La rebelión de los nadies o la dignidad -como en la película del recordado Pino Solanas sobre los excluidos del 2001-, hizo rebobinar a la casta que venía por todo, su todo, la Superliga Europea. Hoy por un torneo elitista, pero mañana quién sabe. Tal vez un Mundial paralelo. Por ahora fue una victoria momentánea de los hinchas, socios, todos aquellos que no conciben un círculo cerrado de clubes franquicia. Se rebelaron contra un grupo de empresarios tan aventureros como usureros. Paul Singer, el más buitre entre los buitres, está entre ellos. Es el dueño del Milan italiano. El mismo que esquilmó a la Argentina con los bonos de la deuda.

Hay otros multimillonarios de EE.UU como la familia Glazer (Manchester United), John Henry (Liverpool) y Stanley Kroenke (Arsenal) que se lanzaron a controlar el mercado del fútbol mundial desde Inglaterra. A extraer plusvalía de la pasión, tan incompatible con los intereses de sus cuentas offshore. No están solos. Los acompañan capitales saudíes (Manchester City), italianos (los Agnelli en Juventus), chinos (el grupo Suning en Inter), rusos (Roman Abramovich en Chelsea), británicos (Joe Lewis en Tottenham), y españoles, con la particularidad de que Real Madrid y Barcelona son sociedades civiles y les pertenecen a los socios. ¿Con qué autoridad Florentino Pérez se arrogó ser su vocero?

De un lado están esas aves rapaces, que tan bien describe un personaje del documental Buitres, la cara salvaje del capitalismo, de Mariano Mucci: “Hay que entender que Estados Unidos es la única guarida donde los buitres pueden empollar”. Las crias salieron de sus huevos hace tiempo. Kroenke empezó a comprar porcentajes del Arsenal en 2004, los Glazer se quedaron con Manchester United en 2005, Henry con Liverpool en 2010 y Singer llegó al Milán en 2018. Lo nuevo en esta proyectada Superliga es que la iba a financiar el banco JP Morgan de EE.UU. El mismo por el que pasó el dinero de las coimas de la FIFA. Ahora anunció que aportaría unos 4.000 millones de dólares para sostener la movida.

A esos intereses viscosos – algunos financiaron a Trump en campaña, como Ed Glazer - se les plantaron los hinchas. Se expresaron en las calles, los de Chelsea bloquearon en Londres el paso del ómnibus con los jugadores y hubo repudios generalizados por las redes sociales. No hizo falta demasiado más para tomarle la temperatura al malhumor social. Los nadies no expresaban apoyo a la FIFA y la UEFA a las que iba destinado el apriete de los buitres con su torneo de élite para una minoría. Tienen claro lo que significa su pasión. El espíritu de la movida se sintetizó en las pancartas de los aficionados del Chelsea: “El fútbol nos pertenece a nosotros, no a ustedes” y “El dinero no puede comprar hinchas”.

La lucha tuvo una bendición ecuménica. Hasta el Papa se pronunció en contra de la Superliga.

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