Si fuera por cantidad de noticias o hechos resaltados, que no son lo mismo, se viene de días pródigos. Pero ni la suma de todos esos episodios alcanza a cómo impresiona el dato sobresaliente.

Ni la danza de reuniones presidenciales en Europa. Ni las polémicas con referentes de los movimientos sociales por la tarjeta Alimentar. Ni la buena voluntad protocolar de Portugal, España y Francia respecto de la deuda argentina. Ni el humo por el comunicado de Cancillería sobre la responsabilidad principal de Israel en la escalada de violencia. Ni el Club de París. Ni los anuncios y concreciones sobre vacunas. Ni la casi increíble y reiterativa berretada de diseccionar cómo anduvo la cara de Bergoglio en su cónclave con el Presidente. Ni el uso demagógicamente lacrimógeno acerca de las intenciones de Matías Almeyda para vacunar a todo Azul. Ni la “vocación acuerdista” de Kristalina. Ni el aval del Senado a los decretos por la pandemia y al proyecto que exige usar lo que gire el Fondo Monetario para combatir la pandemia, y no para pagarle al Fondo Monetario.

Es el número inflacionario de abril, que en el acumulado ya supone más de la mitad del aumento de precios previsto para todo el año, lo que enciende luces anaranjadas.

Tal vez no hacía falta que las cifras oficiales “revelaran” lo que la inmensa mayoría de la población sufre en las góndolas de los supermercados, en los comercios de cercanía, en los productos de primera necesidad.

Pero eso no aminora el impacto.

Para reforzar cierta línea trazada en este espacio hace una semana, está claro que el Gobierno debe producir algún o algunos golpes de efecto que no sean efectismo.

En el corto plazo, salvo fundamentada opinión en contrario, hay esencialmente dos que se complementan: vacunar, en simultáneo con impedir desborde generalizado en el sistema de salud, y controlar la inflación.

Van en yunta por un par de razones demasiado obvias, juntadas con una tercera que podría no serlo tanto.

Arribo y producción local de vacunas implicarán una levantada de ánimo generalizada, más la consiguiente probabilidad de que puedan aminorarse restricciones en el funcionamiento de la economía. Y empalmado con eso, si fuera posible planchar precios habría, al menos, sensación de respiro en los agobiados bolsillos populares y de clase media.

La primera parte estaría en marcha (se subraya el potencial). Para depresión del arco opositor, empieza a destrabarse la entrega de las dosis de Astrazeneca y las Sputnik fluyen a ritmo persistente. Basta apreciar la prédica ya escabrosa, fuere de gurkas o comedidos mediáticos, en favor de la farmacéutica estadounidense Pfizer.

Al momento de escribirse de estas líneas, según cabe aclarar porque la sucesión de inventos se renueva con diferencia de horas, el último hallazgo fue un operativo de prensa conjunto, el miércoles pasado, en el caso de la vacuna que algunos de los pornógrafos llegaron a denominar “soviética”.

Escupieron que había fallas posiblemente serias en el control científico, siendo que sólo se trataba de errores menores en la transcripción informativa.

Por supuesto, el de paso cañazo radicó en insistir con las bondades de la vacuna de Pfizer y en preguntar por qué el Gobierno no las compró cuando debía. A costa de entregar las Malvinas si era imprescindible, les faltó indicar con cita de la Comandante Pato.

Nunca se vio un lobby comunicacional semejante del insigne periodismo independiente. Jamás una operación fue tan descarada en sus formas de títulos y comentarios que inundan sin pausa la tevé, la radio, los portales, sea de manera directa o a través de sembrar falsas noticias e interrogantes acerca de todos los productos de la competencia, desde ya que contra los rusos y chinos en particular.

Y a preparar el estómago para lo que será el escenario si los cubanos demuestran la efectividad de su vacuna, y Argentina cierra trato para importarla y/o producirla.

Lo único que circunstancialmente le entra en disputa a tamaña grosería propagandística consiste en que el terrorismo es sólo palestino.

El segundo “aspecto”, la inflación, sería mucho más complicado porque la aparente improbabilidad o titubeos para encontrarle la vuelta son capaces de disolver al éxito vacunatorio.

Esto es: si las vacunas producen efecto de confianza extendida, pero la economía no se encarrila aunque fuese en sus términos inflacionarios coyunturales, podría ocurrir que al Gobierno no le sirva y que reciba un voto castigo.

Ahí es donde aparece el tercer factor que no resultaría tan obvio. O, quizá mejor expresado, aquel al que por ahora se le presta poco o ningún interés porque, incluso, asoma profundamente antipático, políticamente incorrectísimo, señalarlo en medio de la pandemia y del drama económico: las elecciones.

Que se posterguen las primarias y las generales es un tema que, con toda seguridad, figura a la cola y lejos, muy lejos, de las inquietudes mayoritarias. Vale, incrementado, para las transas y especulaciones, de oficialismo y oposición, en torno de figuras candidateables, armado de listas, operetas, posicionamientos, etcéteras.

Suena insultante, para decirlo rápido, que se hable de eso.

Pero es veraz que si el Gobierno no gana las elecciones con una contundencia o distancia que ensanche su mayoría parlamentaria y, de ese modo, garantizar o esperanzar la aprobación de proyectos y leyes que lo afiancen en la disputa del poder real, estará en dificultades graves. O muy difíciles, porque encararía hacia las presidenciales arriesgándose al síndrome del pato rengo.

Habrá quienes digan, y no les faltarán razones, que nada de eso conlleva soluciones estructurales.

El problema es que si lo estructural pretende resolverse de la noche a la mañana… se habrá comido la cena en el almuerzo.

Para resumir ampliando:

Control epidemiológico. Vacunas. Domar la inflación, siquiera momentáneamente, evitando las tensiones sobre el tipo de cambio que generan psicosis colectiva y concreta aun entre quienes no vieron un dólar en su vida. Regular tarifas de los servicios públicos para obturar bronca masiva. Asistencialismo de base. Avance con las organizaciones de la economía popular. Patear lo que se pueda y deba el monstruoso endeudamiento externo macrista. Comunicar alguna vez como se debe. Ganar las elecciones sobre ese piso y de forma tal que permita construir un relato relativamente tranquilizador hacia futuro de mediano alcance, que el Gobierno sabrá si tiene previsto estratégicamente para salir de las meras tácticas.

Ese núcleo, que se escribe y dice fácil como tantos otros, es, siempre, teniendo en cuenta que, con sus grandes o inmensos defectos, tibiezas, contradicciones, el Frente de Todos está también lejísimos de ser igual al retorno de un gobierno de derechas.

De considerarse que sí son lo mismo, se baja la persiana y a otra cosa.

Sin embargo, como recuerda Álvaro García Linera en un artículo de ayer, en el eldiarioAR.com, no hay victoria política sin previa victoria cultural.

“No es posible que una fuerza social, o élite política, conquiste democráticamente el monopolio de la gestión de los bienes comunes de una sociedad sin que, antes, una parte mayor de la población concurra al imaginario de expectativas que aquélla fuerza social expresa y propone. Esto vale tanto para las periódicas disputas electorales nacionales como para la formación de los grandes ciclos políticos, revolucionarios o conservadores”.

Esa advertencia de uno de los intelectuales políticos más notables de nuestro tiempo es la cabeza de su artículo y está recortado de un análisis muchísimo más amplio, en torno de dónde y cómo se definirá el espíritu argumental de la nueva época socio-económica del mundo.

Pero que toda victoria política debe ser precedida por la cultural es una sentencia que amerita estar fuera de discusión estratégica.

El tema es que, en lo táctico, en el ahora, en la realidad de cómo acumular poderío para ganar en las urnas, convencer es vacunas más dominar la inflación y decidirse a tocar privilegios.

Contra el conjunto de esos intereses, de golpe, no se puede. Y respecto de algunos, simplemente, se debe. ¿Cuáles son?

El Frente de Todos (que incluye a Cristina, su líder indiscutida) debe resolver ese intríngulis, so pena de que en lugar de frentismo asome como un rejunte. Está a tiempo.