El episodio del cachetazo en vivo y en directo de Frank Fabra a Carlos Izquierdoz durante el partido entre Boca y Talleres de Córdoba debería sorprender sólo a los incautos. A los que equivocadamente piensan que el fútbol de alta gama es un juego de amigos cuando en verdad, es todo lo contrario. Hervidero de egos, pasarela de vanidades, duelo de corazones latiendo en altísimas frecuencias, no siempre los que entran a una cancha a defender los mismos colores son compañeros que se quieren y se respetan. A veces, se trata de enemigos íntimos que circunstancialmente, cumplen una misión en común: ganarle al equipo que tienen en frente.

La historia del fútbol está llena de episodios de varonil amistad, de códigos compartidos y de relaciones que han trascendido los campos de juego. Pero también está repleta de peleas a puño limpio en los vestuarios, insultos cruzados entre jugadores y técnicos y reproches a cielo abierto. En su autobiografía, Ubaldo Matildo Fillol recuerda que con nadie se insultó más que con Daniel Passarella y Alberto Tarantini sin que esa tensión les haya impedido ser campeones del mundo en 1978 con la Selección Argentina y ganar varios títulos locales con River. 

Carlos Bianchi debió cabalgar varias internas del plantel y domar camarines tempestuosos para lograr todo lo que logró como director técnico de Boca. El caso de 2005 entre Horacio Ameli y Eduardo Tuzzio en River comprometió detalles de la privacidad de ambos que se ventilaron de cara a sus compañeros  Y mucho más atrás en el tiempo, Adolfo Pedernera y Angel Labruna compartieron la mítica Máquina millonaria sin hablarse fuera de la cancha, distanciados por una huelga que los puso en veredas diferentes al comienzo de la carrera de ambos en 1938 y que los enfrentó hasta el mismo final de sus vidas. 

O sea: las peleas de los jugadores entre sí y con los cuerpos técnicos forman parte habitual del paisaje del fútbol profesional. Lo que no resulta tan común es que sucedan a la vista de todos y se salden con un cachetazo como lo hizo Fabra. Es cierto que el ojo invasor de las cámaras de la televisión potencia los hechos y a menudo, los hace aparecer más importantes de lo que verdaderamente son. En todo caso, resulta un indicio de que hay temas de la relación y de la convivencia dentro (y tal vez fuera) de las canchas en Boca que parecen haberse escapado de las manos de los propios futbolistas y del técnico Miguel Angel Russo. Y que merecerían ser tratados con mayor atención.

Pero cualquiera que lleve un tiempo siguiendo los temas del fútbol sabe que un partido no es un acontecimiento apto para espíritus sensibles. Hay mucho en disputa (dinero, ego, prestigio, tres puntos) y abundan los gritos, los insultos y las ganas de agarrarse a trompadas. No se trata de que los que juegan sean amigos del alma. Con que sean buenos compañeros el rato que están en la cancha y se pasen la pelota entre sí, a veces alcanza para ganar y hasta para entrar en la historia.