"Ser rosarino es un chiste del destino". No hay mejor definición histórica de lo que somos.

Fue también una marca de identidad de una revista de humor local.

Fue el slogan de Risario durante todos los años que se publicó la revista.

Lo conocí hace cuarenta años al autor de esta frase.

Con 20 años llegué a la primera redacción de Risario en el segundo piso del departamento de David Leiva, otro de los queridos fundadores de la revista, junto a El Tomy y Jorge Santa María.

Me asomó ahora a mi balcón y veo aquel otro balcón donde se hacía la revista y me estremezco por el tiempo transcurrido.

¿Estoy escribiendo mi propio obituario?

Los pendejos de entonces, aprendices de periodismo, nos apoderábamos de la cocina de David, y nos devorábamos lo que encontrábamos al paso: galletas, café, mate, alguna cerveza, alguna revista, algún libro, mientras en el living los cuatro risarios diagramaban, discutían y reían sobre el contenido del próximo número (ver foto de Alejandro Lamas).

El más experimentado era él. Llegaba a la redacción luciendo su medalla de mariscal: La cebra a lunares.  

Los pibes de entonces teníamos un respeto sagrado por él.

Una vez, cuando la redacción de Risario se mudó a otro espacio, me contó cómo hizo para escapar de la patota de Feced que fue a buscarlo a su estudio. 

-¿Viste que ahora todos dicen que leyeron Risario?- le dije un día que nos cruzamos en la calle.

-Si hubiese sido verdad, la revista no habría cerrado- respondió, fiel a su estilo irónico.

Lo consolé diciéndole que la revista se "estudiaba" en la carrera de Comunicación Social de la UNR. Después me di cuenta de mi tontería. No le estaba diciendo nada nuevo: hacía años que era docente de la carrera.

Ya jubilado de la vida apeló a facebook para continuar con sus comentarios políticos mordaces y subir dibujos de "artista", como los definía. Ja

"Que alegría pensarte allá adonde fuiste con todos tus ídolos, Troilo, Astor, el Polaco, tus amigos que deben estar dándote una cálida bienvenida, además estoy segura de que te esperan en un gabinete muchos, muchísimosss papeles blancos de 80 gramos como te gustaban a vos, listos para llenarlos con tus acuarelas y lápices, de historias, dibujos, cuentos y sueños", lo despidió alguien que firmó como Lucía en su muro.

Murió de pena por el mundo actual, se había cansado de los dolores físicos que arrastraba. Entonces su corazón dijo hasta acá llegamos.

Ayer, a las siete de la mañana de un sábado lluvioso y húmedo, se murió Manuel Aranda, el tipo que amaba a la ciudad, el primer militante contemporáneo de la rosarinidad.

No hay velorio. Lo lloramos los que aprendimos con él.