En su intento por demostrar fortaleza y confiabilidad, la Conmebol ha ido demasiado lejos. Fue una afrenta al fútbol y a los aficionados de Sudamérica haber corrido tanto los límites y haber jugado los partidos del miércoles entre Junior y River y Nacional de Medellín y Nacional de Montevideo por la Copa Libertadores en Colombia y en medio de los operativos represivos realizados en Barranquilla y Pereira, las ciudades sedes de esos juegos. Estuvo comprometida no sólo la realización misma de los encuentros sino la integridad física de jugadores, cuerpos técnicos, árbitros y oficiales que debieron realizar sus tareas fingiendo normalidad mientras en el aire resonaban tiros y explosiones y los gases lacrimógenos invadían el ambiente de los estadios.

La pelota jamás debió rodar en estas penosas circunstancias. Y el técnico de River, Marcelo Gallardo, no ocultó su fastidio por tener que jugar a pesar de todo. “Era un momento complejo y uno no se puede abstraer de lo que está pasando. No es normal venir a jugar en una situación inestable como la que vive Colombia. No fue normal la previa y se jugó en situaciones muy incómodas, con humo, gases, escuchando estruendos y estallidos. Fue una situación anormal en todo sentido y no podemos mirar para otro lado", dijo el entrenador quien resultó afectado por los gases lacrimógenos. A ninguno de los cuatro clubes les fue concedido el derecho a aplazar los juegos: el plantel de Nacional de Montevideo, sitiado por los manifestantes a la salida de su hotel en Pereira, amenazó con no presentarse a jugar. La respuesta de Conmebol fue concluyente: si eso sucediese, el equipo oriental sería desclasificado de esta edición de la Copa y de las cinco posteriores y se le retendría el pago de sus derechos televisivos (tres millones de dólares por jugar sólo la fase de grupos).

Si Conmebol quiso transmitirle a las cadenas televisivas y a sus sponsors, el mensaje de que el fútbol sudamericano es tan poderoso que ni una revuelta social y política como la que vive Colombia puede detenerlo, a través de las pantallas se percibió lo opuesto: un espectáculo lamentable en el que el espíritu deportivo terminó convertido en una farsa. Un gesto desesperado de hombres codiciosos capaces de forzar cualquier límite con tal de que el negocio siga generando dinero. Haber llevado adelante ambos partidos en medio de ciudades militarizadas fue un acto de bajeza en el que todos quienes estuvieron dentro de los estadios fueron tomados de rehenes por una organización como la Conmebol que cada vez cae más bajo.

Asusta que en estas condiciones quiera llevarse adelante la Copa América dentro de un mes. La pandemia y el dolor que se abate sobre el pueblo colombiano recomendaría dejar de lado su disputa. Pero Conmebol parece dispuesta a todo con tal de seguir haciendo millones. La idea de su presidente, el paraguayo Alejandro Domínguez, y de las diez asociaciones nacionales es avanzar a sangre y fuego. Y esta frase no es una exageración. Es la descripción de en que condiciones se está jugando al fútbol hoy en Sudamérica.