Lisey sueña. Lisey llora. Lisey, a veces, ríe. Lisey vive. Su marido Scott Landon, en cambio, ya no respira, aunque su presencia pueda sentirse en cada centímetro cuadrado del abigarrado estudio construido sobre las ruinas de un viejo granero. Landon, el gran escritor, autor de best sellers y fenómeno de masas, al mismo tiempo estudiado en las cátedras literarias, ya no existe, aunque su obra permanece. A tal punto que no son pocos los eruditos que insisten e insisten, casi diariamente, en pedir acceso a los manuscritos primorosamente guardados en sus respectivas cajas– años tempranos, ensayos, textos inéditos–, entre los cuales se destacan los más machacones, los fanáticos, los locos. 

Lisey lleva el duelo a flor de piel, a pesar de los días, semanas y meses transcurridos desde la separación definitiva. ¿Quién hubiera dicho que su nombre cambiaría y el Lisey Debusher de nacimiento sería reemplazado de una vez y para siempre por un simple “la viuda de Landon”? 

En la vida de los escritores y literatos reales, hace tiempo que la pluma de Stephen King ha dejado de ser sinónimo de relatos populares y punto y aparte, pero el lanzamiento de La historia de Lisey en 2006 y de Duma Key dos años después terminó de convertir incluso a los más reacios a rendirse ante el talento. La prolífica obra del autor de It, Carrie y Misery –entre otro medio centenar de novelas, además de múltiples ensayos y cuentos– ha terminado de acomodarse como una de las más importantes en la literatura estadounidense de los últimos 50 años. En esa canonización definitiva, el caso de Lisey es paradigmático, alejada como está de los resortes más convencionales del horror en edición rústica o de tapa dura: a pesar de incluir un fuerte componente fantástico, condición casi inexorable en la literatura kingiana, el corazón (de las tinieblas) del relato late en la historia de amor entre Scott y Lisey, el escritor y su viuda y heredera, que atraviesa las mortajas para continuar con fuerza más allá de la finitud física.

El viernes 4 de junio, la plataforma Apple TV+ estrena los dos primeros capítulos, de un total de ocho, de la versión seriada de la novela (el resto de las entregas llegará semanalmente). Un traslado al terreno audiovisual que sigue muy de cerca –aunque, como suele ocurrir, con diferencias y particularidades– las 600 páginas del texto. Una producción que explota de nombres propios, comenzando por el del propio King, quien a pesar ser uno de los autores más adaptados a las pantallas apenas si ha aportado su firma en menos de dos docenas de guiones cinematográficos y televisivos, entre ellos el de La historia de Lisey

Producida y protagonizada por Julianne Moore, en una versión de Lisey moldeada al milímetro, cada uno de los capítulos fue dirigido por el chileno Pablo Larraín (Tony Manero, Neruda, Jackie), con el apoyo en la producción ejecutiva de su hermano Juan de Dios y J. J. Abrams. Clive Owen le da vida y muerte a Landon, mientras que Jennifer Jason Leigh y Joan Allen encarnan a Darla y Amanda, las dos hermanas de Lisey (una hermana menos que en la novela), todos ellos fotografiados por el camarógrafo franco-iraní Darius Khondji, cuyos esfuerzos previos incluyen colaboraciones con cineastas como Bertolucci, Allen, Fincher, Wong Kar-wai y Haneke. 

Un combinado de fuerzas apuntalado detrás de un relato particular, de ritmos alternos al pelotón de series que se estrenan semana tras semana. Un proyecto muy personal para todos los involucrados, especialmente para el autor original. “La historia de Lisey no debería ser leída como una novela autobiográfica”, declaró Stephen King en tiempos de su lanzamiento original, hace tres lustros. “Los Kings tenemos tres hijos y los Landon ninguno. Pero las páginas están atravesadas por mis pensamientos sobre la mortalidad. Por supuesto, está el tema del accidente, y el hecho de que, un poco como consecuencia del mismo, dos años más tarde sufrí una fuerte neumonía. Así que todas esas cuestiones sobre la muerte están presentes. Estoy dentro del libro y lo siento muy especial, al punto de que no quise soltarlo al mundo. Este es el único libro que he escrito del que no quiero leer las reseñas, porque algunas van a ser horribles, porque es un libro que intenta ser algo más que una novela popular. Y no podría soportar esas críticas, de la misma manera que no podría soportar que alguien sea horrible con un ser querido. Amo este libro”. 

El accidente que sufrió el escritor en 1999, cuando fue atropellado por una camioneta y tuvo que pasar cerca de un mes en el hospital con serio riesgo mortal, también permea las páginas de Duma Key, cuyo protagonista pierde un brazo en un incidente laboral. Pero en Lisey el acecho de la muerte llega de la mano de un hombre armado, en la mejor tradición americana, dispuesto a acabar con la vida de Landon. Un loco. En la sucinta definición de la protagonista, el Rubio. Ese hecho funesto, sin embargo, no acaba con la existencia del escritor, cuya extinción se produce años después, en otras circunstancias pero bajo la misma luna roja.

Aquí, allá y más allá

La descripción del “hecho” ocupa varias páginas del libro y una porción considerable de la mente y el agitado espíritu de Lisey. En la serie es recreado en el primer episodio, en velocidad normal y no en esa cámara lenta que King crea a puro esfuerzo literario. Uno de los rasgos de estilo del autor nacido en Portland, Maine, más difíciles de trasladar a la pantalla siempre ha sido el jugueteo con las temporalidades y los diversos mundos que conviven en sus novelas. 

En las páginas de Lisey’s Story, pasado y presente conviven, todo el tiempo filtrados por el punto de vista del personaje central, a lo cual se suma la descripción de Boo'ya Moon, el universo fantástico visitado por Scott y Amanda de manera recurrente, aunque acá, de este lado, sólo pueda advertirse un estado de aparente catatonia. Un aspecto sugerente en La historia de Lisey, la miniserie, es que a pesar de condensar –como ocurre con cualquier adaptación– eventos, personajes y situaciones, se permite respetar a rajatabla esos juegos entre el aquí, el allá y el más allá, entre lo que pasó, lo que ocurre ahora y lo que podría haber ocurrido. 

Con el rostro ideal de Moore –blanquecino, doliente, resistente– la Lisey de la pantalla no puede dejar de revisitar y revivir su casamiento en la playa, el recuerdo de una conversación bajo un árbol de apariencia mágica, la venta a una editorial de la novela debut de Scott, el primer atisbo de Boo'ya Moon, con su atardecer perenne a plena luna. Y, desde luego, el “hecho”, el preciso instante en el cual el segundo disparo es detenido por una pala, transformada en arma protectora gracias a las manos de Lisey. Ese momento infinito en el cual, en palabras de King, el instrumento describe “una curva ascendente mientas la segunda bala se eleva inocua hacia el abrasador cielo de agosto (…), antes de que el metal choque contra el rostro del Rubio”. 

King ha declarado en muchas ocasiones que La historia de Lisey es una de sus novelas favoritas. Entrevistado recientemente por la revista Entertainment Weekly, también afirmó que “nunca me hubiera involucrado en la escritura de un guión a esta edad de tratarse de cualquier otra novela. Amo todos mis libros. Algunos son hijos difíciles de amar, otros resultan un poco más fáciles. Este es un poco complicado, pero siempre me gustó la historia y esa es la razón por la cual acepté el desafío. Es un relato muy personal sobre el amor y el matrimonio, sobre explorar los impulsos creativos. Usualmente, mi acercamiento a las adaptaciones al cine o la televisión es el siguiente: o me meto del todo o quedo absolutamente afuera. En este caso, sentí que la primera opción era la única posible”.

Hay otro loco en la vida de Lisey. Un loco nuevo. Un loco que tal vez esté más loco que el anterior. El primer llamado la pone sobre aviso: todas esas palabras sobre hacerle daño en lugares que ni siquiera imagina si no entrega los manuscritos inéditos. Un llamado justo antes de otro llamado, el de su hermana Darla avisándole que Amanda lo volvió a hacer, volvió a cortarse. La vida de Lisey no era fácil, con toda esa memorabilia –como llama nada inocentemente al material arrumbado en el granero-estudio– acumulada en cajas, estantes y anaqueles, y que recién ahora, luego de dos años, se siente capaz de revisar, ordenar, membretar. 

Pero el loco y su hermana, que también está “medio loca”, aportan nuevos granos de arena –granos pesados, de varias toneladas cada uno– a la cruz invisibile que Lisey debe cargar. King suma otro elemento sincrónico al desarrollo del drama, el del propio Scott Landon, que sigue “empujando” a Lisey desde la muerte con sus mensajes escritos en pequeños papeles, suerte de búsqueda del tesoro que la pone tras los pasos de nuevas pistas. Las “dálivas”, un juego parecido al que Scott practicaba de pequeño junto a su hermano, ese hermanito mayor que lo ayudaba a soportar los golpes y humillaciones de un padre incomprensiblemente violento. Otra capa de un pasado ajeno que Lisey ha incorporado (no podría ser de otra forma) al suyo. Y el loco, fan de Landon y de las selfies sacadas junto a un Landon de cartón tamaño natural, y fan de los hornos de microondas, receptorios de pocholos, comidas congeladas y otros elementos no comestibles pero a punto caramelo para la cocción. 

Lisey sueña y en la pantalla la descripción de la novela adquiere tintes teatrales: Boo'ya Moon es un anfiteatro bello y triste, eternamente congelado en las miradas de sus moradores, frente a unas aguas capaces de curar rápidamente las heridas más profundas, pero que a cambio contaminan la sangre y la mente. Una prisión con forma de escape. ¿Una metáfora del universo creativo? Lisey sabe que el difunto pasaba ahí bastante tiempo; lo descubrió una noche en la que Scott estaba inmóvil, con la mirada perdida en un horizonte invisible. La secuencia de títulos de La historia de Lisey los presenta como dos marionetas manipuladas por hilos, cuyas manos conductoras aparecen hacia el final, misteriosas e incógnitas. El misterio de ese mundo, al que Amanda ha ingresado para ya no volver, no quiere ser descifrado.

El director chileno Pablo Larraín

No es una historia sencilla

Nacido en Santiago de Chile en 1976, Pablo Larraín pasó de ser el niño mimado de los festivales internacionales, gracias a películas como Tony Manero, Post Mortem y El club, a alternar proyectos en su país natal (Neruda, Ema) con otros en el seno de Hollywood, como la particular biopic Jackie, sobre la exprimera dama y viuda de John F. Kennedy, y la próxima a estrenarse Spencer, centrada en la figura de la princesa Diana. 

En un adelanto de Lisey para la prensa, Larraín declara que lo que más lo entusiasmó de la novela fue su “fascinante mezcla de elementos realistas y familiares con cosas que son mucho más oscuras, que tienen que ver con el mundo de la fantasía y el terror. Es una historia de recuerdos, de fragmentos, que mezcla el pasado, el presente, el futuro y la fantasía. Los temas que la atraviesan son el legado, la memoria y el respeto que la protagonista debe construir para proteger ese legado”. 

Entrevistado el año pasado por The Washington Post, el creador de la saga La torre oscura recorre algunas de las últimas adaptaciones televisivas de su obra y anticipa:  “Ahora estoy trabajando con un director muy talentoso llamado Pablo Larraín, en una miniserie basada en La historia de Lisey. Pablo tiene muchas ideas que no se apartan del hilo conductor de la historia, elementos visuales hermosos, con mucha energía. Es algo así como tener una percepción más profunda, porque yo soy como un ojo y él es otro ojo. Si uno quiere realmente tener éxito en este negocio, hay que buscar personas talentosas y luego dar un paso atrás. Uno no puede estar mirando por encima del hombro de los demás”.

Tal vez 8 días de terror (1986), su única experiencia como realizador, un film recibido con los brazos cerrados y miradas de desaprobación, todavía se sacuda con fuerza en el arcón de lo recuerdos que se quieren olvidar. O quizás no: al día de hoy, el escritor sigue pensando que ese debut y despedida es mucho mejor que la adaptación de El resplandor dirigida por Stanley Kubrick.

King le dedica el libro a su esposa Tabb, Tabitha King, con quien comparte casi medio siglo de matrimonio, novelista y “primera editora” de los textos de Stephen, según ha repetido el escritor infinitas veces. Unas páginas después de la dedicatoria, cuando Lisey sale de uno de esos sueños realistas que se aferran al nacimiento de la vigilia, tironeando con fuerza para no abandonarla, King hace que su heroína pronuncie el nombre de su marido. Como si aún estuviera vivo y pudiera escucharla. “Scott. Intentó pronunciar su nombre en voz alta, pero no lo consiguió; el sueño no se lo permitía. Advirtió que el sendero que conducía hasta el granero había desaparecido, al igual que el jardín que mediaba entre él y la casa. En su lugar se extendía un inmenso prado de flores moradas que soñaban a la luz atormentada de la luna. Scott, yo te amaba, yo te salvé, yo. Y entonces despertó y se oyó a sí misma en la oscuridad, repitiendo una y otra vez aquellas palabras como un mantra. Yo te amaba, yo te salvé, yo te di hielo. Yo te amaba, yo te salvé, yo te di hielo”. Lisey lo salvó, dos veces, pero la tercera es la vencida y Scott ya no está. 

Novela sobre un novelista escrita por un novelista que ha escrito muchas otras novelas sobre novelistas (Misery, El resplandor, La mitad siniestra, El cuerpo, La hora del vampiro, entre otras), La historia de Lisey es también un relato de mujeres. En la pantalla, la interacción entre Lisey, Amanda y Darla es esencial y nada invisible a los ojos, más allá de la lucha de la protagonista por proteger de eruditos y locos la encomienda que le tocó en herencia. Para bien y para mal. 

Los planos de Lisey/Moore sumergida en la piscina de su casa no son un portal directo a las aguas sanadoras de Boo'ya Moon, pero disparan en su memoria mil y una imágenes y sonidos de un pasado con anclas grandes y pesadas. Como aquella noche en la cual Scott le mostró a su joven novia que un corte bien hecho (y hecho a tiempo) en el brazo podía “corregir las cosas”, demostrando de paso, con hechos y no palabras, que los Landon son de curarse rápido. Mientras tanto, en el presente, tan reales como el cuervo rostizado que le dejó como presente el loco nuevo, las heridas emocionales con las que Lisey convive desde hace dos años son acompañadas por otras bien físicas. Dolorosas y visibles, como le gusta decir al espejo. Una oscuridad que amenaza con taparlo todo. Es una suerte que las dálivas de Scott sirvan de consuelo y, tal vez, incluso sean útiles para abrir las puertas hacia ese otro mundo, del cual ella apenas pudo echar un vistazo con el rabillo del ojo. El mundo secreto de Scott. Reflexionando acerca del estreno de la miniserie, King declaró que no quería desanimar a nadie, pero que la de Lisey “no es un historia sencilla. No va de la a la b y de la b a la c. Espero que el público comprenda que aquí hay secretos. Secretos realmente grandes”.