia desde la estética es tanto que ahora tenemos salones exclusivos para pelo afro. Eso es algo novedoso de la sociedad dominicana. Es una forma de obligarnos a reconocer que lo afro no son solo cuestiones de historia, sino de día a día. Se ha avanzado mucho. Eso no quiere decir que estemos bien porque estamos muy mal. No hemos llegado hasta donde se debería. No es lo mismo donde llega una mujer blanca, de pelo liso y bien llegada. No es lo mismo donde llega una mujer afrodescendiente con su pelo desaliñado para la mirada externa porque eso es muestra de informalidad cuando, en realidad, es parte de nosotros. Eso se da en todas las esferas sociales. Una se encuentra en situaciones como estas en sus casas. En mi casa somos todos gente negra, allí no hay nadie blanco y yo cuando decidí dejarme mi cabello natural, sin procesamientos químicos, fue una batalla porque me veían como la cosa rara que estaba cambiando el orden de las cosas.

–¿A qué orden de las cosas te rebelaste con tus rulos?

–El orden de las cosas es que después de los 14 años tenes que estar pasándote plancha. Y cuando decides hacer otra cosa eres la rara. Mi papi, el pobrecito, no se acostumbraba a verme con mi cabello así y me decía: “¿Mi hija, pero cuánto te cobran en el salón?”. Hasta hace poco mis sobrinitas, cuando yo iba a la casa, con mi cabellito, sin peinar, me decían, pero ven, vamos a hacerte algo en el cabello. Yo les decía que a mí no me preocupaba mi cabello y yo le decía que hasta el Presidente (Danilo Medina) tuvo que hablar conmigo con mi cabello natural. Yo les quise explicar que pude entrar a muchos lugares con mi cabello y tuve problema en una casa super sencilla y super humilde. A mí pelo acá, como es crespo, le dicen pelo malo. Ahora ya no aparece, pero me habían puesto india en el documento para no ponerme negra y yo lo peleé: quería que me pongan negra y no me lo aceptaban. 

–¿Cómo se conjuga el nivel de liberación de cuerpos muy orgullosos en las calles, sean delgados, carnosos o gruesos, con una presión estética imperante? ¿Cuánta liberación y cuánta dependencia ven en los cuerpos super orgullosos de mujeres en las calles?

–Ahora hay una liberación del cabello porque ya se ha convertido en moda. Es parte de la africanidad que llevamos dentro el porte, el cuerpo, los movimientos, la alegría, el baile. Y es parte de lo que culturalmente se vende o se exige. Por ejemplo, en la cultura argentina se exige que sea más delgadita, acá los hombres las prefieren con sus curvitas. El prototipo de belleza de mujer no es de flaquitas que no tiene nada de dónde agarrarse, sino una mujer con sus buenas curvas y con el África atrás y sus buenos senos. Hay un tema innato: no hay que hacer mucho esfuerzo para mantenerlo porque es propio.