Mujer Maravilla 1984       4 puntos

Wonder Woman 1984/Estados Unidos, 2020.

Dirección: Patty Jenkins.

Guion: Patty Jenkins, Geoff Johns y Dave Callaham.

Duración: 151 minutos.

Intérpretes: Gal Gadot, Chris Pine, Kristen Wiig, Pedro Pascal, Robin Wright, Connie Nielsen y Gabriella Wilde.

Estreno en salas de cine únicamente.

Las entradas de los principales complejos de cine en la Argentina cuestan, dependiendo del horario y el tipo de sala, alrededor de un treinta por ciento más que en las vísperas del cierre de marzo del año pasado. No cualquier bolsillo está en condiciones de desembolsar entre 450 y 650 pesos –más de doble si se quiere homenajear al consumo gastronómico de los patos tragando un balde de maíz inflado– por una película. Pero, ¿y si fueran dos por el precio de una? Da la sensación que la directora Patty Jenkins y el séquito de ejecutivos del estudio Warner dueños de la decisión sobre el corte final, para justificar el gasto que supone cada ticket, decidieron que Mujer Maravilla 1984 fuera mucho más que una película. Durante los kilométricos 151 minutos de esta secuela del mucho más fresco film de 2017 ocurre todo lo que puede ocurrir, una acumulación de sucesos que empuja a la progresión dramática a la condición de reliquia, de costumbre de otros tiempos.

Todo es por duplicado en Mujer Maravilla 1984: dos villanos, dos protagonistas femeninas y dos secuencias introductorias, una que parece corresponder al relato macro de la saga –es imposible pensar una película de este tipo como objeto autónomo– y otra de menor escala, más cercana al tono retro, de comedia ochentosa con tintes policiales, que abraza el film de Jenkins hasta el Ecuador del metraje. La primera dura diez minutos, es bien grandota, artificial y ofrece planos generales digitalizados con calidad de render: muestra a una jovencita Diana Prince compitiendo en una Olimpiada con obstáculos contra mujeres mucho más grandes que ella. Todo para -claro- aprender que no está bien hacer trampa. Cuál es la relación de todo eso con lo que vendrá después es algo que no parece importar demasiado. La otra transcurre en 1984 y tiene a Diana (Gal Gadot) ya convertida en adulta y heroína anónima evitando el robo a la joyería de una galería por parte de un parte de ladrones no precisamente próvidos para el delito.

Lo que intentaban robar era una piedra capaz de cumplir deseos, que luego del golpe fallido es llevada al Smithsonian Museum donde trabaja Diana con la no precisamente popular ni querida Barbara (Kristen Wiig). Las chicas pegan onda, toman unos tragos, Diana la salva de una situación de abuso y ella, enterada de las virtudes de la piedra, pide ser fuerte y sexy como su compañera, quien a su vez desea reencontrarse con su pareja fallecida tiempo atrás. La piedra, como Perón, cumple. Tanto es así que un poderoso empresario petrolero (el ocupadísimo Pedro Pascal, aquí en plan desaforado) con los números del negocio en rojo se fija en ella, completando así el mapa narrativo de un film que desde entonces acompañará a Barbara y Diana en sus periplos. Cada tanto tienden a coincidir en un mismo tiempo y espacio, pero es la excepción antes que la regla.

Las dos películas que hay en Mujer Maravilla 1984 no se llevan ni bien ni mal entre sí. No se tironean ni pelean por imponerse una sobre la otra. Es una relación cordial por la que van cediéndose el protagonismo, conformando una mixtura de tonos digna de una bipolaridad cinematográfica. Mientras Barbara va de la invisibilidad al empalague con las mieles de su flamante magnetismo y Diana la pasa bárbaro con su nueva-vieja pareja –quien, rememorando a Ghost, se materializa en el cuerpo de otro hombre–, el petrolero hace de las suyas con el sueño concedido por la piedra. La moraleja es que hay que tener cuidado que lo que se desea, porque puede cumplirse. Chocolate por la noticia.