Metidos de lleno en esa etapa en donde se cruza la epidemiología, la medicina, las matemáticas, las estadísticas, las encuestas, la geografía, la política y la economía, para determinar si debe restringirse mucho, poquito o nada, los plazos ahora quedaron sujetos a que los famosos coeficientes, que salen de todas esas variables, no se pongan en rojo furioso.

A diferencia del año pasado cuando el gobierno nacional, con alta popularidad, ponía la música y marcaba el ritmo para sacar a bailar el coronavirus, ahora, con un año pandémico de desgaste en el lomo, se limita a sugerir a los gobernadores el cuándo, el cómo y el dónde aplicar las restricciones, pero coparticipándoles el poder de la decisión final... y sus consecuencias.

La modalidad de testeo colectivo que arrancó la semana pasada, pomposamente denominado “pool test”, puede que tenga como resultado inmediato un incremento importante de casos positivos al empezar a sumar los asintomáticos que hoy, más allá de los aislamientos preventivos por contacto estrecho, son prácticamente invisibles.

Igualmente, ese aumento no necesariamente repercuta en un escenario drástico, al tratarse de enfermos que no necesitan recurrir a la hospitalización, pero sí puede modificar el panorama en cuanto a las restricciones de circulación ya que dejaría al descubierto el riesgo de un incremento exponencial de contagios.

La necesidad de hacer equilibrio entre restricciones y mal humor social, despierta la imaginación de los gobernantes a la hora de diseñar las medidas, que incluyen restricciones en algunas actividades y flexibilidades en otras, aunque puedan parecer contradictorias y que no necesariamente terminan siendo efectivas, pero con un consenso generalizado de que lo último que se sacrificará son las clases presenciales.

Por lo pronto este fin de semana volvieron las vallas para facilitar los controles nocturnos y desalentar las reuniones sociales de trasnochadores. El resultado por lo menos de este viernes y sábado no resultó el más alentador: 37 fiestas clandestinas fueron desbaratadas entre ambos días, récord en pandemia.

Apuntadas por funcionarios, policías y empresarios gastronómicos como el símbolo máximo del “¿y a mí que me importa?” ciudadano, ni los aumentos de las multas, las restricciones horarias, la mayor cantidad de controles en la vía pública, la amenaza de escrache público o la invitación a los vecinos para que avisen en cuanto vean a más de 10 personas con música fuerte, lograron dar resultado para terminar con estos eventos que mezclan irresponsabilidad con rebeldía y ponen en jaque el sistema sanitario de prevención.

Mientras tanto avanza el plan de vacunación contra el coronavirus, no tan rápido como le hubiese gustado al gobierno nacional y provincial, pero tampoco tan lento como lo describen, principalmente, los opositores al gobierno nacional.

Justamente el Senado salteño parece haber encontrado en las vacunas a su musa inspiradora y ya van dos sesiones seguidas en la que aprueban leyes al respecto. La vez pasada estableciendo un orden de prioridades que debía respetar el ministerio de Salud para asignar las dosis que llegan a la provincia. Mientras que el jueves último autorizando al gobierno a salir a comprar vacunas.

El gobernador Gustavo Sáenz agradeció la deferencia de los senadores, pero una vez más ratificó que el mercado de vacunas, por lo menos el legal, está saturado y por el momento no hay disponibilidad de gestionarse inoculaciones por fuera de las que aporta la Nación.

Igualmente, el día que se pueda conseguir las dosis, Sáenz deberá evitar mandar a hacer las gestiones a los que se encargan de las proveedurías para los comedores y merenderos, porque se conoció esta semana que la mercadería que se tenía que repartir en abril, con suerte la entregan a mediados de mayo.

Si con algo tan básico como la comida que se puede comprar en el mayorista de la vuelta se demoran más de un mes, para cuando lleguen los frasquitos con las vacunas que se consiguen en la otra punta del mundo, China seguramente ya nos habrá deleitado con una nueva epidemia.

Primera estación: los frentes

Silbando bajito y aprovechando que la atención de la gente está en otra cosa, el cronograma electoral avanza a paso redoblado sin que nada se lo impida y cuando menos nos demos cuenta vamos a estar votando el 4 de julio, con o sin pandemia.

Por lo pronto este miércoles se vence uno de los plazos top de las elecciones: la presentación de los frentes y alianzas en la Justicia Electoral. De esta manera si la votación se posterga, será con los equipos en la cancha, aunque recién en un par de semanas más se sabrá con que candidatos.

Poco margen queda para la sorpresa ya que está casi todo definido. El oficialismo será bifronte, con un grupo de partidos saencistas “puros” que tendrían como único agregado al Partido Renovador de Salta, el nuevo viejo PRS que dejó de ser PARES, y  que en plena época de influencers sub 40 incursionando en la política, metió una gerontocracia que apela a la mística de los ‘90 para recuperar militantes y votos.

El otro grupo sería el peronismo saencista, con el PJ como locomotora, más Memoria y Movilización, el Frente Salteño y Libres del Sur entre otros. Si se acopla el Frente Plural, tal como parece, habrán quedado a dos partidos de conformar el clásico Frente Justicialista Renovador para la Victoria que consagró dos veces a Juan Manuel Urtubey como gobernador, demostrando que en política ya está todo inventado.

Radicales, PRO y olmedistas marchan firmes con su alianza. Monolítica en cuanto a los objetivos, ya que en líneas generales piensan parecido, puede llegar a empiojarse un poco cuando tengan que repartir las candidaturas. Igualmente nada que no se arregle con un café... tampoco es que son tantos los candidatos con votos y chapa como para disputar los lugares vip en las listas.

Y en el alberkirchnerismo llegaron a la conclusión que lo que faltan no son operadores políticos sino terapistas de pareja, porque en dos años nunca supieron amalgamar esa juntada que se armó bajo la sombra del paraguas que daban Alberto y Cristina y cuyas diferencias en el 2019 disimuló las PASO.

Pero técnicamente ahora se dan los mismos bandos que hace dos años atrás, casi con idénticos protagonistas, pero que esta vez sin las Primarias se vieron obligados a firmar el divorcio. Y mientras se pelean quien se queda con la casa (léase el nombre de Frente de Todos), ambos grupos inician la vida de solteros con el alivio de haberse sacado un peso de encima.

El grupo de los 4 (Frente Grande, Kolina, PTP y Unidad Popular) que nunca vio en Sergio Leavy a un líder, ni al Partido de la Victoria como la columna vertebral del kirchnerismo salteño (tal como les gusta al PV autopercibirse), hoy está en la holgada tarea de repartir los lugares en la lista.

Por el otro lado el PV sin el grupo de los 4, se sacó cualquier sentimiento de culpa y ahora también podrá abalanzarse sobre las candidaturas sin que nadie los cuestione, y ensayar con, por ejemplo, Sonia Escudero. Solamente deberá tener la delicadeza de reservar algunos lugares estratégicos para los eventuales socios que les quedaron en esta aventura electoral.

Tal es el caso del partido Felicidad, que define hoy que hace, mientras tantea entre lo que le pueda negociarle a Leavy y superar el “que dirán” si finalmente desembarca en el saencismo de la mano de su mentor Miguel Isa.

Pero pase lo que pase, en un panorama en el que el oficialismo y la derecha casi con seguridad saldrán con varias listas, era sin dudas el momento ideal para el FdT de emprender la quimera de buscar la utópica lista única que le hubiera válido varias bancas en la Legislatura y el Concejo Deliberante.

Pero la relación tóxica que hubo desde la génesis dentro del Frente, no solo hizo que fracase el intento, sino que además debajo del paraguas de Alberto y Cristina ahora también se les paró el saencismo, que con el aparato del Estado, el PJ y la Cámpora, cada vez los empuja más al rayo del sol... total ya lo decía el general: “¿Peronistas?, peronistas somos todos”.